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No hay familia en Providencia y Santa Catalina que no se haya visto damnificada por el huracán Iotaque la noche del 15 y la madrugada del 16 de noviembre arrasó con la isla alcanzando velocidades de 35 kilómetros cuando estaba en categoría 4, y de 65 kilómetros, cuando alcanzó categoría 5. No hay una casa ni una estructura que no se haya visto afectada.
Arelis Howard, una raizal, cuenta que su papá, Nicasio, pasó casi doce horas en el agua, aferrado a palos y a lo que encontraba cada vez que era arrastrado. Los médicos que lo atendieron aseguraron que los golpes que sufrió los recibió por tratar de proteger a su esposa. Nicasio Howard es uno de los tres muertos que dejó el huracán. Su esposa, Bárbara Archbold, está internada en la Clínica Cardioinfantil de Bogotá, donde se recupera de una infección pulmonar. Estaban casados desde los 18 años, Iota los separó a los 69.
En Providencia hubo 1.258 personas afectadas, de acuerdo con el Gobierno. Sin embargo, en la isla la población es de unas 5.000 personas y se considera que quedó destrozada en un 98 %. Por eso las cifras oficiales no cierran. Incluso, quince días después del huracán, Carlos Camargo, el defensor del Pueblo, escribió al presidente Duque que en el lugar todavía hay personas que duermen a la intemperie. “Esas carpas que llegaron son como para acampar en el jardín de la Casa de Nariño”, dijo Camila Rivera, politóloga que trabaja con las comunidades raizales desde hace casi dos décadas, y agregó: “No sé si el huracán se llama Iota o se llama Gobierno”. En la respuesta inmediata del Estado a la catástrofe no ha habido un trabajo concertado con la comunidad que permita organizar esa reacción, de acuerdo con Arelis. “Se agradece todo el esfuerzo, pero se necesita más orden. Por ejemplo, en las ayudas de comida: hay muchos granos y la gente no tiene dónde cocinar. Mi esposo me decía: ‘Arelis, estamos llenos de granos y yo tengo una pipeta de gas pequeña. No me la voy a gastar pitando fríjoles’”.
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Además de esa desconexión para la entrega de ayudas, los raizales no están conformes con las personas escogidas por el Gobierno para atender la emergencia y llevar a cabo el plan de reconstrucción. Susana Correa, directora del Departamento para la Prosperidad Social (DPS), fue nombrada por el presidente Duque gerente para la reconstrucción de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Correa, quien es valluna, ha sido cuestionada porque las empresas de su familia, Inversiones Alvalena y La Juliana S.A., recibieron más de $700 millones de Agro Ingreso Seguro. Además, porque desde el DPS ha favorecido con cargos a familiares de reconocidos uribistas, como Viviana Taboada Arango, hija de la ministra del Interior, Alicia Arango, y a Carolina Náder Dangond, esposa de Daniel García Arizabaleta, quien habría sido el puente entre el excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga y la multinacional Odebrecht. El enlace en el archipiélago es Lyle Newball, quien fue nombrado gerente local de la reconstrucción. Newball es un oftalmólogo sanandresano.
Los raizales le critican a Correa que no tiene relación alguna con la isla, lo que hace que no comprenda el trasfondo ancestral y cultural para reconstruirla, y a Newball, si bien lo reconocen como un médico prestigioso, que no es una persona que se destaque por su trabajo comunitario. “Tú nunca lo has visto en un espacio de discusión, en un espacio autónomo. Esas cosas son importantes en este tipo de situaciones porque se necesitan líderes que conozcan la realidad territorial”, dijo Arelis Howard.
Para los nativos de Providencia y Santa Catalina, una población que representa el 95 % de los habitantes de las islas, es importante que se entiendan sus particularidades históricas y culturales. Desde su herencia inglesa puritana, la primera comunidad que se asentó en las islas entre 1627 y 1629, pasando por la bandera de Colombia izada en el fuerte La Libertad de Santa Catalina el 23 junio de 1822, hasta su relación mucho más estrecha con las demás islas del Caribe que con la Colombia continental. Así quieren evitar ser vistos como aparecen en los mapas, como un recuadro arriba de La Guajira.
Arelis considera que quienes deben guiar el plan de reconstrucción son las autoridades raizales. “Hay mucha gente en la isla que no es profesional, pero que son muy buenos líderes y siempre están al frente de los procesos. Esa es la gente que hay que mirar, porque son los que saben y se relacionan con la comunidad”.
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Otra preocupación de los raizales es que tras la desolación que dejó el huracán y ante la vulnerabilidad de la comunidad, lleguen conglomerados empresariales a comprar la tierra a bajo costo. O que por la informalidad en la tenencia de tierra, porque en las islas las familias nativas dan la herencia por palabra, haya situaciones de acaparamiento o desplazamiento de linderos.
A casi un mes del fatídico paso del huracán Iota por Providencia y Santa Catalina, hasta ahora se están repartiendo rollos de plástico para cubrir los techos de las casas afectadas. Además, Newball anunció que las primeras 2.000 tejas termoacústicas llegarán a las islas este fin de semana. La adaptación de sitios con techo para que la comunidad duerma y guarde sus pertenencias es una necesidad urgente, porque, según las autoridades raizales, entre diciembre y enero llegan a las islas los vientos alisios del norte, que traen brisas y lluvias fuertes.
Lo único que dejó Iota en la finca que cultivaba Nicasio Howard fue un tallito de orégano que Arelis trajo a Bogotá: “Quiero ponerlo en tierra, porque es el último pedazo que quedó”.