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“Tu ausencia a mí me acostumbró. Puedo vivir sin ti si ya no me haces falta”. Las letras de Embriagada de ilusiones, de las Musas del Vallenato, se entonaban a todo pulmón en la casa de Mirlena Otero en el barrio Las Mercedes de Sincelejo (Sucre). Quienes escuchaban desde la calle la canción, sabían que ahí estaba Oriana Martínez, la primera hija de Mirlena; la primera nieta de Clímaco y la primera sobrina de Vialis. Le emocionaba escuchar a Patricia Teherán, una mujer que, como ella, desafió los patrones de la feminidad. Oriana era una mujer trans y fue asesinada el 17 de agosto de 2016. (Lea aquí: El asesinato del profesor Rolando Pérez: 11 años en la impunidad)
Hoy, más de dos años después del homicidio en un hotel de La Guajira, nadie en su casa se ha acostumbrado a su ausencia. Y el que la mató, dicen sus seres queridos, no solo la mató a ella, sino a su familia, que la amó sin reparos y la convirtió en el centro de atención desde que nació. Mirlena la dio a luz cuando tenía 17 años. Siempre la protegió, aun cuando fue adulta y en la calle le gritaban barbaridades por su cambio de identidad de género. Alegaba hasta que sentía que había dicho todo por defenderla. (Lea aquí: Indígenas trans, las rebeldes de Santuario)
Ahora, entre las clases que dicta como docente de primaria, su mamá también sigue peleando, pero esta vez para que la justicia condene al supuesto responsable de quitarle la vida. Pese a apoyarla incondicionalmente, Mirlena nunca pudo llamarla Oriana y siguió refiriéndose a ella con el nombre de nacimiento y en masculino. La vio vestida por primera vez de mujer cuando la coronaron como primera reina gay de Sincelejo. “Cuando se destapó era acosado, no podía salir porque le tiraban cosas, le decían palabras obscenas, era discriminado. Eso era lo que me hacía sufrir: el peligro en el que estaba. Pero nunca tuve prejuicios morales. Era mi hijo”, cuenta Otero a El Espectador.
Antes de ser defensora de derechos humanos, Oriana ejerció también el trabajo sexual y fue blanco de la discriminación que se exacerbó con el conflicto armado en Colombia, y sobre todo en Sucre, donde los ilegales llegaron incluso a obligar a hombres gais a pelear en un ring y divertir así a un público. Tuvo que huir un tiempo a Medellín porque los paramilitares intimidaron y agredieron a las trans que, como ella, se ubicaban en la vía El Maizal. Oriana era una de las 1.795 víctimas LGBT de la guerra.
Pero sus familiares prefieren hoy volcarse a sus alegrías. Clímaco Otero, el abuelo de Oriana, se pone de pie con su bastón en la terraza de la casa y señala con orgullo la calle que tuvo que ser cerrada el día en que su nieta se casó con un hombre español. La parranda convocó a todos los vecinos y paralizó al tráfico en la cuadra. “¡Ombe, eso hubo ruido por aquí! Es que era muy popular y cariñoso, y por eso la gente lo estimaba tanto. Si podía hacerte un favor a ti, lo hacía, sin importarle quién eras”, dice el abuelo.
Su relación era inquebrantable. Eran amigos de borrachera y donde estuviera Clímaco, Oriana lo mandaba a buscar para que se tomara unos tragos con ella. “Era mi primer nieto y nunca lo dejé de determinar cuando dijo que era así. Eso sí, nunca le pude decir Oriana”, agrega el hombre de 75 años. Pese a los quebrantos de salud, Clímaco fue uno de los primeros que encabezaron la manifestación que pidió justicia, a los pocos meses del crimen de Oriana.
“No soy criminal, no soy sicario, pero, no lo quiera Dios, me encuentro a ese tipo y le hago un daño. Así se lo digo de corazón abierto. Quisiera que castigaran a ese tipo, que no se quedara esa vaina así. ¡Caramba! A los que se roban una gallina, de pronto los ponen presos uno o dos meses. ¿Y a los que matan a un ser humano?”, se pregunta Otero.
Vialis Otero, tía de Oriana, se une al llamado de su papá. Pide que se condene al único procesado por este asesinato. “Eso devastó a esta familia, ese hombre no mató a una mujer, mató a toda una familia”, sostiene. Parecía hermana de Oriana y casi se criaron juntas, por eso no le extrañó cuando supo que su sobrina era trans; siempre lo supo. “No había por qué discriminar, no había hecho nada malo, solamente era él… o ella”, agrega mientras se ríe y cuenta rápidamente que Oriana amaba bailar y cantar, aunque no lo hacía tan bien.
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Clímaco Otero, abuelo de Oriana Martínez.
Un caso priorizado
El cuerpo de Oriana Martínez fue hallado el 17 de agosto de 2016 en el cuarto del hotel donde se hospedaba en Riohacha, La Guajira., y tenía heridas profundas causadas por arma cortopunzante. Testigos aseguraron que ella ingresó al hotel con un “hombre de piel morena”, quien posteriormente sería identificado mediante cámaras de seguridad como Dreider Arias Martínez. Al parecer, la mujer trans despartió primero junto con otras amistades y estaba acompañaba del presunto sindicado. Hacia la 1:30a.m., el sujeto habría atentado contra la vida de la víctima con el propósito de hurtarle sus pertenencias, pero finalmente le causó la muerte.
En 2016, la Fiscalía priorizó la investigación por el homicidio de Martínez, al ser una mujer trans. Gina Cabarcas, de la Dirección de Apoyo a la Investigación y Análisis para la Seguridad Ciudadana de la Fiscalía, explica que desde hace cinco años el ente inició un proceso para indagar mejor las violencias contra LGBT. Esto implica que los fiscales trabajan primero estos casos y les dedican más recursos, que hay fiscales destacados que focalizan su atención en estos procesos y que desde el nivel central existe un equipo de fiscales e investigadores que viajan a las regiones para apoyar ciertos casos y esclarecerlos rápidamente.
El de Oriana se encuentra en etapa de juicio y la hipótesis que se sigue manejando es que se trató de un hurto. “El homicidio no fue perpetuado en razón a su condición de mujer trans o por ser activista de las comunidades LGBT”, dijo el fiscal a cargo del caso.
Arias Martínez es el único capturado y judicializado por presuntamente ser responsable de estos hechos, pero quedó en libertad por vencimiento de términos. Aunque el fiscal del caso presentó el escrito de acusación dentro del término previsto por la ley, asegura que el juzgado que conoce del proceso tiene, como la mayoría del país, sobrecarga laboral, y no comenzó a tiempo la audiencia de juicio.
Y por eso, se vencieron los términos y Arias pudo pedir su libertad. Pero el proceso sigue y el 2 de abril se realizará la audiencia preparatoria.
El de Oriana es uno de los 937 casos de homicidios, actos de discriminación, amenazas, lesiones personales y violencia intrafamiliar contra personas LGBT que ha identificado la Fiscalía en los últimos cinco años.
Mientras el proceso penal avanza, la familia de Oriana sigue reuniéndose cada fin de semana. Su mamá aboga para que la justicia se acuerde de su hija y no deje de darle importancia a su muerte porque era una mujer trans. Inhala un poco de aire y afirma: “Ellos son normales, son seres humanos, y eso a veces a la gente se le olvida”.
*Este artículo fue posible gracias a la invitación del programa de derechos humanos de Usaid.
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