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Para Gilberto Forero Suárez, salir de la cárcel fue más difícil que entrar. Una sociedad que le daba la espalda era un impulso más para volver a la delincuencia. Aun así, Gilberto no lo hizo. Un proyecto de resocialización para quienes salen de las cárceles le permitió contar otra historia.
Su vida es un símbolo. El símbolo de quien nace desaventajado y que la sociedad condena a la lucha por la supervivencia. De pequeño, vivía en Bogotá, en Ciudad Bolívar, pero en un intento de sus padres por alejarlo de la delincuencia que lo rodeaba se lo llevaron para el Meta, buscando darle otros horizontes. Eso resultó peor. Allí, cuando ya se hizo muchacho, las Farc, que tenían fuerte presencia en la región, le dijeron a su padre que “él ya está bueno para ingresarlo a las filas”. Para evitar ser reclutado por la guerrilla llegó de nuevo a Bogotá.
Arrojado en la urbe, cuenta que inició sus primeros coqueteos con la delincuencia. Primero, campanero; luego, “lo prueban a uno para ver si tiene corazón”, y él lo tenía. Hurto a viviendas, bodegas. Fue escalando. No llegaba a los 20 años. Se fue a los Llanos de nuevo, pero esta vez a raspar coca. Al poco tiempo, se conoció con el comandante Chimpa del frente 44 de las Farc, quien lo puso a administrarle una discoteca. Todo iba bien. Montó su propio billar y se estaba estabilizando. Sin embargo, cuando llegaron los paramilitares, todo se fue al piso. Fue acusado de cómplice de la guerrilla y tuvo que dejar la región.
“No está funcionando ser juicioso”
Cuando regresó a Bogotá, lo intentó todo. Trabajó en asaderos, en construcción, lo que fuera. Nada funcionaba. “Por un lado estuve juicioso, por otro lado, lo mismo; mejor vuelvo a la delincuencia. Ser juicioso no me estaba funcionando”. Una noche de despecho, escuchó a unos hombres en una cantina planeando un golpe. Iban a robar una maquinaria del Distrito. “Llévenme de parche, yo les muestro mi arte”, les dijo. Esa noche todo salió bien. Se ganó la confianza del grupo y siguió con ellos.En Colombia, de acuerdo con cifras de la Policía y de la Fiscalía, mientras otros delitos como el homicidio vienen descendiendo en el país, el hurto, en todas sus modalidades, ha seguido en aumento. En el caso particular del hurto a residencias (la especialidad de Gilberto Forero), solo en los primeros cuatro meses de este año se han registrado 2.800 robos a casas y apartamentos, 782 más que en el mismo período el año pasado.
El 3 de septiembre del 2011 Forero Suárez recibió una llamada. “Se puede hacer un golpe en Usaquén”, le dijo el hombre al otro lado de la línea. “Sin palabras, hágale”, le contestó él. El golpe, al parecer, era sencillo. Asaltar una casa al norte de la capital, donde había una caja fuerte con más de $300 millones. Entre cinco, iban a ser casi 70 millones para cada uno. Hoy recuerda que esa noche algo le quiso avisar que todo iba a salir mal. El dueño del carro y el de los ‘fierros’ no aparecían. Otro se había emborrachado. Él siguió adelante.
Todo salió mal. Forero fue quien entró a la vivienda, donde solo debería estar, según la información que tenían, la dueña. Pero estaban también los hijos, más altos y corpulentos que él. Lo sometieron. Sus colegas se esfumaron. Lo dejaron solo. Entre los vecinos lo golpearon y ahí fue su entrada a la cárcel. Una condena de ocho años y diez meses por porte de armas y hurto.
“Una mente desocupada es taller del diablo”
La rutina de la cárcel les permite a sus presos concentrarse en idear maneras nuevas para no volver a ser capturados en flagrancia. Forero Suárez relata que lejos de existir un proceso de rehabilitación, tras las rejas la mente se llena de rencor, de odio. “Una mente desocupada es taller del diablo”, dice. El excesivo tiempo que pasan en la inactividad es el escenario perfecto para que fluyan ideas que una vez afuera de la cárcel los llevarán a engrosar las cifras de quienes reinciden en la delincuencia y llegarán, de nuevo, a prisión. De acuerdo con un estudio de la Fundación Ideas para la Paz, la reincidencia en Colombia, en la cifra más alta, se calcula en 21 % del total de presos condenados. Los delitos de hurto y porte de armas, aquellos por los cuales fue condenado Forero, son los de mayor índice de reincidencia en Colombia (28 y 16 % respectivamente), seguidos de delitos relacionados con drogas (13,5 %), violencia intrafamiliar (7 %), lesiones personales (7 %) y homicidios (6 %).Forero Suárez pudo haber engrosado esas cifras de reincidencia en Colombia cuando salió de la cárcel. Para un expresidiario es más fácil reincidir que intentar un cambio. Es apenas obvio: cuando buscan un trabajo corriente, la pregunta por los antecedentes judiciales los detiene. La estigmatización que reciben por parte de la sociedad es un impulso más para volver a la delincuencia. Forero no quería, pero empezó a contemplar una opción tal vez peor: ponerle fin al martirio; acabar con el hambre, el desespero, el infierno en vida. El suicidio. Para él, no había tampoco mucha diferencia entre eso y lo que estaba viviendo. Había dejado de soñar. “Cuando yo dejé de soñar, dije yo ya estoy muerto”, relata. Ya había pensado cómo hacerlo: arrojarse a un Transmilenio.
Teniéndolo todo en contra, finalmente ni se convirtió en una cifra más de reincidentes en el país ni se suicidó. Un proyecto de resocialización para quienes salen de las cárceles le devolvió la vida. Es el proyecto de la Fundación Acción Interna, de Johanna Bahamón. Ella vio más allá. Entendió que la respuesta para reducir la reincidencia no está en la cárcel. Desde hace seis años ha venido trabajando en los proyectos de vida de quienes están privados de la libertad o de quienes ya salieron y están buscando un camino.
Bahamón afirma que los programas de resocialización tienen un peso muy fuerte para reducir el índice de reincidencia en la criminalidad. El problema es que estos programas casi no existen. Según ella, el INPEC realiza talleres con los presos pero eso no es suficiente. Forero también cuenta que esos talleres no se convierten en un verdadero proyecto de vida para quienes están en las cárceles.
Por eso, Bahamón ha sacado adelante proyectos como el reconocido restaurante Interno, en la cárcel de mujeres de San Diego, en Cartagena, que es atendido por las reclusas de esa prisión. O la Casa Libertad, en la que personas que ya salieron de la cárcel pueden encontrar capacitaciones en áreas desde la educación financiera hasta la danza y las artes plásticas.
O aquel nuevo proyecto del food truck en el cual trabaja Gilberto Forero, junto a otras personas que salieron de la cárcel. Un proyecto que cree en las segundas oportunidades para aquellos que, como él, nunca tuvieron la primera.
Hoy Forero Suárez no empuña un arma. Luego de haber pagado cinco años y diez meses de prisión (tres años menos de lo que decía su condena, reducción que le fue otorgada por buen comportamiento y por servicio dentro de la cárcel), él es quien está al frente de la parrilla del camión de Go Lupe, el food truck de la Fundación. Por su mente no pasa ni un segundo la idea de volver a la delincuencia. Su preocupación es ahora otra. “Echar raíces”, dice, “tener hijos”. Es por eso que está en la búsqueda de “un vaso de leche para este bocadillo”.