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Confiamos demasiado en IMDb. Permitimos que nuestro criterio sea moldeado por números. Antes de internet, los espectadores podían escapar de la influencia del pulgar arriba o del pulgar abajo, de la influencia de las cinco estrellas o de la influencia de los libros que prometían reseñar y compilar “las mejores 100 películas de la historia”. Escapaban dejando de consultar esos medios. Con IMDb no es tan fácil, dada la doble condición del sitio web: base de datos y clasificador.
Como base de datos presta un servicio invaluable. Reúne información y la pone a disposición gratuitamente, ejerciendo como memoria audiovisual colectiva. Sin embargo, cuando un espectador (crítico, comunicador social, estudiante, docente) consulta IMDb para adquirir o corroborar un dato (reparto, equipo técnico, galardones, fechas), no sólo obtiene información sino una (la) clasificación: un número de 1 al 10 correspondiente al promedio de votaciones realizadas por otros usuarios. Y aunque puede que la clasificación sea ignorada la primera vez, el usuario seguirá encontrándola consulta tras consulta, hasta terminar absorbido, consumido y contaminado por una lógica tácita pero vertical: cualquier película que tenga menos de 6 no es digna de verse, cualquier película clasificada entre 6 a 7 es “competente” pero no precisamente buena; las películas por encima de 7 son “buenas” y “dignas de verse”, pero no son obras maestras, como parecen serlo las que tienen entre 8 y 10. Las películas dejan de juzgarse en términos de decisiones estéticas y empiezan a evaluarse en términos numéricos. Antes de IMDb bastaba una recomendación verbal para provocar el visionado de una película. Bastaba la curiosidad o el mero azar. Hoy no. Cada vez que le recomiendan películas a un espectador potencial, este confronta y consulta con IMDb, como pagando el peaje de la clasificación, como pidiendo permiso. Si la película tiene menos de 6, seguramente no la verá. Si la película tiene de 6 a 7, la verá, pero no inmediatamente; aplazará el visionado hasta el siguiente puente festivo. Pero si la película tiene 8, se visualizará esa misma noche, y si tiene 9 o 10, ese espectador hipotético dejará de hacer lo que esté haciendo para sumergirse en la experiencia audiovisual. Así lo dictamina IMDb.
IMDb apareció en los noventa como base de datos que circulaba por correo electrónico, pero fue en 2007 cuando empezó a tomar fuerza en Colombia. Y esa aparición generó en el cinéfilo la necesidad y ansiedad por corroborar si esas películas que se habían ranqueado con criterios propios eran buenas o malas según la clasificación oficial de internet. Cuando una película odiada por el cinéfilo había obtenido alto puntaje en IMDb, el cinéfilo se sentía satisfecho porque su gusto estaba por encima del promedio. Pero cuando IMDb le ponía poco puntaje a una película muy querida, el cinéfilo se ofendía al no sentirse respaldado por la “oficialidad” pop.
Después de conocer IMDb, todas las películas que se consumen son filtradas a priori. Es muy difícil resistirse estando a un clic de distancia. Es difícil resistirse cuando se estrena un nuevo producto y se requieren datos que apoyen la decisión. Y ese es el fondo de todo: el espectador no quiere arriesgarse. Quiere vivir experiencias placenteras similares a otras que vivió con productos conocidos. Pero no quiere explorar nuevos caminos porque le da miedo aburrirse o frustrarse. El espectador siempre ha buscado garantías, es cierto, pero hay sistemas más legítimos: nombres de directores, actores, directores de fotografía, guionistas, sonidistas, géneros, fechas, estéticas, estilos, etc. Los números son más atractivos porque nos ahorran el trabajo de pensar por nosotros mismos. Los números son el resultado de un procedimiento que realizó alguien más; sólo basta suscribirnos y citar. Los números nos hacen sentir importantes porque hacen parecer que sabemos de qué estamos hablando. Los números despiertan el positivista que llevamos dentro, y en esa medida resultan peligrosos porque, aconsejados por su influencia, descartamos productos en masa, incluso productos de artistas cuyas carreras seguimos. Es allí justamente donde reside parte de la solución. El completismo. Completismo como estrategia de escape a la lógica IMDb. Ver los productos de los artistas que admiramos sin importar qué. Verlos todos. Verlos muchas veces. Y luego verlos de nuevo hasta que el número inquisidor se diluya.
Yoga Hosers (2016), por ejemplo, es una película de Kevin Smith que me resistí a ver por culpa de IMDb. Está clasificada con un 4,3 altamente disuasorio que la película no merece. No es una película perfecta. Tiene excesos y aspectos débiles, pero no son tantos ni son tan graves para ameritar una clasificación por debajo de la media. Si tuviera que clasificarla según los estándares de IMDb, le daría un 6,5 o un 6,8, es decir, el mismo puntaje del que gozan varios títulos que “se dejan ver”. Smith, por su parte, se lo ha tomado bien. Hace bromas al respecto y usa la expresión “Yoga Hosers” como call back permanente en sus conferencias cómicas y en sus pódcasts. Aunque debe estarle doliendo mucho, máxime cuando su imagen de identificación en IMDb es justamente una fotografía suya exhibiendo una camiseta negra con el logo amarillo de IMDb. Smith es deliberadamente mediático y no desconoce el valor de saberse vender, figurar allí donde lo inviten. Pero esta vez le salió el tipo por la culata. Esa foto suya avala un sistema que lo perjudica. Un sistema que, por obra y gracia del puntaje vertical, ha hecho que mucha gente se aleje de su última película, incluso sus fans más acérrimos.
Así como Yoga Hosers, debe haber muchas joyas anómalas en la sombra. Puede que no sean películas orgánicamente poderosas, puede que no sean redondas y que no encabecen las preferencias de nadie, pero tal vez tengan alguna escena digna, alguna solución de cámara sugerente, algún actor por descubrir o simplemente algo que decirnos del audiovisual que no sabíamos y que esa película tampoco sabía hasta que lo descubrió por accidente.
Es bastante probable que, dentro de algunas décadas, la industria empiece a capitalizar estas puntuaciones. Es probable que la lógica IMDb, cuyo objetivo era clasificar información sobre la historia del cine, termine definiendo el destino del séptimo arte. Denunciar no sirve de nada. Pero sí valdría la pena hacer algo a nivel simbólico: un ciclo retrospectivo-prospectivo titulado: “apelando a IMDb”.
* Coordinador de investigaciones de cine y TV, Universidad Manuela Beltrán. dacortesp@gmail.com.