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Claudia Piñeiro fue contadora hasta que su necesidad de escribir no le dio más licencias para postergar lo impostergable. En su familia no había escritores ni artistas. No imaginaba que podía serlo y tampoco estaba dentro de sus planes salir del proyecto que su familia y la sociedad esperaban: ir a un colegio, terminar la secundaria y luego una carrera que le permitiera vivir cómodamente. Escribe desde siempre, desde que aprendió, pero aunque siempre disfrutó expresarse y contar historias por medio de las letras, nunca consideró convertirse en escritora. En 1978, la dictadura militar cerró en la universidad pública todas las carreras humanísticas, entre las que se encontraba sociología, que era la que había elegido Piñeiro. Sus padres habían estudiado ciencias económicas y no la terminaron, así que ella y su hermano culminaron un trabajo que no se había concluido. No había muchas opciones y tenía que elegir.
Hay una historia que explica cuándo y por qué usted se inicia formalmente en la literatura…
Sí, iba en un avión que me llevaba a hacer un inventario de tuercas y tornillos en San Pablo. Iba muy deprimida porque no quería hacer eso. Era algo muy aburrido. En una revista que llevaba en el avión, vi un anuncio para un concurso de novela y dije: “Listo, llego a Buenos Aires, me pido una licencia y escribo una novela, porque me va a explotar la cabeza”. Quedé entre las 10 finalistas de ese concurso y no he parado. No puedo dejar de escribir porque no sería yo si no escribiera.
En su época como contadora, ¿en qué momentos estaba presente la escritura?
Leía. Nadie que no lea mucho puede escribir. Una vez me pasó que fui a dar una conferencia con otra novela, Las grietas de Jara, a una provincia en Argentina, y un señor se acercó y me dijo: “Compré tu libro”, y yo le dije: “Ay bueno, ojalá que lo leas también, porque el primer paso es comprarlo, pero después hay que leerlo”. Me dijo: “Es el segundo libro que voy a leer en mi vida”. No dije nada porque no creo que uno tenga que pretender que alguien haga lo que uno quiere. Renglón seguido añadió: “Mirá, yo te quería hacer una pregunta. Tengo diez novelas escritas y las quisiera presentar en una editorial. ¿Vos me podés ayudar?”. Quedé helada. Pensaba: ¡qué impresionante la seguridad que tiene este hombre! Tiene diez novelas que cree que se las van a publicar en una editorial y solamente había leído un libro, y a lo mejor lee éste que acaba de comprar. Me parece que es imposible escribir si uno no lee, si uno no leyó mucho y si uno no leyó variado.
¿Y por qué decidió estudiar dramaturgia?
Es una forma de escritura, pero creo que en un nivel mayor de precisión, casi como la poesía. Por eso la quise estudiar, porque yo ya estaba escribiendo novelas. Mientras estudiaba dramaturgia gané el Premio Clarín. Ya había publicado otra novela, pero quería un lugar donde me enseñaran a poner el ojo en la palabra precisa.
En Colombia es común escuchar que de la literatura no se vive. ¿Usted logra sostenerse con la literatura?
Hay que ayudarlo con algo. En realidad, soy una privilegiada. Soy de las pocas personas que tienen ingresos suficientes con la literatura como para poder pensar en vivir de eso, pero así y todo hay años en los que necesito hacer otras cosas porque vos escribís una novela cada dos años, cada tres.
Respecto a “Las maldiciones”, su reciente novela enfocada en los alcances que pueden tener los seres humanos para conseguir sus objetivos políticos, ¿qué cree que es lo realmente atractivo del poder?
Decidí la política porque muchas veces ves a un joven que uno escuchó diciendo otras cosas y un día pasa a pertenecer a un partido político que termina haciéndolo decir barbaridades. Yo pensaba: ¿pero por qué? Si antes pintaba que ibas para otra cosa. Entonces parece que en la política dejás de ser tú y abandonas tus ideas por encuadrarte o enfilarte a un líder determinado que te pide sacrificios.
¿Cómo se viven esas manipulaciones y mezquindades políticas en Argentina?
Estamos muy conmovidos por un debate que se está dando. El de si los diputados van a votar o no una ley de interrupción voluntaria del embarazo. Este año, por suerte, el Gobierno facilitó el debate y nos estamos matando argumentativamente. Hace poco fui como escritora a hablar al Congreso, y lo que traté de explicar es la manipulación del lenguaje. Si el otro te está diciendo que es pro vida, divide a la sociedad y quedan los otros siendo pro muerte y asesinos. El aborto ya existe y todas esas mujeres no van a interrumpir su embarazo pensando que van a matar un bebé. Esa mujer lo que tiene es un embarazo no deseado, un embarazo involuntario, y necesita interrumpirlo por determinada razón. Porque fue violada o porque no puede hacerse cargo de esa maternidad. También está el derecho a no ser madre.
La novela se desarrolla desde diferentes puntos de vista. Casi todos los personajes en algún momento se convierten en los narradores y exponen sus posturas.
Lo hice a propósito en este sentido: cada vez que escribo una novela trato de hacer mejor algo que no hice tan bien en las anteriores. Me parece que no les había dado tanto protagonismo a unos personajes secundarios que merecían tener un lugar más estelar. De igual forma, cada uno da su versión y a veces no encajan, no coinciden, porque no todos ven la realidad de la misma manera. Esto no es un rompecabezas, es más un caleidoscopio, y el lector tiene que decidir dónde está la verdad.
“Erdosaín fijó un segundo los ojos en el semblante romboidal del otro, luego, sonriendo burlonamente, dijo:
“¿Sabe que usted se parece a Lenin?
Y antes de que el Astrólogo pudiera contestar, salió”.
Roberto Arlt, Los siete locos
“Si… pero Lenin sabía dónde iba”.
Roberto Arlt, Los lanzallamas
Estas dos citas, de dos libros del escritor argentino Roberto Arlt, aparecen al inicio de la novela. ¿Por qué?
Roberto Arlt es un autor que muchas veces fue criticado por escribir mal. Es uno de los grandes. Viene de lo popular. Lo lee la élite, pero viene del campo popular. A veces uno le encuentra cosas desafinadas que a mí me encantan. Justamente en este libro, Los siete locos, son tipos que creen que van a solucionar el problema del mundo, van a hacer un partido político y la revolución. Cuando él le dice: ¿sabe que usted se parece a Lenin?, el otro se va y no lo contesta en este libro. Me parece que hace una operación muy interesante porque no contesta nada, pero en el otro libro le dice: “sí, pero Lenin sabia para dónde iba”. Esa es mi sensación, estos locos no sabían para dónde iban, pero los políticos que nos manejan tampoco y Arlt te lo permite entender con los dos libros.