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Escribe Fernando Aramburu que cuando se le extravía su niño interior sabe en dónde encontrarlo: va directo hacia los sabores dulces. A veces, cuando el adulto y escritor prestigioso que es hoy está agobiado, ese niño interior lo convence de pisar un charco o de ir a buscar una rama al bosque o de pasear por el mar. A veces también lo interrumpe y dice por él cosas que no debe o que lo hacen quedar en ridículo; “no pasa un día sin que me haga notar su presencia escondida”.
En otras ocasiones, cuando por ejemplo piensa en su padre, “su recuerdo es lluvia”. Las noticias le dicen que hay sol, pero él oye llover, va de prisa a la ventana a comprobarlo y ve la luz que brilla y a los pájaros protegiéndose del calor. Entonces comienza a buscar en su propia casa, quizás estén cayendo gotas adentro en alguna parte, pero el agua que cae viene de otro tiempo: “Al fin descubro, padre, que soy yo el que no ha parado de llover”, escribe Aramburu. “Esta lluvia que tanto penetra y tanto hiere está cayendo en el pasado, y no nos va a mojar ni a ti ni a mí ni a nuestras sombras ya para siempre separadas”.
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Autorretrato sin mí (Tusquets, 2018) es el libro más reciente del autor de Patria (2016), la gran novela sobre las relaciones entre dos familias en el País Vasco en medio del conflicto con ETA, de la que estuvo hablando en el Hay Festival en Cartagena 2017. El libro ya lleva treinta y dos ediciones, y de él se estrenará una serie en HBO. Además obtuvo el Premio de la Crítica de Narrativa Castellana y el Premio Nacional de Narrativa en España. Después de ese conjunto de emociones, de voces y sentimientos encontrados que se sienten al leer Patria —que es una lección de perdón, de familia, de vida, de literatura—, daba muchísima curiosidad seguir leyendo a este escritor.
Su autorretrato está dividido en pequeñas entradas que abarcan su vida: niñez, familia, amor, paternidad, vocación. En el primer fragmento, el autor se desdobla y habla de él mismo como el hombre que lo obliga a madrugar para cumplir su sueño adolescente de ser escritor, el que no tiene libros en casa de sus padres pero quien se encargará de que los haya, y el que piensa junto a unos amigos que “así como se hace literatura con los guijarros de la vida, podíamos hacer la vida con las llamas de la literatura”. Aramburu toma distancia para hablar de sí mismo, y así nos permite conocerlo a través de entradas, de una o dos páginas, que podrían pensarse como cortometrajes algunos, fotografías o microrrelatos otros.
Su esposa es la Guapa, así la llama él. Ella está aun cuando no es nombrada, cuando el lector imagina a Aramburu solo y concentrado en su trabajo diario de escritor, o cuando camina por la calle, o mira por la ventana y observa la nieve. Están juntos desde que él la vio en la puerta de su apartamento de estudiante universitario en Zaragoza y dejó atrás lo que ya conocía y le agradaba por irse detrás de ella. Desde entonces viven en Alemania: “La Guapa es presencia, esencia y perfume. No es solo que la quiera, sino que, además, me cae bien”. Así cierra una entrada preciosa que le dedica. Aunque sus lectores ya habían leído otro resumen de su historia en la carta dirigida a ella y publicada en El País de España: “A veces me pregunto qué forma habría tenido mi vida sin ti. No me respondo. ¿Para qué si no me importa nada la respuesta?”.
Aparte de la belleza del contenido del libro, el objeto en sí también lo es. Tapas duras y hojas gruesas con una ¿huella de un tronco de árbol? dorada en la tapa de color blanco.
Fernando Aramburu trabaja con las palabras, de las que dice que son además baratas y de todos, pero hay que conocerlas, intentar dominarlas a costa de esfuerzo constante y de mucha soledad. Es “un hombre entregado al arte laborioso (que es oficio y es pasión y es juego) de expresarse por escrito”. Las palabras determinan su vida, le dan un sentido: “Me la hacen soportable y a ratos, no tengo por qué ocultarlo, grata”.