La historia de “Virus tropical”, la película

La cinta, basada en el cómic homónimo de la dibujante caleña Powerpaola, tardó cinco años en terminarse. Más de mil dibujos animados y una banda sonora original componen esta pieza audiovisual.

Manuela Espinal Solano
22 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Santiago Caicedo, director de la película “Virus tropical”, y Powerpaola, la dibujante de la historia. / Juan Bernardo Silva Wartski
Santiago Caicedo, director de la película “Virus tropical”, y Powerpaola, la dibujante de la historia. / Juan Bernardo Silva Wartski
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Luces, cámara, acción: Quito, 1976. Plano general de la ciudad: montañosa, fría, llena de edificios. En una de tantas casas —en la casa— desayunan la mamá y la abuela paterna de Paola. Sus hermanas mayores, Patricia y Claudia, entran en escena con el uniforme del colegio, van a clases. Paola, que es todavía una bebé, está sentada al lado de su abuela en una silla alta donde apenas cabe. La abuela besa a sus nietas al despedirlas, las niñas salen de escena. El micrófono se mete en la toma y alguien, desde afuera, grita: ¡Corte! Las luces se apagan y se prenden enseguida, el bebé hace un gesto de descanso, tira el tetero lejos y se quita el moño de la cabeza. La escenografía empieza a caer detrás de los personajes y del bebé sale una voz masculina con acento costeño que pregunta sorprendida: Oye, hermano, ¿qué pasó? El equipo empieza a desmontar la escena. El bebé desconcertado patalea y la voz que ordenó cortar le responde seca: “Se acabó el presupuesto”. El actor, furioso, todavía vestido de bebé, saca una petaca del bolsillo y bebe de ella.

Así comienza el video del crowdfunding de Virus tropical, estrategia a la que tuvieron que recurrir los productores de la película para poder terminarla.

En 2011, cuando Virus tropical, el cómic biográfico de la dibujante colombo-ecuatoriana Powerpaola (Paola Gaviria, 1976), es publicado por la editorial La Silueta, Santiago Caicedo, director de Timbo Estudio y amigo de la autora, le propuso que hicieran una película, que animaran el cómic. “Por un lado teníamos un grupo de gente que ya conocíamos, éramos amigos de hacía tiempo y no solo habíamos compartido trabajos, sino también cosas de la vida. Además, nos unían contextos: Adriana, mi esposa y quien musicaliza la película, es artista plástica como Paola; yo soy de Cali y parte de la película transcurre en Cali. En pocas palabras, yo la molesto y la molesto y la convenzo”, cuenta Caicedo.

Paola se dejó convencer y, de paso, convencieron a Carolina Barrera, productora con la que habían trabajado juntos en el cortometraje animado Uyuyui (2011), que narra la historia de dos niños que son separados por la fuerza del viento y que luchan por reencontrarse.

“Era una idea muy arriesgada: una película animada para adultos, a blanco y negro, con poco sonido. Algo a lo que cualquier productor diría que no, porque es difícil. Pero cuando entramos en este proyecto teníamos los mismos intereses, sabíamos lo que queríamos: ni ser directores famosos, ni millonarios, queríamos hacer algo chévere y diferente. Lograrlo sería nuestro éxito”, dice Barrera.

El equipo se adentró en una aventura que duraría cinco años. Aplicaron en el 2012 a la convocatoria de desarrollo de largometrajes en animación que ofrece el Fondo Para el Desarrollo Cinematográfico Colombiano (FDC) y ganaron. Contaban con tres años para ilustrar y animar. En 2013, luego de ver que el trabajo les iba funcionando, aplicaron a la convocatoria de producción que ofrece el mismo fondo y ganaron otra vez. No les debían dinero a terceros ni trabajaban según el calendario de alguien más, la película sería completamente colombiana y suya. El trabajo se les fue alargando y pasaron cinco años en los que no pararon de dibujar, animar, vectorizar y musicalizar, pero la película no estaba lista todavía.

“Yo me dediqué por completo a dibujar durante cinco años para la película. Por medio del guion sabía qué tenía que hacer y terminé haciendo como cinco mil dibujos. Dos veces al año viajaba desde Buenos Aires y me encerraba con los animadores en el estudio de 7 de la mañana a 5 de la tarde a trabajar juntos; si yo no viajaba, lo escaneaba y se los mandaba. Luego ellos vectorizaban a los personajes, ponían todo en escena y lo animaban. Fue medio una artesanía digital todo el proceso”, dice Powerpaola.

El hecho de que el tiempo se extendiera de más, afectó también la calidad de los dibujos y las animaciones: “Teníamos tres años para animar, pero con el paso del tiempo te das cuenta de que las primeras animaciones se ven diferentes a las nuevas: las recientes tienen más vida, tienen más movimiento. Entonces tuvimos que hacer reanimación”, dice Barrera.

“Lo que yo hice, que nos funcionó, fue que cuando hicimos la grabación de voces, pusimos a todos los actores también en situación. Si en la película los personajes están alrededor de una mesa, los actores también lo están. Esto con dos objetivos: primero, que los doblajes fueran más realistas, y segundo, sacar de lo que grabamos muchos movimientos y copiarlos en la animación; los gestos nos servían para resolver dudas de cómo se verían algunos movimientos en la vida real. Es decir, hicimos toda la película más de dos veces”, cuenta Caicedo.

Para efecto de todo esto, el equipo recurrió a una estrategia de producción llamada crowdfunding (o financiamiento colectivo), en la que las personas pudieron aportar a la película cualquier suma de dinero y con base en esto se les dio una recompensa. Usualmente las recompensas más altas de esta estrategia estaban entre figurar en los créditos de la película y aparecer como un extra, cosa que puede sonar difícil en una película animada, pero que pasó en Virus tropical.

“Teníamos un cronograma de plata que no dio para más, entonces tuvimos que conseguir más. Ahí fue cuando surgió la idea del crowdfunding. Nuestra meta eran 20 mil dólares y logramos 11 mil, que para el tipo de proyecto es difícil. Logramos pasar del 50 %, que es la mínima meta que se busca en esta clase de estrategias. La lista de agradecimientos es más larga que la de animadores. Las personas estaban ansiosas por aparecer en la película, le enviaban sus fotos a Paola y ella los dibujaba”, cuenta Barrera.

A pesar del miedo inicial por producir una película con estas características, el proyecto ha sido muy bien recibido y ha tenido varias apariciones en festivales internacionales: “Yo no sé si vivo en una burbuja o en un contexto muy particular, pero no siento que el medio sea despectivo con esta clase de producciones. De hecho, lo que pensamos de que a la gente no le iba a gustar o que no lo iban a aceptar, resultó ser un invento. La gente necesita ver y leer cosas distintas, otras maneras, otras voces, otro lenguaje, otros formatos. Diversidad e imaginación. Estamos un poco cansados de las mismas fórmulas para hacer las cosas”, cuenta Powerpaola.

“Esta película está pensada como un proyecto artístico: la hicimos como nos dio la gana, con la gente que nos dio la gana. Sin preocuparnos por cómo la íbamos a vender o quién la iba a ver. Era algo que todos queríamos hacer con mucha pasión y creo que el resultado lo demuestra, porque no encaja en ninguna parte y es un poquito incómoda al ser una película a blanco y negro, animada, medio boceto, muy punk. Que la gente la haya tomado bien es una nota, es una fortuna. Todo este tiempo y esfuerzo, a final de cuentas, da frutos”, dice Caicedo.

El equipo ha hecho un recorrido por festivales de cine del mundo, empezando por la primera versión del Animation is Film, en Los Ángeles, seguido por el Festival Internacional de Cine de Berlín, apareciendo más tarde en el Ficci y cerrando en el South by Southwest en Austin, Texas, antes de ser preestrenada oficialmente en Colombia en el Festival Entreviñetas de Medellín.

La película no podría ser excepcional, no podría ser sorprendente ni dramática en extremo. Es el sencillo relato de la vida, de las travesuras de infancia, del primer amor, del colegio y su rutina estática y agobiante. De los padres, de su vida que a veces parece tan ajena, tan lejana. Y a pesar de esto, a pesar de que es lo que vivimos a diario, de que nuestra vida puede ser hallada dentro de las mismas líneas y guiones de la película, a pesar de que este relato podría —y puede— pertenecer a cualquiera, queremos quedarnos entre el blanco y negro, entre el movimiento lento y forzado de los dibujos, en la música nueva e incisiva que, como la película, no puede catalogarse en ningún género. A pesar de que es la vida en su forma más corriente y plana, hay algo en la película que nos hace querer volver, querer estar, no irnos.

“Virus tropical”, la película, ya está en las salas de cine de Bogotá, Medellín y Cali.

Por Manuela Espinal Solano

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