“La realidad es el territorio del caos”

“Que nadie duerma” (Random House) es la nueva novela del español Juan José Millás. Lucía, personaje principal, suscita reflexiones sobre la forma en que concebimos la actualidad.

Andrés Osorio Guillott
12 de octubre de 2018 - 02:00 a. m.
Juan José Millás, escritor y periodista español./ Crédito: Juan Felipe Vásquez
Juan José Millás, escritor y periodista español./ Crédito: Juan Felipe Vásquez

Sobrio, quizá lleno de inquietudes en su interior. Por fuera refleja un estado apaciguado, tranquilo, como si se hubiera rebelado contra el tiempo mismo que nos dicta vivir con el afán de producir. Habla y su hablar lleva implícita la reflexión. Impera el camino desandado, ese al que con el paso de los años se vuelve una y otra vez. Mirada en retrospectiva para entender por qué llegamos a este punto. Detrás de sus lentes, ojos inquietos que han hallado con precisión las vicisitudes de una era convulsa y un tanto esquizofrénica. Así se muestra Juan José Millás.

Sostiene el libro. Lo observa en silencio. Se reserva las palabras porque entiende que el libro, la historia, se cuenta por sí sola y se vuelve ajena al lente del autor. Respeta a sus personajes y no habla por ellos, los comprende como seres humanos con padecimientos y pasiones como él. Nada está escrito y toda la trama se desenvuelve conforme suceden los hechos, conforme se comportan sus personajes.

“Uno no sabe muy bien qué decir... Las cosas van encajando. Yo no trabajo planificando; es decir, yo no hago un programa y luego me atengo a él. Las cosas van llegando y nunca sé qué va a pasar en la página siguiente, en el capítulo siguiente. Jamás sé cómo va a terminar el libro. Pero las cosas van enganchándose. Yo había empezado, por ejemplo, cuando estaba tomando notas sobre el personaje de Lucía y tuve la casualidad de que llegó a mi edificio un vecino que ponía mucha ópera y a mí no me gustaba”, afirma Millás.

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Lucía, el personaje principal, carga consigo dos símbolos que fortalecen la narrativa del autor y su posible visión de la realidad y de la condición humana. Por un lado, la mención de la ópera Turandot y la afirmación del personaje al declararse un pájaro, exaltan una metáfora de libertad que se asocia con la acción de volar. Esto construye un perfil de la protagonista en el que, por un lado, existe una referencia autobiográfica, tal como lo menciona el autor en la entrevista, y por el otro, se puede evidenciar el carácter ficcional al construir un personaje que se debate entre su propia monotonía y su anhelo de libertad y emancipación de una vida determinada y encadenada a un trabajo, a un mismo camino y a un libreto que no posee peripecias ni altibajos.

La ópera Turandot, el mito de Prometeo. ¿Por qué estos referentes culturales en la novela?

Me emocionó tanto que compré el libreto de la ópera y empecé a ir. Y me di cuenta de que esta princesa china (Turandot) tenía muchos rasgos en común con mi personaje. Y me pareció bien que esta mujer escuchara la ópera gracias a un vecino también. Ese es un dato autobiográfico y del que a partir de ahí empezaran a suceder una serie de casualidades. Unas casualidades que no tienen significado y que solemos llamar sincronicidades, porque no nos resignamos a que no tengan sentido. Es una experiencia muy común. La novela está construida a partir de “casualidades” o sincronicidades que van dando sentido a la acción.

La literatura está plagada de híbridos entre experiencias personales y relatos ficcionales que nacen de otros relatos o de imágenes que suscitaron nuevos destinos. Que nadie duerma es, tal vez, un resultado de pequeños recuerdos del autor que se asocian a sucesos insospechados y que por ser insospechados generaron un vuelco en la cotidianidad misma. Ahora, esos encuentros directos con el arte, y entiéndase por arte una infinidad de manifestaciones que se dan por medio del canto, la pintura, el relato y la palabra, suscitan la imaginación, la proliferación de universos que se subordinan a nuevos destinos, en senderos indescifrables por la fuerza de un azar que, paradójicamente, determina el acontecer de la humanidad.

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¿Cómo juegan el papel del destino y el azar en su novela?

La vida está absolutamente dominada por el azar, lo que pasa es que esa idea nos resulta insoportable. Las casualidades significativas son una forma de destino. Borges decía que el destino quizá sea un modo de causalidad cuyas leyes ignoramos. Y a veces esas leyes salen a la superficie y dan sentido a la existencia. Y precisamente lo que intenta hacer la novela es buscar el destino por debajo del caos, porque la vida diaria, lo que ves a tu alrededor, se vuelve absurdo. Nada tiene que ver con nada. En la vida diaria todo es contingente, todo puede pasar o puede no pasar y no sabemos de qué depende que ocurra o no. La novela es el territorio de la necesidad, mientras que la realidad es el territorio del caos. Y justamente, dentro de esos juegos de lo determinado, el lenguaje pasa a convertirse en un patrocinador de lo cotidiano que se enfrenta constantemente al azar como ley del tiempo y del devenir.

“En la vida cotidiana no hay comunicación. Hay un simulacro de comunicación. Es el lenguaje lo que nos dice lo que tenemos que decir. Precisamente la tarea del escritor es romper esos circuitos. Es dejar de ser hablado para hablar”.

Uno de los postulados más relevantes de Millás, en el que también se pone en tela de juicio la concepción del tiempo y su acontecer, parte de la idea de “desactualizar la realidad”. Deconstruir el tiempo, y volver a otros instantes en los que la convivencia era menos superficial y más arraigada a la sensatez de nuestra esencia, refleja una posible mirada melancólica, que se aparta del desenfreno de la actualidad para observar el mundo sin asistir a la necesidad de los resultados inmediatos y los valores efímeros. Esa misma mirada melancólica, y no menos crítica, rompe con los circuitos que menciona el autor y quebranta cualquier pretensión de lo que ya está dicho, de lo que ya está establecido, de manera que lo sólido se desvanece y se diluye para retrotraer una realidad que se nos escapa y se convierte en el elemento más fuerte de lo incierto, lo azaroso y lo indeterminado.

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Por Andrés Osorio Guillott

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