Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Aunque en la realidad no hubo más de dos o tres disparos, y fueron al aire, y los revolucionarios rojos, apenas más de cien, subieron a tomarse el poder por una escalera muy angosta para refugiarse de posibles retaliaciones, en la ficción los bolcheviques irrumpieron en el Palacio de Invierno de Petrogrado a punta de tiros, palos, patadas y puños, y eran miles y dispararon contra guardias que jamás se les opusieron, e hirieron a algunos, y rompieron varios jarrones de Sèvres, y usaron la escalera que se había usado hasta entonces, 1917, para las procesiones estatales del zar. La realidad, diría Sergei Einsenstein, había sido demasiado poco creíble. Por eso él la maquilló. Contrató a miles de veteranos de la guerra civil y volvió Historia lo que imaginó. Cuando terminó de rodar la escena de la escalera y de la toma, un anciano que parecía haber estado allí desde los tiempos de Pedro el Grande le dijo: “Su gente fue mucho más cuidadosa la primera vez que se tomaron el palacio”.
Octubre fue una de las obras maestras de Einsenstein, su forma de contar lo que ocurrió el 25 de octubre de 1917, y las razones por las que ocurrió. Su fuerza era la fuerza de la yuxtaposición de imágenes; la utilización de los mitos y la resurrección de los viejos símbolos rusos, en contraste con la opresión y brutalidad de los ejércitos del zar. Él las mezcló para contar que la vida en la Rusia de antes de Octubre era una vida de privaciones, de dolor, de venias impostadas a zares más impostados aún. Conjugó decadencia con revolución, vida nueva con viejas explotaciones, y le apuntó a la conciencia de los espectadores. Sin embargo, cuando la estrenó, en 1928, Rusia ya no era la vieja Rusia, era la Unión Soviética. Lenin había muerto, y con su muerte, parecían haber muerto las viejas esperanzas y la utopía. Trotski comenzaba a huir por el mundo, perseguido por Stalin, y Stalin empezaba a regar de sangre el país. El día del estreno de Octubre, pegó un manotazo de ira porque Einsenstein había incluido a Troski en algunas escenas.
Pasados unos días, él, Stalin, a través de su aparato burocrático de propaganda, atacó a Einsenstein y su filme porque no había héroes individuales que enaltecieran la revolución, porque el montaje había sido muy al estilo de la escuela formalista, condenada por el régimen, pues pretendía que el cine y el arte fueran fáciles; porque el papel de Lenin lo había interpretado un actor natural, un obrero de apellido Nikandrov, y por Trotski, sobre todo por Trotski, a quien le había declarado la guerra, a quien deportó, persiguió y acabó por asesinar en 1940 desde la mano y un piolet de un anarquista español llamado Ramón Mercader. “Nuestras películas deben ser ciento por ciento ideológicamente correctas y cien por ciento comercialmente viables”, era el eslogan del régimen soviético. El arte como instrumento empezaba a desplazar al arte por el arte. Desde Octubre, más allá de Octubre, el cine soviético se inundó de comedias románticas, musicales, aventuras bélicas y westerns, que en realidad eran easterns, como Chapaiev, la cinta favorita de Stalin, quien solía recitar parlamentos completos cuando se reunía, u ordenaba reuniones, con sus camaradas.
Einsenstein había llegado a Petrogrado en 1915. Nacido en Riga, donde se había empapado de un sinfín de estilos modernos y de la cultura de miles de alemanes, judíos y rusos que vivían allá, decidió emprender su largo viaje para estudiar Ingeniería. En 1917 vivió, tocó, sintió y aprehendió la fuerza de las multitudes, e incluso hizo parte de las manifestaciones bolcheviques de julio, que buscaban desestabilizar el gobierno provisional, instaurado en febrero. “Vi personas en muy mala forma, incluso con un estado físico que no les permitía correr, lanzándose a toda velocidad”, recordaría muchos años más tarde, y añadiría: “Los relojes de cadena se salían de los bolsillos de los chalecos. Las cigarreras volaban de los bolsillos laterales. Bastones. Bastones. Sombreros panamá (…). Mis piernas me llevaron fuera del alcance de las ametralladoras. Pero no sentía ni una pizca de temor (…). Eran días para la historia. Esa historia que yo tanto deseaba, a la que tanto quería ponerle las manos encima”. Muchas de las escenas de aquellas manifestaciones, las corridas, los tiros, los muertos, las estampidas, hicieron parte de Octubre.
En Octubre estaba él en cada uno de los bolcheviques, y estaba su padre, un importante arquitecto que se ufanaba de tener 40 pares de zapatos sólo para las ocasiones especiales. encima de los tejados o de los caballos disparándole al pueblo. Einsenstein escribiría, pasado mucho tiempo, que sus razones para haberse aferrado a la revolución tenían mucho más que ver con el odio a la tiranía de su padre y de todos los padres del mundo, que con las injusticias sociales. La revolución para él era derrocar a su padre, matarlo. Luego de que los bolcheviques se hubieran apoderado del Palacio de Invierno y del poder, y cuando los aristócratas rusos, unidos a los viejos terratenientes y a 14 ejércitos occidentales les declararon la guerra, él mismo se alistó como ingeniero en el ejército rojo, y peleó contra su padre, que se había enrolado en las tropas del bando blanco.
En Octubre, Einsenstein inmortalizó a los rebeldes, que eran él mismo, y plasmó las escenas de la Rusia de entonces, para que luego, una y mil veces, en diversas películas y documentales, se repitieran. Su película fue a la vez su testimonio, y su testimonio fue el punto de partida de la historia que se contaría sobre la revolución de los bolcheviques.
* Esta es la primera entrega de la serie Cinema 90, con algunas de las películas más emblemáticas de los últimos 90 años de cine.