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“Un día recibí una llamada. Yo estaba iniciando la universidad. Era un director de teatro para invitarme a una audición de Siervo sin tierra; alguien le había hablado de mí. El teatro era una casa tomada en la calle 47 con 13, aún tenía algunos vestigios de comuna: estaba sin agua, sin luz, pero con un gran futuro. Interpreté a Tránsito, pero no era la única; cuando me dijeron que yo haría el personaje, fue una gran alegría. Me fui al baño y celebré sola. En esa época no me conocía nadie”, recuerda Margarita Rosa Gallardo, quien tras un cuarto de siglo sigue en ese grupo como actriz y gestora, hoy conocido por muchos como Ditirambo Teatro. Aquel director era Rodrigo Rodríguez, serio y un poco tosco, quien se cautivó por el talento y la fuerza interpretativa de aquella actriz, su belleza y por supuesto su pasión por el teatro.
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Así inició una alianza que ha dejado memorables personajes a la escena teatral de la ciudad, como Gilma Tocarruncho, una campesina de Garagoa que llega a la ciudad en busca de un mejor futuro, pero sus sueños se ven frustrados por el abuso y el poder. “Ese personaje no era para mí, hacía parte de otra obra: La gallera de todos los santos, pero la actriz que lo interpretaba finalmente no llegó. Entonces yo terminé con dos personajes, uno entraba por una puerta, mientras el otro salía”. Pero tuvo tanto éxito, que fue necesario desarrollarlo y crearle una obra propia: Ni mierda pa’l perro, la cual lleva más de trece años en temporada permanente y ha realizado más de 600 funciones. Sus personajes siempre son mujeres fuertes y reales, con aristas y matices, como Elizabeth, de la obra Persona-Persona, una actriz que un día cualquiera decide dejar de hablar. “Durante toda la obra solo digo cuatro líneas; tengo una carga corporal tremenda. Para mí ha sido un gran reto, me he especializado en el manejo de la voz y no hablar me saca de mi zona de confort. Me gusta que cada personaje sea distinto y que tenga una historia en la que yo crea, con la cual me sienta vinculada”, concluye.
Fue flechada por el escenario y los personajes, pero su labor fue más allá. “Cuando esto empezó pasaba mucho tiempo en el teatro: estaba en los talleres de formación, también me hacía cargo de la cartelera, de vender boletas y hasta de hacer proyectos; eso era natural para mí”. Cuatro años después de su primera audición, además de ser actriz permanente, se desempeñaría como directora ejecutiva de Ditirambo, labor que la llevaría a promover la creación de la Asociación de Salas Concertadas de Bogotá y su Festival de Teatro, proyectos que actualmente son gestionado por Idartes. En el 2006 se vinculó con el sector oficial como asesora del Instituto Distrital de las Artes.
Desde ese momento sus días transitan del escenario a la oficina. “Lo público y lo privado están en dos orillas antagónicas; los artistas y el Estado siempre estarán en tensión. Hacer gestión en lo privado tiene un carácter profundo, está vinculado con la esencia de la creación. Y no hay recursos que alcancen para eso. En Colombia se han forjado proyectos de mucha relevancia desde allí. Cuando uno va a la otra orilla, debe ponerse la camiseta de artista y lograr que ese discurso cale en las instituciones, para que se vea reflejado y se les facilite el desarrollo de sus actividades. Es indispensable conocer la práctica artística para poder gestionar desde el Estado”.
Pero el camino no terminó ahí, pues desde hace poco menos de un año se ha colado en su vida otro tema de gran interés y es la Escuela de Espectadores. Establecer una comunicación directa y profunda con aquellos que asisten a una sala de teatro se ha materializado en un proyecto basado en la experiencia de Jorge Dubatti, en Buenos Aires (Argentina). El proyecto ya superó la fase piloto, con más de treinta participantes en sus tres etapas: el prefacio, el convivio y el charladito. “Nosotros buscamos que los espectadores vivan una experiencia grata, que vivamos juntos la obra. Queremos que tomen un papel distinto, que sean generadores de procesos, que sean multiplicadores del fenómeno teatral. Ditirambo es una tribu, un proyecto de vida. Mis hijos crecieron en el escenario, queremos que ese calor humano se sienta, que podamos construir juntos”, concluye.