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El 19 de julio de 2017 a las ocho de la mañana, Sebastián Scaffo abrió, como siempre, su farmacia Tapie, ubicada en la ciudad vieja, a pocas cuadras del puerto de Montevideo.
En el 315 de la calle 25 de Mayo, cientos de personas aguardaban, ansiosas, el momento en el que se abrieran las puertas del lugar.
Justo cuando metió la llave en la cerradura, Scaffo sintió un poco de susto. Lo primero que logró ver en medio de la morosa oscuridad invernal y a través del largo ventanal que funciona como fachada de la farmacia, fue un nefando tumulto de gente. Había cámaras, luces, micrófonos, antenas y muchos ojos puestos sobre él.
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Sabía en lo que se había metido, pero lo que nunca sospechó era que la decisión que había tomado fuera a cambiar por completo el rumbo de su carrera como farmaceuta. Era el primer día de venta de marihuana en las farmacias uruguayas adheridas al Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA).
La primera clienta, una chica de no más de 25 años, le dio las gracias y, antes de inmiscuirse en la gélida mañana, le dijo, agarrándole la mano: “un día de estos vengo y te convido un faso (cigarrillo de marihuana), sos un genio”. Ella nunca cumplió con su promesa, pero Scaffo la sigue viendo entrar por la puerta de su negocio dos veces por mes, para comprar exactamente lo mismo: 10 gramos de cannabis, una bolsa de filtros regulares y una cajita de hojillas king size.
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En el artículo 223 del Código Penal Uruguayo, firmado el 4 de diciembre de 1933, se estipula:
“El que, fuera de las circunstancias previstas reglamentariamente, ejerciere el comercio de substancias estupefacientes, tuviere en su poder o fuere depositario de las mismas, será castigado con seis meses de prisión a cinco años de penitenciaría.”
Esta fue la primera vez en la historia de la República Oriental del Uruguay que se aludió legislativa y prohibitivamente al tema de “narcóticos”.
El 10 de diciembre de 2013 —80 años y seis días después de esta mención— Uruguay se convertiría en el primer país del mundo en legalizar completamente el consumo, la venta y el cultivo de marihuana. Todo regulado y controlado por el Estado.
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En el 1483 de la calle Pérez Castellanos funciona la farmacia Darsena. Tres cuadras y media la separan de Tapie. El dueño del establecimiento se llama Juan Scaffo. Tiene 47 años y heredó el negocio de su padre. El mismo de Sebastián.
Los dos hermanos manejan el negocio familiar a la par: juntos, pero no revueltos. Cada uno administra su farmacia autónomamente. Juan decidió no vender marihuana. Sebastián, 13 años menor, sí. Ambos consumen recreacionalmente. Juan dice que resolvió no hacerlo por pura incertidumbre, no por prejuicio. Sebastián simplemente vio la posibilidad de apoyar el experimento de la legalización y se lanzó al vacío.
Antes de empezar a vender marihuana, Tapie tenía un índice de ventas relativamente bajo con respecto a Darsena. Hoy las dos farmacias tienen un nivel de ingresos paralelo. Vender marihuana es un buen negocio, concluyen los hermanos.
—Si vendo drogas desde hace 17 años, si vivo de esto ¿Por qué no vender marihuana, más cuando es legal? Cuando mi madre se enteró de que vendía marihuana dejó de hablarme por tres días, ella es una mujer de otra época y jamás va a entender que con la prohibición no se gana nada y por el contrario se pierde mucho. Varios clientes, sobre todo mayores que no están de acuerdo con nada de esto, ya no me compran y prefieren ir a lo de mi hermano, pero eso no me afecta, nunca pensé que pudiera llegar a atender hasta 600 personas en un día. Los días de despacho son una barbaridad, dice Juan.
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Uruguay es un arcano del progresismo. Un solitario enigma que sabe brillar en un continente sellado por estructuras sociales y morales altamente excluyentes y conservadoras. Arcaicas, si se quiere. La famosa separación entre el Estado y la Iglesia y el estímulo del capitalismo cuidadosamente orientado al paradigma de justicia social, parecen ser la clave de la “socialdemocracia” charrúa.
Además del deteriorado tema de la legalización de la marihuana, el pequeño país austral marca tendencia en varios aspectos que el resto de la región se empeña en omitir o, para ser más exactos, en repudiar. De esta manera, Uruguay detenta bajos —bajísimos— niveles de desigualdad, de pobreza, criminalidad y corrupción, prevalece una estabilidad institucional anhelada por cualquier sociedad, la seguridad es una bandera firme y garbosa, tiene una de las tasas de analfabetismo y mortalidad infantil más bajas del mundo, hay educación totalmente gratuita en todas las escalas académicas, el aborto es legal, al igual que el matrimonio entre personas del mismo sexo y, desde 1913, las mujeres pueden divorciarse de sus maridos simplemente yendo a un juzgado. No hay día de navidad, sino “día familiar” y la semana santa se llama “semana de turismo”.
En 176.215 km² (más o menos la sexta parte del territorio colombiano) conviven 3.5 millones de personas, 12 millones de vacas y unas 7 millones de ovejas. Es el país latinoamericano más envejecido y el que presenta la tasa de suicidios más alta. Uruguay, después de Francia, es el segundo país que más toma whisky en el mundo y el primero de la región en consumo de cocaína.
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Tapie es una de las seis farmacias montevideanas y una de las 13 de todo el país (hay más o menos 1100 en todo el territorio nacional) que vende la marihuana que el estado “agencia” a partir de manos privadas. Para poder comercializar cada farmacia interesada debe gestionar ante el IRCCA una resolución presentando un formulario de solicitud de dispensación de cannabis de uso no médico en farmacia, un testimonio notarial de habilitación vigente del Ministerio de Salud Pública y un certificado notarial de pertenencia y funcionamiento farmacéutico. Para ningún negocio es una obligación vender marihuana. Todo es decisión de los propietarios. Una vez por semana el movimiento en el negocio de Sebastián es desmedido. Filas que han alcanzado las tres cuadras se apiñan durante todo el día en busca de los 5 o los 10 gramos que cada usuario está autorizado a comprar semanalmente. Mensualmente son 40 gramos y al año nadie puede adquirir más de 480 gramos.
Cada bolsita viene termosellada y contiene 5 gramos. Su valor es de 200 pesos uruguayos (U$7) y, por ley, está exonerada de todo impuesto. Solo son dos las empresas que producen: Iccorp y Simbiosys y, a disposición del público, hay dos variedades instauradas: Beta 1 (Híbrido con predominancia sativa. THC: 9% - CBD: 3%) y Alfa 1 (Híbrido con predominancia índica. THC: 9% - CBD: 3%).
En toda la República hay 23.764 adquirientes. Un número que diariamente asciende —más o menos— un 0.2%. Para poder obtener el producto se necesita tener más de 18 años, contar con la cédula uruguaya vigente (o residencia permanente), una constancia de domicilio (recibo de servicio público o documento otorgado por alguna sección policial) e ir a alguna oficina del correo uruguayo a hacer efectivo el registro. Una vez allí se toman las huellas dactilares del solicitante para evitar suplantaciones y, al momento de la dispensación, garantizar el total anonimato del consumidor. Según el IRCCA ningún dato queda asentado en ninguna parte. De lo que se trata, simplemente, es de certificar que la persona interesada sea uruguaya y si no, que por lo menos esté viviendo legalmente en el país.
Cuando el usuario va a comprar, el farmaceuta solo le pide deslizar algún dedo en un lector de huellas dactilares concedido por el IRCCA. En una pantalla aparece la información necesaria para saber si la dispensación está o no autorizada y la cantidad de gramos, permitida. El usuario paga y se lleva su producto.
Sin embargo, la manera de acceder a la marihuana no se reduce a esta vía. El gobierno también permite el cultivo doméstico: máximo seis plantas (hembras) por cada casa-habitación para uso personal o compartido. La recolección de la plantación no debe superar los 480 gramos anuales. Cabe anotar que, sin importar la composición del grupo familiar y el número de habitantes del inmueble, no se puede realizar más de un cultivo y solo pueden ser titulares de este personas mayores de edad, ciudadanos uruguayos o residentes permanentes que tramiten la licencia (hasta por tres años) en el correo uruguayo. Cuando lo considere necesario, el IRCCA puede solicitar al titular del cultivo doméstico información sobre las variedades que cultiva, además de extraer muestras de las plantas para someterlas a estudio. De ninguna manera se pueden comercializar esquejes o semillas de cannabis sin previa connivencia de las jurisdicciones del IRCCA. En todo el Uruguay hay 8.523 cultivadores domésticos.
También existen los clubes de membresía, asociaciones civiles con personería jurídica certificada por la Dirección General de Registros del Ministerio de Educación y Cultura. Hoy, a lo largo y ancho del país, hay 92 clubes funcionando. Su objetivo es la producción de flores de cannabis para el uso recreativo de sus miembros. Cada club debe tener una sede específica para plantar, cultivar, cosechar, procesar y distribuir. A su vez, la asociación debe estar integrada por un mínimo de 15 y un máximo de 45 beneficiarios. La plantación está limitada a 99 plantas (hembras) y cada usuario no puede obtener más de 480 gramos anuales. Probablemente esta sea la mejor opción para los consumidores, ya que se detenta determinada libertad para el cultivo y la calidad de diferentes variedades con distintos porcentajes de THC y CBD, no obstante, esta figura requiere de procedimientos burocráticos y controles mucho más complejos y demorados.
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En Uruguay la marihuana es como el tabaco en el resto del mundo: en cualquier lugar del país, privado o público, se puede armar y fumar las veces que el usuario lo desee, pero el consumo en contexto laboral o académico está sancionado tanto como la conducción vehicular bajo los efectos de la droga.
La única limitación formal, y por demás muy consecuente para evitar el disparo del consumo, con respecto al tema cannabis en el Uruguay, es: “¡Se recuerda que se encuentra prohibida toda forma de publicidad, directa o indirecta, promoción, auspicio o patrocinio de los productos de Cannabis psicoactivo y por cualesquiera de los diversos medios de comunicación!”
Al principio no se sabía si la regulación de la marihuana impactaría sobre los usuarios con problemas de drogas, de hecho ese era uno de los argumentos más fuertes de los sectores que se opusieron a la despenalización pero, lo que sí se sabía, irrefutablemente, era que en 2006, cuando se reguló la venta de tabaco y se lanzó una campaña educativa sobre los daños que esa sustancia causa, el país entero fue testigo de la manera como decreció el consumo de cigarrillos.
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Tranquila y desierta, la ciudad de Montevideo goza de momentos tan calmos que el ruido más cercano puede ser el del galope metálico de una bombilla sobre su inseparable mate. O quizás lo que entorpezca la avenencia del panorama sea el estribillo de un viento cordial que hace cabecear dos arbolitos gemelos mientras arrastra algunas hojas sobre el asfalto.
En cualquier esquina se puede ver un niño dibujando su sosiego o una anciana contemplando el devenir de la calle, inmersa en un silencio más callado que el cine mudo. Desde cualquier azotea puede distinguirse el albor de un río que es un mar y un cosmos y una puerta abierta. Montevideo huele a vientre, a madera quemada y a marihuana. Uno no camina por sus calles, navega sobre ellas, con el timón de la propia sombra. En cualquier lugar surge una conversación, un comentario afable o un ofrecimiento:
-¡Cannabis! ¡Cannabis! –dice discretamente un cuarentón en la ciudad vieja.
-Sí. ¿cuánto vale lo que vendes y cuánto trae? –respondo.
-Tengo varias, pero la que te recomiendo es un 25 (25 gramos) de prensado paraguayo y te sale 1000 uruguayos (35usd) –dice llevándome por una calle desierta.
-¿Por qué la recomiendas?
-Es la mejor, te deja re loco… -sonríe- y señala el cielo.
-¿Mejor que la que venden en la farmacia?
-Ah bueno, eso es otra cosa, gurí, si vas no te la venden porque sos turista, en cambio conmigo todo es rápido y garantizado.
-¿Qué diferencia hay entre la que venden en la farmacia y la que tú ofreces?
-Flaco, yo te vendo directo de Paraguay, es la que fumo y la otra no sé, por ahí es más cara y más trucha…
-¿Cuánto tiempo llevas vendiendo?
-¿Me vas a comprar o no? –apunta serio-.
-Sí, pero no el 25, te compro un faso nada más, para probar, pero también quiero saber cosas…
-¿Qué cosas?
-Eso: cuánto tiempo llevas en el negocio, qué sentido tiene vender marihuana en un país en el que la venta es legal, si te va bien, etcétera.
-El fasito te sale en 100.
-Sí, dale.
-Mirá, ellos hicieron todo esto para acabar con el microtráfico pero no van a poder, no compiten con nuestros precios y tampoco pueden cubrir a toda la gente que consume… vos sabés cuánta gente se droga en Uruguay, loco, no tenés ni idea, este país anda en la luna, nadie puede drogarnos a todos, es más, con esto te digo todo: lo que menos vendemos es marihuana.
-¿Qué más vendes?
-Vos decime y yo te traigo: falopa (cocaína), hache (heroína) pepas (LCD), éxtasis, pasta base (bazuco). Llevo 12 años en esto, te hago el delivery al hotel o adonde vos quieras las 24 horas del día… mejor que una farmacia, ¿no?
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Juansé Gutiérrez nació en Cartagena de Indias hace 30 años. Desde hace cinco vive en Montevideo. Trabaja como director de arte en el gremio audiovisual de la ciudad. Dice que no podría vivir en un lugar que no tuviera costa y, aunque lleva muy bien su australidad, todos los inviernos hace lo posible por huir del país porque “los uruguayos tienen una forma de ser muy melancólica, muy sensible. Han desarrollado una especie de sentimiento trágico de la vida que se potencia con el frío y la niebla y esa condición, por lo menos a mí, me espanta”.
Juansé pertenece a un club cannábico. No pagó la membresía porque el consejo directivo de la asociación decidió, para completar el aforo mínimo y a modo de inauguración, invitar gratuitamente a amigos y conocidos. Tiene que comprar una cantidad mínima de marihuana al mes para que su estatus de miembro no se desactive.
Me reúno con él tres veces, tres días distintos. La idea es probar los tres tipos de marihuana que se producen tanto en el club al que pertenece, la que venden en las farmacias y la que se consigue en la calle.
Día 1: En un bar ubicado detrás del edificio de la presidencia de la República, con vista a la rambla, pedimos una cerveza y una porción de pizza mozzarella. Son las 10 de la noche. Juan arma un tabaco con las flores del club. El aroma es intenso, medio mineral y cítrico. La pitada es suave y al principio genera un estado de alegría, sencilla y abierta. A medida que fue pasando el tiempo, la sustancia, bien afincada en nuestros cuerpos, robusteció delicadamente nuestros sentidos y de a poco empezó a forjar una euforia que permitió la sociabilidad y la distensión. Tiene propiedades analgésicas dinámicas y una relación psicoactiva potente. Después de tres horas afloró un hambre leve que atajamos con más pizza. El sueño fue plácido y sosegado.
Día 2: Nos reunimos en la añosa casa de Juan ubicada en el céntrico barrio de Cordón. Un solar invadido de plantas de todas las formas y colores nos sirvió como escenario para probar la marihuana que se comercializa en las farmacias. 5 de la tarde. Acompañamos con mate y alfajores de chocolate. La sustancia es más maleable y menos aceitosa que la del día anterior. El olor es el acostumbrado y tiene pocas notas que puedan asociarse con dejos particulares. En la boca predomina un simpático gustillo a matorral. La sensación es tímida, tal vez por lo progresiva. Hay relajamiento y conexiones perceptivas con el entorno. El nivel de psicoactividad es justo y no genera ningún tipo de ansiedad. De repente nos vimos cantando canciones que Juansé interpretaba con la guitarra. Esto nos hizo pensar que quizá esta sustancia, en relación con la del club, contaba con factores de desinhibición un poco más elevados y con una clara acentuación cerebral. No generó un sobresalto de hambre contundente pero sí nos puso algo somnolientos. Es una experiencia placentera.
Día 3: Con el faso que yo había comprado en ciudad vieja nos dirigimos a una parrilla. Pedimos una parrillada completa y una cerveza. Nos sentamos en las sillas dispuestas en la vereda y fumamos. Adentro, el bar palpitaba por un juego de Peñarol. Le dicen prensado paraguayo porque viene como una piedra y procede de Paraguay. Es una sustancia muy seca (alguna vez escuché que para transportarla más fácil, solidificarla y deshidratarla en tiempo récord los traficantes la orinaban). Viene con muchas ramas y semillas. El olor es deslucido y penetrante y, además de marchitar la garganta, produce tos. La sensación es de embotamiento y la atención se dispersa. Pasamos largos minutos en silencio, comiendo o viendo el acontecer del lugar. Esto lo asociamos a un ligero estado de paranoia. Y ansiedad. Permanecimos en un injustificado estado alerta y la sed era inadmisible. También entramos en un laberinto de pereza insostenible. El sueño apareció con tics muy parecidos a los de las náuseas. Fue como recibir un golpe en la cabeza.
***Los uruguayos se la jugaron y les está funcionando.
Si bien no se ataca el microtráfico directamente, porque este vive de muchos otros productos impronunciables al lado de la palabra legalización, es cierto que el estado actual de la instrumentación de la ley de despenalización, por lo menos está poniendo al país a consumir una sustancia de calidad, garantizada por un ministerio de salud pública.
-Ahora solo queda que el estado uruguayo pueda intervenir las negativas bancarias para abrir cuentas en las cuales las farmacias vendedoras de cannabis puedan depositar su dinero y así hacer que todo siga su curso normal, mientras eso no pase, el prejuicio seguirá rondando una ley que sobresale mundialmente por lo genuina –señala Sebastián, mientras despacha 10 gramos de marihuana–.
Nota: todos los datos provienen de la última actualización del Ircca, hecha el 6-IV-2018.