Mario Benedetti: el verso como convicción y utopía

El pasado viernes 17 de mayo se cumplieron 10 años tras la muerte del poeta.

Andrés Osorio Guillott
21 de mayo de 2019 - 12:00 a. m.
El 14 de septiembre de 2020, el mundo celebrará 100 años del nacimiento del poeta uruguayo Mario Benedetti.  / Archivo particular
El 14 de septiembre de 2020, el mundo celebrará 100 años del nacimiento del poeta uruguayo Mario Benedetti. / Archivo particular
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Benedetti empezó a escribir a los siete años. La característica capacidad de preguntar en la infancia, la curiosidad y la intriga se trasladaron al papel que reunía la letra y los garabatos del pequeño mientras al fondo su papá sintonizaba en la radio los resultados del equipo de fútbol de Uruguay en los Juegos Olímpicos de 1928, versión en la que el seleccionado nacional ganaría y causaría en pequeños como Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia un gusto inquebrantable y acérrimo por los goles, la colectividad y la fiesta de una buena finta.

“No se puede contemplar sin pasión. Quien contempla desapasionadamente, no contempla”, decía Borges. Y Benedetti lo entendió a través del tiempo que nos mostraba más egoístas y menos humanos. El uruguayo escribía con pasión, para paliar sus angustias, y contemplaba el mundo con la distancia del poeta que respeta, que padece. Y entendió que contemplar más no implicaba vivir menos, por el contrario, contemplar le ofrecía un sentido mucho más profundo sobre la existencia suya, la existencia de los otros, la existencia de todos.

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Sus versos fueron puñales, como los puñales que cantó Milanés en el 73. Y esos versos filudos y letales llegaron a corazones nobles y también a corazones rocosos, macabros, que tiñeron las calles de sangre ajena y de sangre que circulaba en cuerpos valientes que luchaban por volver a los sueños de antaño, a la cooperación y no a la competencia.

Su tinta fue transgresora de ideales y también de destinos. Como muchos poetas, Benedetti no estuvo exento de historias que cambiaron rumbos. Gracias a Inventario, libro que publicó en 1967, el uruguayo provocó casamientos, evitó suicidios y promulgó una poesía ligada al amor que salvaguarda y que construye añoranzas en tiempos tempestivos.

A mediados del siglo XX trabajó en el semanario Marcha, fundado por Carlos Quijano y cerrado en 1973 a causa de la dictadura que se instauró gracias al Golpe de Estado propiciado por Juan María Bordaberry el 27 de junio del mismo año. Durante su tiempo en Marcha, Benedetti publicó La víspera indeleble (1945), su primer libro de poesía; así como también publicó Quién de nosotros (1953), su primera novela. Entre los sonetos de cubículos y la prosa arraigada a elementos comunes de la ficción con la cotidianidad, el uruguayo fue construyendo su narrativa, dibujando y desdibujando sus melancolías, sus memorias y los descuidos del alma.

El uruguayo escribió La tregua, una de sus novelas más queridas, con el asombro de la historia de su jefe, un hombre que doblaba en edad a la mujer de la cual se enamoró. Escribió de poesía recordando sus días como arquero, viendo aquel “fútbol limpio” que hizo feliz a su patria, que conquistó el estadio Maracaná en 1950. También escribió para que la poesía y la música fueran un solo arte, para que sus versos no solo fueran declamados sino también cantados, relatados y acompañados por las manos que hacen de los arpegios caricias del aire y el espíritu. 

El idilio de una Uruguay democrática se esfumó con las colillas de cigarrillos que dejaban a su paso los poetas e intelectuales que creían en la izquierda, que le apostaban a una revolución que desde La Habana había empezado a hacer eco con los gritos de liberación popular por parte de Fidel Castro, el Comandante Guevara y compañía. Inclusive, sobre el médico argentino que tomó las banderas de la insurgencia en Cuba, Benedetti le dedicó el poema Che 1997 que dice: “Lo han cubierto de afiches /de pancartas /de voces en los muros/ de agravios retroactivos
/ de honores a destiempo / lo han transformado en pieza de consumo / en memoria trivial / en ayer sin retorno / en rabia embalsamada / han decidido usarlo como epilogo / como última thule de la inocencia vana / como anejo arquetipo de santo o satanás / y quizás han resuelto que la única forma / de desprenderse de él / o dejarlo al garete / es vaciarlo de lumbre / convertirlo en un héroe / de mármol o de yeso / y por lo tanto inmóvil / o mejor como mito / o silueta o fantasma/ del pasado pisado / sin embargo los ojos incerrables del che / miran como si no pudieran no mirar / asombrados tal vez de que el mando no entienda/ que treinta años después sigue bregando / dulce y tenaz por la dicha del hombre”.

La militancia de aquel entonces empezó a hacerse desde una poesía de armas tomar, de métricas que invitaban a no creer en esa quimera llamada “fantasma del comunismo” que se promulgaba desde las bases del nuevo orden mundial, del nuevo sistema que más que sistema fue un estilo de vida enclaustrado en el metro cuadrado y en la seguridad de un progreso individual que apela al ego y destierra los actos bondadosos de trabajar con el otro.

Las acciones del poeta eran consonantes con sus letras. En sus días instaló una pelea frontal contra el desprestigio de una clase media, de una población que se hacía más pobre y más desfavorecida por gobiernos que vendían seguridad y desarrollo económico mientras que debajo de las mesas y los manteles manchados de sangre se mataba y se desaparecía a todo aquel que defendiera intereses colectivos y obras humanitarias. Mientras que Benedetti construía en la poesía un asilo para el amor y la esperanza, en las calles y en las aulas consolidaba una nueva utopía en la que cada simpatizante del Movimiento 26 de marzo (del cual el poeta fue cofundador) colocaba un ladrillo a la izquierda para conformar un efecto en masa que respondiera por la dignidad de los que consideraban marginales e inútiles.

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Sin embargo, con la llegada de Bordaberry al poder, Benedetti y la cultura uruguaya, cercana a los ideales de izquierda, tuvo que ocultarse entre sombras. Un movimiento artístico y literario se escabulló en cuestión de días, y mientras unos murieron o desaparecieron sin dejar rastro ni esperanzas, otros se exiliaron para nunca volver a ser los mismos, para abandonar una patria que en épocas de dictadura se desvanece y se pulveriza, negándose a ser la misma de antes y tergiversando lo que el poder llama soberanía.

Cuba, Argentina y España fueron los países en los que Benedetti alternó su presencia y alteró su esencia que no se había ido nunca de la Uruguay de 1970 para atrás. En todos y cada uno de los países agregó elementos a su poesía, a su prosa, a su obra melancólica, amorosa y valiente. Enfrentó el exilio por más de 10 años. En Desaparecidos habló de los ausentes: Están en algún sitio / concertados / desconcertados / sordos / buscándose / buscándonos / bloqueados por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños sus olvidos / quizá convalecientes de su muerte privada / nadie les ha explicado con certeza / si ya se fueron o si no / si son pancartas o temblores / sobrevivientes o responsos. / Ven pasar árboles y pájaros / e ignoran a qué sombra pertenecen. / Cuando empezaron a desaparecer / hace tres cinco siete ceremonias / a desaparecer como sin sangre / como sin rostro y sin motivo / vieron por la ventana de su ausencia / lo que quedaba atrás / ese andamiaje / de abrazos cielo y humo. / Cuando empezaron a desaparecer / como el oasis en los espejismos / a desaparecer sin últimas palabras / tenían en sus manos los trocitos / de cosas que querían. / Están en algún sitio / nube o tumba / están en algún sitio / estoy seguro / allá en el sur del alma / es posible que hayan extraviado la brújula / y hoy vaguen preguntando preguntando / dónde carajo queda el buen amor / porque vienen del odio”.

Y, enfrentándose a un nuevo mundo, en Andamios, a través de su personaje insignia, Javier Montes, el autor se refirió también a la derrota de quienes esquivan la represión, el autoritarismo y la pérdida de la libertad. En la poesía y en la novela plasmó lo que él llamó su desexilio, su confrontación con un regreso, con un retroceso, con un tiempo anacrónico que pide un auxilio del pasado que jamás vuelve de la misma manera y que anda y desanda un presente incompleto, incoloro, insonoro.

Desde su regreso Mario Benedetti no abandonó a Montevideo. Allí siguió hablando de memorias, de luchas, de frustraciones, de literatura con Juan Carlos Onetti, un cómplice en el tintero. Desde allí siguió escribiendo poemas imaginando los acordes precisos de Joan Manuel Serrat, el cantante que se unió al uruguayo por Un Sur, por un punto en el mapa en el que las confesiones suenan a melodías de guitarra y a palabras declamadas. Desde la intimidad de su casa, ubicada en la avenida  Zelmar Michelini, llamada así en honor a la memoria del político asesinado en Argentina en 1976, Benedetti convivió con su amor de siempre, con su amor de silencios, de mundos románticos y de sueños realizados, Luz López Alegre.

Por Andrés Osorio Guillott

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