Notas pedagógicas para una sociedad en crisis (VI)

El presente escrito hace parte de una serie de reflexiones como maestro, sobre la relación entre la educación y la vida, como sustrato de una consciencia para una sociedad equitativa y tolerante.

Guillermo López Acevedo
31 de enero de 2020 - 04:00 p. m.
¿Cómo se le puede dar forma a una educación para construir un hombre íntegro e integral, cuyo perfil antropológico este diseñado a partir de las singularidades étnicas y multiculturales que presentan sus habitantes, así como sus necesidades vitales y las del medio en que se desarrollan? / EFE
¿Cómo se le puede dar forma a una educación para construir un hombre íntegro e integral, cuyo perfil antropológico este diseñado a partir de las singularidades étnicas y multiculturales que presentan sus habitantes, así como sus necesidades vitales y las del medio en que se desarrollan? / EFE

La búsqueda del conocimiento debe ser “una aventura del alma”, como lo señaló en su momento Anatole France, debe estar imbuida por un espíritu de exploración constante, acompañada de un ánimo desaprensivo, indagador, curioso y aventurero. La educación como herramienta exploratoria debía haber sido fascinante y apasionada, liberadora, sin rasgos competitivos, más allá del esfuerzo por superarse a sí mismo en cada reto, y sin embargo, la convirtieron en un laboratorio inexpresivo, formulario, memorístico, mecánico e insanamente competitivo, basado en un sistema industrial, de masas, evitado solo por quienes pueden detentar un salario decente y pertenecer a otro tipo de país. Para ello el aspecto disciplinario tomó una relevancia exagerada y autoritaria como dogmático, que no era otra cosa que el reflejo de un modelo más amplio de vida y sociedad, pero que nunca tuvo ni ha tenido, la menor intención de consolidar la creación y conformación de un modelo educativo hecho para nosotros: si hemos de llamar colombianos por constitución, a todos aquellos que por nacimiento, vida y cultura, han formado parte de este territorio llamado Colombia. Aquí nunca ha existido un interés real por construir un país, una nación a la que ni siquiera se le debería llamar Colombia, pues ello significa la tierra de Colón, quien descubrió para los europeos un territorio que ya estaba descubierto por nuestros ancestros indígenas. Ellos lo llamaban Abya Yala o el mundo Antiguo.

Los gobernantes siguen mirando nuestro destino como un problema exclusivamente económico, han implantado desde los altares del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, las políticas educativas que deben contribuir al mantenimiento de este sistema económico, en últimas un sistema bancario, que al igual que en la medicina tratan a estudiante y paciente como cliente. Si lo miramos un poco más a fondo, veremos cómo en nuestras instituciones educativas escolares y universitarias, los modelos pedagógicos varían en un sin número de propuestas que obedecen a las políticas de un país inducido por todo y todos lados, sin un claro derrotero criollo y para criollos, es decir, un país en venta. ¿Cuánto ha avanzado Colombia en materia de investigación científica? Sólo basta mirar los rubros destinados a la guerra frente a los de investigación y educación, es decir, más esfuerzos y

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dinero por la guerra y la destrucción, que por la Paz, la vida y la cultura. María Montessori decía que el esfuerzo de la educación estaba en lograr una paz duradera, mientras el filósofo madrileño José Ortega y Gasset señalaba “...tanto de paz hay en un Estado cuanto hay de Universidad; y sólo donde hay algo de Universidad hay algo de paz”, porque aquí paz es sinónimo de la cultura como algo consagrado a la vida, la realidad radical y el primer valor a defender a instancias de su brevedad y significado.

Lo que hemos necesitado educar, es la “sensibilidad vital” de un pueblo lleno de posibilidades multifacéticas y creadoras, las cuales se han metido por el embudo de una política a destajo ego-capitalista, homegenizante y negadora de nuestra propia identidad, pues todo lo que se hace esta parametrizado por la economía y los estándares extranjeros sobre la falacia de la globalización, que no es más que otro nombre para lo mismo. De esta manera, nuestro destino vital como nación dista mucho de ser deseable, en la idea de tener un país inclusivo y honestamente democrático, por lo cual resulta comprensible preguntarse ¿por qué se desalienta en la escuela a quien quiere pensar?, ¿Por qué se le concede más importancia al conocimiento que al pensamiento? O como muy bien lo cuestiona el pensador chino Lin Yutang en su hermoso libro “La importancia de vivir”, cuando hace su análisis sobre la cultura occidental: ¿por qué ha torcido el sistema educacional la placentera búsqueda de conocimientos para convertirla en un mecánico, medido, uniforme y pasivo amontonamiento de informaciones?, ¿Cómo damos en decir que un universitario es un hombre educado, solo porque ha cumplido las unidades u horas necesarias en psicología, lógica o “religión”?, ¿ Por qué hay clasificaciones y diplomas en las escuelas, y cómo ha podido suceder que en el ánimo del estudiante las clasificaciones y los diplomas lleguen a ocupar el lugar de la verdadera meta de la educación? Y concluyo con esta inquietud: ¿Cuál debe ser esa aventura del “alma criolla” que construya a ese hombre nuestro, como lo soñó Bolivar?

Por Guillermo López Acevedo

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