Octavio Escobar Giraldo: "El viaje es una gran metáfora para las artes"

El escritor y médico manizaleño, que hace parte de los invitados al Hay Festival de Cartagena que empieza hoy, publicó recientemente “El viaje del príncipe” (Panamericana), su nuevo libro de literatura infantil.

Andrés Osorio Guillott
30 de enero de 2020 - 01:30 a. m.
Octavio Escobar Giraldo, quien ha escrito libros como “De música ligera” y “Mar de leva”. / Cortesía
Octavio Escobar Giraldo, quien ha escrito libros como “De música ligera” y “Mar de leva”. / Cortesía

“Para mí, la medicina y la literatura son dos formas de relacionarse con los seres humanos de maneras que implican observación, curiosidad y respeto. El médico tiene que ser sensible a las historias de sus pacientes, y el escritor, como querían los naturalistas, sueña con que sus personajes vivan más allá de sus propias determinaciones, como si fueran seres independientes. Para el médico es muy importante saber escuchar y saber descubrir, y creo que ambos aspectos son cruciales a la hora de sentarse frente al computador”, dice Octavio Giraldo, un hombre que ha sabido responder a las exigencias de dos campos que se dedican a salvar vidas de múltiples formas. Tal vez habría que debatir si la literatura tiene en realidad una funcionalidad y si dentro de esta se encuentra salvar una vida. Lo cierto es que las obras, como también lo dirá el autor más adelante, cuenta con frases que pueden dar un giro a la existencia y a la forma en que la concebimos.

Muchos recuerdan “De música ligera”. ¿Cuál es la influencia de la música y cómo se da ésta en el ritmo de la escritura?

Las palabras no solo significan, también suenan, y cada escritor tiene su música, y ese es un aspecto que atrae o repele al lector. A mí me gusta sentir que mis novelas y cuentos fluyen con cierta velocidad, con cierta tensión, y creo que son esos ritmos los que me atraen simpatías o antipatías. Los temas importan, los personajes pueden ser atractivos o no, pero estoy convencido de que esa musicalidad, que a veces no percibimos de manera consciente, es la que hace que un libro nos atrape o se caiga de nuestras manos.

¿Cuáles son esos libros, esas canciones y esas películas a las que siempre vuelve y que puede considerar indispensables en su vida como lector?

Siempre Edgar Allan Poe y algunos cuentos de Lovecraft. Varias de las películas de Orson Welles y François Truffaut. Y, para ser sincero, momentos de libros y películas y canciones supremamente malos, pero a veces una sola frase, una escena, resuenan aislados, fundamentales. Scorsese, Blade Runner, Pink Floyd y The Beatles, las baladas románticas de los setenta y los ochenta, Charly García, Deep Purple, Bach, Fito, Serrat, Cortázar, Juan Carlos Onetti, Miles Davis, Tristes trópicos de Claude Levi-Strauss, la Semiología de Mazzei, que es un texto médico, Katherine Mansfield, Chandler, Élmer Mendoza, Daphne du Maurier, Hitchcock, Tarantino. Y tantos amigos que siguen estando allí con sus obras y que en los próximos meses me sorprenderán con algo nuevo. No menciono ninguno porque estoy seguro de que olvidaré al más sensible, pero creo que las dos últimas décadas de la literatura colombiana han sido, por lo menos, muy interesantes.

A usted le han preguntado mucho por su relación con la literatura de Conrad, pero quisiera saber cuál es ese autor escondido que admira y del que poco ha hablado... si es que lo hay.

Podría citar varios, pero creo que al que menos se relaciona conmigo, porque su escritura es muy diferente, es al mexicano Juan García Ponce. Un escritor muy reflexivo, crítico de arte y con un interés muy fuerte por el erotismo. Rafael Humberto Moreno-Durán, un escritor con el que yo tengo pocas coincidencias, decía que Crónica de la intervención es una de las grandes novelas hispanoamericanas del siglo XX. Mi querido amigo Jaime Echeverri dice que las novelas de García Ponce son Corín Tellado para intelectuales. Ahí se los dejo.

¿Por qué adentrarse en la literatura infantil? ¿Cómo llegó a este universo?

Yo escribí literatura juvenil, casi infantil, ya desde mis comienzos, un libro que se llama Las láminas más difíciles del álbum, pero después me dediqué a escribir otro tipo de textos. La amistad con Triunfo Arciniegas, inicialmente, y después con Irene Vasco y Pilar Lozano, fue el impulso que necesitaba para volver a concebir historias para lectores más jóvenes. Y ha sido un placer. Escucharlos a ellos, sobre todo a Triunfo e Irene, que han estado más cerca por diversas circunstancias, me ha hecho comprender la grandeza de una literatura que es juguetona y pertinente y respetuosa y profunda, pero sin aspavientos. Digna pero no pretenciosa.

El príncipe abandona sus comodidades y se da cuenta de que el mundo posee más problemas de los que podía observar. ¿Es este un mensaje implícito de la empatía que muchos hemos abandonado y que sería importante promover en los niños?

Supongo que sí. Yo quería que alguien que tiene su vida resuelta tuviera la posibilidad de ver el mundo de otra manera y de entender que no todos tienen las seguridades que él tenía. Al principio de El gran Gatsby, uno de mis libros favoritos, el padre le dice al narrador que siempre hay que recordar que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades de las que uno goza. Creo que eso pasa con el príncipe.

¿Por qué acudir al viaje?

El viaje nos desubica, nos obliga a descubrir, a inventar, a dialogar y a tranzar con nosotros mismos. El viaje es una gran metáfora, creo que en todas las artes. Y la experiencia, durante este año que lleva El viaje del príncipe en las librerías, ha sido que los niños lo entienden, probablemente porque cada que los sacan de sus espacios se ven obligados a observar, a entender, a vivir nuevas experiencias.

Un símbolo muy llamativo y que usted resalta es el del lápiz. ¿Cómo podemos propiciar la escritura? Es decir, si nosotros regalamos un lápiz o una agenda nos tildarán de tacaños. ¿Cómo cambiar el imaginario y dar a entender que un regalo como este le apuesta a un espíritu artístico y capaz de sanar(se) por medio de las palabras?

Un buen porcentaje de los niños aceptan los regalos sin preocuparse por su valor, y les gustan los regalos que les permiten expresarse. Creo que los lápices siguen siendo bien recibidos, por algo hay tantas paredes rayadas. Y el ser humano crea, es parte de su naturaleza. Tal vez, como siempre, la clave esté en el ejemplo: el libro en manos de los padres, la lectura en voz alta, la hoja en blanco que un niño ve que se llena con esos símbolos que aún no entiende. Cuando es obvio que alguien realiza una actividad con placer, lo envidiamos, queremos ese placer. Y si son nuestros padres, con mayor razón.

Por Andrés Osorio Guillott

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