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Luciano Pavarotti hizo realidad lo que tantas veces cantó en el estribillo de Nessun dorma (Nadie duerma), una de las piezas musicales que lo llevó a la fama. Venció al alba para convertirse en inmortal. No parecía ser coincidencia que el tenor muriera a las 5 a.m., víctima de un cáncer de páncreas tras una noche sin tregua. Han pasado doce años desde entonces y su trono sigue vacante.
En su lecho de muerte, en el tercer piso del Hospital Policlínico de su natal Módena, lo acompañaron, entre otras, Adua Veroni, su primera esposa, Nicoletta Mantovani, su segunda cónyuge, y Madelyn Renée, una soprano estadounidense a la que Pavarotti dio clases y con quien sostuvo un affaire tan intenso como la vida del tenor. No hubo reclamos. A su manera, entre las tres, esperaron que se apagara la llama incandescente del hombre que les dio tanta felicidad como tristeza. “El tiempo enterró los odios y solo nos queda recordarlo”, dice Adua Veroni, una de las voces que recoge el documental Pavarotti, el genio es para siempre, dirigido por Ron Howard, director ganador del Óscar, que se verá en Colombia del 16 al 22 de septiembre en las salas de Cine Colombia. Lea también: Sinego, del rock y la música clásica a la movida electrónica
La experiencia, la confianza en sí mismo y la potencia de su voz no ayudaron a que el maestro de Módena pudiera evitar los nervios que helaban su piel cada vez que se aproximaba la hora de salir al escenario. Tampoco nunca pudo hacer nada para aniquilar el terror que le generaba escuchar su propia voz. Sobre lo primero tenía una expresión sencilla y premonitoria: “Voy a morir”. Era lo que sentía cuando llegaba el momento de cantar. El pañuelo blanco que apretaba con la mano izquierda no era más que un objeto que encontró para canalizar los nervios. Una compañía inerte que se convirtió en un sello.
Sobre lo segundo, Giuliana, una de sus hijas, cuenta en el documental dirigido por Howard que días antes de morir se atrevió a ponerle una grabación de una de sus presentaciones. Para entonces, Pavarotti ya no podía cantar; se esforzaba por vivir. “Arrugó la frente, una clara señal de molestia, pero se quedó callado. Después de unos minutos solo dijo: ‘Era bueno, realmente era bueno’”. Claro que lo era. Por eso, incluso desde la ciencia, se trata de entender cómo Pavarotti logró alcanzar once veces en una misma presentación el do agudo, la nota más alta a la que puede llegar un tenor. “Las notas altas no son difíciles de interpretar si estás bien preparado; pero eso no garantiza que las puedas alcanzar, esa es la belleza de esta profesión”, decía el tenor.
Los críticos de Pavarotti señalan que su repertorio operístico era escaso, casi siempre centrado en las mismas obras, porque no se arriesgaba con aquello que podía hacerlo quedar mal. De hecho, a mediados de los años 90, cuando Big Luciano volvió a los escenarios tras el escándalo que se generó porque la prensa sensacionalista italiana lo fotografió dándose un beso con Nicoletta Mantovani (entonces se creía que seguía casado con Adua Veroni), fue cuestionado duramente por la crítica, que hablaba de las imprecaciones en su voz. Al respecto, Bono, el líder de U2, ofrece una explicación demoledora: “Para cantar ópera tienes que romperte el corazón. Me molesta que la gente diga que cuando [Luciano] volvió a los escenarios no era el mismo. [Obvio que no] Era estupendo. Vivía las canciones. Los errores cometidos, las esperanzas, los deseos, todo se le agolpaba en la presentación. Esos críticos no saben nada”. Para leer más sobre ópera lo invitamos a consultar: La ópera se volvió mainstream II
“Una de las metas más ambiciosas de Pavarotti era expandir el alcance de su arte para que más gente se enamorara de la ópera. Tengo la esperanza de que nuestro documental ayude a continuar ese trabajo de llevar la belleza a la mayor cantidad de gente posible en el mundo”, asegura Howard.
Pavarotti partió en dos el mundo de la música, a pesar de un principio poco auspicioso. Sus primeros años no fueron sencillos: cantó en un coro, luchó por competir en escenarios y durante muchos años no consiguió destacarse. Obtuvo buenas críticas en Europa, pero siguió siendo solo un buen cantante entre los cientos que recorrían el mundo. Pavarotti se había resignado a no atraer la atención de los sellos disqueros —en un momento en que grabar un disco era crucial para destacarse— hasta que Joan Sutherland, la gran dama de la ópera de su época, descubrió el talento del tenor y se enamoró de su simpatía. Ella lo impulsó al estrellato.
Pavarotti llegó a vender más de cien millones de discos y acumuló una fortuna cercana a los US$150 millones. Su vida pasó del teatro a codearse a diario con celebridades, desde presidentes hasta princesas como lady Di o líderes como el dalái lama. Fue embajador de la ONU en un momento en que su lado filantrópico salió a flote.
La película inicia con uno de los clips más asombrosos y oníricos de todos. El año es 1995 y el lugar es Manaos (Brasil), en medio de la selva amazónica. En el magnífico y pequeño teatro de ópera conocido como Teatro Amazonas, donde el gran Caruso cantó una vez, Pavarotti aparece en pantalón deportivo presentándose con total abandono ante un puñado de transeúntes. El clip filmado por el flautista Andrea Griminelli, que viajaba con Pavarotti en ese momento, nunca se había compartido públicamente.
Pavarotti es la tercera creación de una serie que Howard ha dirigido con el fin de explorar las vidas de superestrellas musicales. Antes fueron The Beatles: Eight Days a Week - The Touring Years y Made In America, que recorrió los bastidores del festival de música creado por Jay-Z.
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