Thomas Ligotti: El pánico como filosofía

Octubre se ha convertido en un mes de brujas, hechizos, sortilegios, fantasmas y criaturas del más allá. Por tal motivo, decidimos organizar un especial con algunos de los escritores más representativos del género del terror, con ilustraciones de Tania Bernal: Edgar Allan Poe, Mary Shelley, H.P. Lovecraft, Thomas Ligotti y Stephen King.

Juliana Vargas
14 de octubre de 2018 - 07:13 p. m.
Ilustración: Tania Bernal
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No somos más que automodelos fenoménicos, máquinas biológicas, nadas conscientes de sí, marionetas manejadas por los hilos de la voluntad de vivir, que andamos de aquí para allá, de vacío en vacío, de desaliento en desaliento. Para Thomas Ligotti, los vampiros o muertos vivientes no asustan. Para él, el miedo somos nosotros mismos. 

El punto de partida de quien se convertiría en el exponente del horror filosófico se encuentra en sus propios demonios. Desde pequeño, Ligotti sufría de ataques de pánico y ansiedad, problemas gástricos y una depresión que apenas le permitía salir de casa. Mientras que algunos pueden ver esto como meras enfermedades con las cuales se debe lidiar, para Thomas Ligotti fueron las puertas a la fatalidad. Sus enfermedades le instauraron una irracional visión de las cosas, le impactaron con su extrañeza y el curso normal de los acontecimientos. Llegar a tener que recluirse y no ser parte de la sociedad solo podía ser parte de una ficción terrorífica.

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Esta extrañeza la plasmó por primera vez en una serie de cuentos cortos que envió a pequeñas revistas estadounidenses. A pesar de la naturaleza impactante de sus cuentos, el autor se mantuvo en total anonimato, algo totalmente acorde con su personalidad y demonios internos. Mientras tanto, Ligotti trabajaba 23 años como editor en la casa Gale Research y sus cuentos parecían hundirse en el olvido.

Sin embargo, así como el terror se arrastra como una sombra, se desliza como una serpiente o trepa como un cordel de espinas, el trabajo de Thomas Ligotti llegaría acaparar los rincones de la literatura. Noctuary, Songs of a Dead Dreamer, Grimscribe: His Lives and Works y The Nightmare Factory vendrían con los años y, con ellos, el nacimiento del terror filosófico.

La filosofía de este tipo de terror es un círculo. Comienza y termina con la misma pregunta. “¿Por qué yo?” se repite este autor entre cuento y cuento. Los protagonistas de Ligotti se sienten continuamente extrañados dentro de una realidad aparentemente habitual para quienes los rodean. Poco a poco, se ven atraídos por un destino fatal hecho a su medida y el final de sus cuentos es acudir a una cita previa y terrorífica.

Pero los personajes de Thomas Ligotti no son extraños ni personas ajenas; todo lo contrario, son las personas que mejor entienden este mundo sin color en el que vivimos. La futilidad de la vida y de ellos mismos es lo que les otorga una comprensión profunda, “de la misma manera que la gélida melancolía nos permite estar en pleno uso de nosotros mismos”.

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El núcleo de esta comprensión se encuentra en el hecho de que nuestra consciencia es un retroceso más que algo de lo que debamos sentirnos orgullosos. Esto es lo que nos hace esclavos de nuestra propia mendicidad, creando metas ilusorias o deseos inalcanzables. Anhelar algo en este mundo es el origen de todo sufrimiento y el inicio de la extrañeza del ser humano:

“Nos encadenan con sus lloriqueos. Nos fijamos una meta tras otra, en un juego de mesa sin final. Y si eres demasiado consciente de que no te gusta, entonces puedes concebirte como una paradoja biológica que no puede vivir sin su consciencia y no puede vivir con ella. Y con este vivir y no vivir te alineas con los muertos vivientes y las marionetas humanas. Esa es la tragedia, la consciencia nos ha obligado a adoptar la postura de procurar no ser conscientes de lo que somos: pedazos de carne que se estropea sobre huesos que se desintegran”.

Tal como Sísifo, quien lleva una piedra hasta la cima para que esta sólo vuelva a caer, terminamos sometiéndonos a la voluntad de vivir, la cual asume el papel de marionetista. Este fatal guía nos hace nadas conscientes de sí, programadas para acumular experiencias sensoriales y convencernos de que somos alguien cuando no somos nadie, no somos nada.

¿Esta visión de la vida es acaso demasiado terrorífica? Al fin al cabo la vida es sólo un gran y continuo sueño. Y como en muchos sueños, al final hay un monstruo. Los monstruos de Ligotti, más que amenazas externas, son mecanismos siniestros que transforman el ambiente de los protagonistas. Progresivamente, los personajes van perdiendo las nociones de tiempo y distancia, pues de todas formas no son más que una ilusión de nuestras conciencias y, así, se va delatando su “anormalidad”. Estos cambios exteriores afectan también la percepción que los personajes tienen de sí mismos y, en muchos casos, esta revelación los conduce a la locura.

El final de uno de sus cuentos, Otoñal, resume el tema general que atraviesa su visión del horror:

“Y siempre soñamos con el día en el que todos los fuegos del verano se apagan, cuando todo el mundo, como una hoja marchita, se hunde en la fría tierra de un mundo sin sol, y cuando incluso los colores del otoño se marchitan por última vez, disolviéndose en la desolada blancura de un invierno eterno”.

De esta forma, Ligotti, más que un escritor que continúa con la literatura de terror, la transforma. Él mismo ha expresado que Poe, Lovecraft, Arthur Machen, Vladimir Nabokov, Bruno Schulz y Thomas Bernhard han sido decisivos en su estilo de escritura. Asimismo, en sus cuentos existen guiños a Buzzati, Borges, Cioran, Baudelaire, Burroughs y Hagiwara Sakutaro. Thomas Ligotti obtuvo algo de sus ataques de pánico, algo de su depresión, algo de su ansiedad, algo de todos aquellos gigantes literarios tras él, y creó una escritura envolvente y atmosférica. Creó una prosa macabra pero poética, angustiosa pero cósmica, deprimente pero atrayente. Creó atmósferas asfixiantes pero insinuantes que no muestran un monstruo en concreto, pues el monstruo somos nosotros mismos.

Suele decirse que Thomas Ligotti es “el secreto mejor guardado de la literatura de terror contemporánea”, y lo es. Su reclusión eterna fue lo que, eventualmente, lo llevó a hacer de nuestra fatalidad un horror constante.

 

Por Juliana Vargas

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