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Las palabras llevan ecos, las palabras se convierten en dos, en tres, en frases, en conversaciones al calor de unas “onces”. Por eso, este es un abecedario que no solo tiene 29 letras, sino un universo. Este es el Alfabeto bogotano que Lizeth León Borja, de la mano de Ediciones Milserifas (pabellón 17), lanzó en esta edición de la Feria del Libro de Bogotá y que la llevó a entender que “incluso los bogotanos somos turistas de nuestro territorio”.
Así como en Fachadas bogotanas nos deteníamos a mirar con sorpresa algunas esquinas de la ciudad que, de tan recorridas, se habían vuelto invisibles, aquí nos detenemos en el lenguaje para salvarlo del olvido. Por ejemplo, la palabra “golosa”: ¿los niños de hoy aún la juegan? Mi sobrina dice que sí, pero que jamás había escuchado “golosa”. Mi mamá le decía “la patasola”, e incluso me prohibía jugarla a las seis de la tarde, porque se me podía aparecer aquel famoso espanto colombiano. Una sola palabra uniendo tres generaciones. La magia de un libro tan pequeño, y a la vez tan lleno de significado. Hay letras que sirven para revivir muisquismos, esas palabras provenientes de los antiguos pobladores de esta sabana, como “chía” (luna), “xué” (sol), ize (hormiga) y “uchuva” (la fruta). Y letras en que la curaduría no fue sencilla. Contaba la autora que con la “B” había varias candidatas: “botica” y “bomba” (gasolinera), pero un amigo le recordó que de “Bacatá” proviene “Bogotá”. Para la “D” había pensado en “dizque”, esa expresión coloquial que escuchamos con frecuencia, pero ¿cómo ilustrarla? Y aquí hay que detenerse en el arte de este libro: siluetas coloridas que transmiten el concepto de forma directa y clara, tal como se haría en un libro para niños, pero también se juega con algunas texturas, con superposiciones y detalles como el brillo de la canica o “piquis” y el estilo arquitectónico de la iglesia del Veinte de Julio. Es que este no es un alfabeto para aprender a hablar, sino “para aprender a reconocerse en Bogotá”.
Alfabeto bogotano es una expresión distinta de libros, también recomendados, que exploran nuestro léxico, como Bogotálogo, de Andrés Ospina, y Las apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, de Rufino José Cuervo. En últimas, el espíritu de lecturas así, como dijo Lizeth León, es “que no haya una única definición de lo bogotano”.