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Para quienes hacemos parte del teatro, en especial del teatro que se escribe, hay cuestiones que cobran mucho valor y que a veces no se ven en la puesta del modo en que uno se las imaginó. Y del mismo modo, también, hay que decirlo, hay cosas en la escena que se salen de la imaginación de lo que uno escribe. Por otro lado, si tuviera que considerar una manera de describir el teatro tendría que decir que es, ante todo, el arte de la convención; esto anterior no lo dije yo, pero me sumo a los tantos grandes que lo han dicho y ahora lo digo solo para terminar de dar apertura a esta encrucijada de caminos que nos propone la Compañía Rueda Roja, con su nuevo montaje: Pero sigo siendo el rey.
De la mano de la dramaturgia de Carolina Mejía y bajo la dirección de Jorge Mario Escobar, la compañía produce este año una justa trilogía en la que convergen tres de los relatos más importantes del mito de Edipo: Antígona, Edipo en Colono y Edipo Rey. Tres textos que la academia nos ha enseñado a amar y a odiar, una apuesta que además se entrecruza con un lenguaje tan personal y propio como es el del clown para los susodichos. Una hora exacta es el tiempo de esta justa en la que se entrecruzan, de un modo vertiginoso, los argumentos de las tres historias con la de una compañía teatral que se debate entre problemas del oficio del actor y el tiempo. Ellos, tres payasos con un gran manejo del timming del gag y del lenguaje que los precede, nos llevan por esta pieza de ambiciosa magnitud.
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No soy un gran seguidor del teatro de los payasos, porque mi humor pareciera ser más limitado y retraído. Pero debo decir también que Edipo es, por supuesto, uno de esos textos en que todo escritor aprende a perderse descifrando sus dispositivos dialógicos. Había comenzado diciendo que el teatro es el arte de la convención porque, a pesar de que siempre he tenido la impresión de que el payaso suele ser cruel con el texto, porque su trabajo le otorga valores a la escena que tienen otra relación con el presente del espectador y su relación con lo escrito, viendo a los payasos de Rueda Roja recordé esta premisa que hace de cada obra un espectáculo ciertamente natural a su arte; el payaso es uno de los mejores artífices de la convención. Su labor sobre la escena suele ir dejando, acto tras acto, una escuela de la construcción del mundo por medio del cuerpo y, por supuesto, también de la palabra.
Nosotros como espectadores asistimos en la empresa de esta compañía de payasos a la invención del mundo, les creemos, nos divertimos (lo digo como parte de un público que no paraba de reírse), vamos entendiendo de un modo tan dinámico como irreverente y didáctico la fabulación del mito de Edipo en cada episodio. Once años de trabajo traen consigo lo suyo, después de todo.
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Para cerrar, dos conclusiones. La primera: el lenguaje del clown reivindica la escena con el silogismo de que si el teatro es el arte de la convención, y aquello de que no hay nada que sea más convención que el juego del payaso, entonces el payaso en sí es el arte del teatro en su esplendor. Por último, si bien podemos estar seguros de que lo que se verá cada noche en la santa sede del Teatro Petra (otro de los responsables de este artificio) está lejos de lo imaginado por el poeta trágico, es posible dudar que, en caso de poder ver este espectáculo, la paradoja de lo cómico al servicio de la tragedia, se hubiera sentido honrado con un gesto tan reivindicador como divertido.