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Víctor Laignelet: Un viaje al inconsciente colectivo

Una imagen impetuosa de una casa en llamas nos abre la puerta para recorrer y auscultar la muestra del artista Víctor Laignelet que se inaugura en la Galería Jenny Vila, en Cali.

María Elvira Ardila
22 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
Víctor Laignelet, nacido en Barranquilla, estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional y ganó el Premio Luis Caballero en 1997. / Fotos: Cortesía Víctor Laignelet
Víctor Laignelet, nacido en Barranquilla, estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional y ganó el Premio Luis Caballero en 1997. / Fotos: Cortesía Víctor Laignelet
Foto: Epifanio Becerra Garcia

 

Esta exposición compone una de las secciones del libro Jardín acosado que se podría definir como un gran códice, un documento visual que nos lleva a transitar y ahondar en imágenes arquetípicas de la humanidad y por supuesto del inconsciente colectivo. Los arquetipos que aparecen en la obra de Laignelet seducen y con ellos nos identificamos.

La casa en llamas se gestó en una servilleta, un boceto que le recordó al artista una ranchería en La Guajira. La casa estaba habitada por un hombre y una mujer de la comunidad wayúu. El hábitat formado por fuego se acentuó cuando lo relacionó con la imagen bíblica de la zarza en llamas, visualizando así un estado espiritual y el éxodo de los israelíes. “Los arquetipos son las fuerzas que gobiernan el mundo de los seres humanos, como las fuerzas físicas gobiernan el universo físico. De allí que las luchas sociales y la evolución espiritual se gestan primero en el plano simbólico de las imágenes. También es una fuerza psíquico-biológica prelingüística, que existe hace miles de años antes de la historia”, asegura el artista.

Para entrar en este universo de complejidades y enigmas es necesario abrir algunas compuertas y mecanismos creados por Laignelet. Al ser una obra con muchos vectores, que requiere una observación cuidadosa, que va en contravía de la cronofagia que devora la contemplación en el mundo contemporáneo, antes que nada, el espectador es llamado a ralentizar la mirada. Si seguimos esta pauta, los arquetipos que se encuentran en la instalación detonarán en el público. Una vez se ajusta la mirada, quien observa entra a dialogar con la poética visual que propone el artista, la cual entrelaza diversos aspectos de la historia de la humanidad con microhistorias personales, hasta abrir las puertas de la percepción, de acuerdo con William Blake, desarrollando una experiencia sensible y singular.

La segunda pista que nos ofrece Laignelet para descifrar las imágenes misteriosas y visionarias de su obra es prestar mucha atención a los senderos que nos propone esta instalación. No se trata sólo de un viaje por el inconsciente colectivo, un sustrato común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos y que van más allá de la razón. Abre también la posibilidad de entrar en el inconsciente individual es posible descender a las profundidades, con travesías y cruces desde lo mítico, lo onírico, lo histórico y lo personal. Muchas veces al adentrarnos en las tinieblas, nos enfrentaremos a las sombras, los fantasmas, conjugaremos esas largas noches oscuras y retaremos el fuego abismal.

¿Cómo traspasar el fuego de esta casa? Laignelet ha creado una “máquina poética y plástica” compuesta por tres interfaces: la primera es un tablero de trabajo donde las imágenes se deconstruyen, quedan desnudas, sin el abrigo del significado. Podríamos decir que en este espacio las imágenes adquieren un estado de neutralidad, sin discursos y son desprovistas de todas las vestiduras de todos los tiempos. Después viene un proceso de rastreo por asociación y un juego libre de la imaginación, operación que funciona no sólo para el artista sino para el espectador. Por ejemplo al observar esta imagen arquetípica detonó en mí una serie de imágenes y acontecimientos asociados a la casa en llamas: el establo donde nació Jesús, la Roma incendiada por la locura de Nerón, y extrapolando el ícono a nuestro país recordé las fotografías de la Bogotá incendiada el 9 de abril, el Palacio de Justicia en llamas en el 85, una marcha pacifista en la que participé y que terminó con estallidos de bombas en el centro de la ciudad y pensé también en los discursos incendiarios y perversos como el del presidente del Senado en la posesión del presidente.

La imaginería del fuego devorando la casa refleja las instancias naturales y sociales desbordantes que han sido noticia como los bosques de Los Ángeles abrasados por el fuego, o los volcanes que deslizan su lava llevándose todo lo que está en su camino, o el éxodo de los venezolanos que se establece como el más grande de la historia de Latinoamérica. O el reciente incendio acaecido en Grecia, el cual podríamos ver como una visión de que la civilización occidental es devorada por el implacable fuego.

Las imágenes también operan en el inconsciente individual, en donde además de la Colombia en llamas, las brasas asfixian y son latentes a cientos de personas por las problemáticas, las historias dolorosas de familia y las diversas formas del patriarcado.

Luego del proceso de libre asociación de las imágenes, Laignelet hace que su trabajo plástico migre a un rollo de papel en el cual aparecen dibujos, pinturas, gestos, huellas, palabras que se mezclan. Se abre ante nuestros ojos un texto visual, un gran códice de la humanidad. Allí se encuentran los fracasos de la utopía, rayos que fulminan torres, lenguas que no se comprenden, mujeres en marchas en pro de sus derechos, el árbol del conocimiento, sacerdotes como políticos con sus predicaciones, Arcanos con sus secretos y revelaciones; también aparece la serpiente sabia y perspicaz. En otro tablero aparecen pequeñas cabezas, una especie de detective que puede encontrar la videncia en medio de la ceguera. A su vez, nos habla de nuestro propio jardín, del cultivo, de la transformación del mundo. Todas estas visiones se encuentran atesoradas en nuestro inconsciente y al verlas las reconocemos. Es precisamente el juego de superposiciones, convergencias y reconocimientos que conforma los arquetipos presentes en la obra de Laignelet.

El tercer componente de este dispositivo es la realización de micro-animaciones de los elementos del códice realizada con alta tecnología y con una resolución de 4k. Este es un ejercicio visual que se va armando con filigrana, tejiendo y destejiendo las imágenes que develan su génesis. Es como si estuviéramos al lado del artista viendo cómo se construye un dibujo, la figura, la mancha, el detalle, la palabra, el error.

Después de recorrer todo este andamiaje, las imágenes migran a otros planos. La exposición es una relación de movilidad construida a partir de un lenguaje, de gramáticas visuales que tienen una infinidad de posibilidades. El artista ha creado un sistema singular, una “matrix” para realizar su trabajo; ha tejido imágenes místicas, poéticas y crípticas para dar lugar a un texto esencialmente alquímico. Es decir que entablar un diálogo con La casa en llamas nos hace partícipes de una experiencia purificadora, en la que la pintura nos puede ir haciendo videntes para volver a la casa, reconstruirla y enterrar las cenizas para que renazca ese jardín perdido en el paraíso.

Por María Elvira Ardila

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