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Así como la nueva película Green Book muestra a Viggo Mortensen recorriendo el sur de Estados Unidos en una divertida aventura, en la realidad pudimos seguirlo muy de cerca con otra mejor aventura. Primero viajamos hasta Canadá, para verlo desfilar por la alfombra roja del Festival Internacional de Toronto, donde pudimos ver (con él) el gran estreno mundial que terminó ganando el premio más prestigioso, votado por el público como Mejor película. Y apenas dos semanas después volvimos a viajar a Europa, para encontrarlo especialmente en el Festival Internacional de Cine de Zúrich. Y así como en el cine, él lleva de viaje a Mahershala Ali en Green Book, gracias al cine, Viggo Mortensen nos llevó de viaje, también a nosotros, de verdad.
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¿Qué tan importantes son los festivales de cine hoy, después del estreno mundial en el Festival de Toronto para inaugurar otro festival de cine en Zúrich?
El director de Green Book, Peter Farrelly, me contó que en Toronto era la primera vez que él pasaba por un festival de cine. Y ya no pudimos parar (risas). Yo no lo podía creer. Creo que yo estuve ocho o siete veces en Toronto con muy buenas producciones y abrir un festival como Zúrich fue espectacular. Te juro que nunca antes yo había visto en una sala de cine las caras de la gente como las vi con esta película. Y pudiste sentir lo que nosotros sentimos, mirando la película con nosotros, con el público. Nadie se movía, como si no quisieran irse del cine. Nunca antes me pasó. Nunca.
Entre tantos viajes, sabemos que en su caso vivió muchos años afuera y me imagino que debió escribir muchas cartas en su vida, como pasa en la película, aunque hoy con el e-mail no lo hagamos tan seguido...
(Interrumpe) Pero yo sí. Yo mando postales casi todos los días. Quiero mantener vivo el sistema de correos. Y también mandé postales desde el festival. Me gusta escribir. Es maravilloso. Y es genial recibir algo escrito a mano por alguien. Tiene algo personal, como si la persona estuviera viva… porque con un e-mail nadie sabe, lo pudo haber enviado otra persona.
¿Cuándo fue la última vez que escribió una carta de amor, como en el cine... y qué tan bueno se considera en ese tema?
No sé si soy bueno en el tema, pero soy muy cabeza dura y sigo escribiendo cartas de amor. Por suerte tengo alguien a quien mandárselas y soy feliz de hacerlo. También le mando cartas de amor a mi hijo. Él recibe muchas postales. No sé lo que hace con todas ellas, porque son demasiadas. Pero sí, a veces son estupideces, como una simple frase.
¿Qué tan románticas son las verdaderas cartas de amor que escribe?
Y… definamos lo que es una carta de amor: una carta de amor es lo que sea que yo quiera que sea, lo que sea que quieras mostrar con tus sentimientos.
Aunque se crió en Dinamarca y Argentina, Viggo Peter Mortensen nació en plena isla de Manhattan, en Nueva York. Los padres se habían conocido en Noruega y llegaron a Nueva York para casarse, antes de mudarse a Sudamérica, donde Viggo disfrutó su infancia entre gallinas y el fútbol de su apasionado club de San Lorenzo (igual que el papa Francisco). Y cuando los padres se separaron, él se mudó con la madre y sus hermanos otra vez a Nueva York. Buscando un propósito en la vida, después de terminar la universidad, se mudó a Dinamarca y empezó a escribir poesías. Enamorado de una novia en aquella época, la siguió hasta Nueva York y aunque no logró conquistarla, al menos conquistó el mundo de la actuación cuando finalmente se mudó a Hollywood. Su impecable transformación en el cine hace difícil encontrarlo entre los perdidos roles de The Purple Rose of Cairo (en este caso porque sus escenas fueron cortadas en la edición); Witness, con Harrison Ford (Viggo era uno de los tantos amish en la película), Carlito’s Way, con Al Pacino (es al que Pacino le descubre un micrófono oculto), Crimson Tide, con Denzel Washington y Gene Hackman (esta vez, en vez de un micrófono le tocó guardar la importante llave del arma nuclear), y A Perfect Murder, con Gwyneth Paltrow y Michael Douglas (sí, él era el perfecto asesino). Pero el verdadero reconocimiento llegó con la superproducción de un libro que él ni siquiera conocía y aceptó solo porque su hijo Henry insistió en que no podía rechazarlo. Era el personaje de Aragorn en El señor de los anillos, que terminó superando los US$3.000 millones en recaudaciones, con tres versiones diferentes (sin incluir The Hobbit). Con otra excelente transformación del ruso mafioso de Eastern Promises fue nominado al Óscar, casi diez años antes de una segunda nominación como el padre hippie de Captain Fantastic. Y después de haber ganado en el Festival de Toronto, para desfilar por la alfombra verde del Festival de Zúrich, seguramente volveremos a encontrarlo en la próxima alfombra roja del Óscar.
Más allá del premio que se llevó la película en Toronto, ya se habla del Óscar por su transformación. ¿Cómo logró convertirse en un típico italiano de los años 60?
Para empezar, es bastante raro en Hollywood disfrutar un rodaje tan divertido como el que tuvimos, así como es muy raro conseguir una película tan buena como esta. Y lo divertido para mí siempre es el primer paso, que yo llamo “recaudar información”. Es algo que me divierte, no importa la película que sea. Me gusta recorrer todas las direcciones. Hasta que empiezo un rodaje, apuesto a todo. Y puedo hacer lo que quiera. Puedo llegar a leer algo que me dé una idea distinta, en las noticias o incluso encontrándome a alguien por la calle. Me la paso escribiendo borradores y lleno cajas y cajas de basura; no todo es basura. Pero son cosas que llenan mi mente. Son como balas que después dejo a un costado. Esta vez tuve mucha ayuda de la verdadera familia de mi personaje: los Vallelonga. Todas las ideas que tuve se sumaron con los verdaderos italianos que estuvieron con nosotros todos los días, con sus diálogos, su forma de hablar, sus costumbres, su forma de ser.
¿Al leer el guion, se imaginó tal como apareció en el cine?
Tengo que ser honesto: cuando leí el guión me puso nervioso aparecer como italiano. Quiero decir que yo nací en Nueva York y nunca antes había interpretado a alguien que había nacido ahí, eso me había tentado, pero me preocupaba actuar como un italoamericano. Yo no soy italoamericano. Y sé muy bien que hay actores italoamericanos muy buenos, con actuaciones de cine legendarias. No sabía si podía llegar a ese nivel. Pero el director me tuvo fe. Y todos teníamos que hacer estas caracterizaciones. Ninguno de nosotros es como se ve en el cine ahora.
Matthew McConaughey me dijo hace poco que no importa lo que digan los actores, siempre encuentran algo de ellos mismos en sus personajes.
Sí, siempre voy a ser yo, es mi cuerpo, mi voz, está todo ahí. No me puedo escapar. Pero también tengo que crear al personaje. Y esta vez fue una persona de verdad, aunque también era un personaje muy divertido. Ahí es donde me sirvió la ayuda de los verdaderos Vallelonga. Ellos nos ayudaron a preparar nuestros roles, incluso nos dieron objetos para usar, joyas, como el collar que yo uso en la película, que era de Tony Lip. Y ellos también aparecen en la película. Nick interpreta a Augie, el hermano; Frank, aparece como el tío Rudy, mi hermano. Y el tío Rudy, el verdadero, tuvo el rol de mi padre. Fue maravilloso.
¿Qué tan diferente es imaginar una película al leer un guion y ver la versión terminada, con público, en una sala de cine?
Leer el guion fue un placer tan grande como ver la película terminada. Ya la vi varias veces. El Festival de Toronto fue la primera vez que la vi con público, toda terminada y perfecta. Y el guion lo leí varias veces, porque me encantó. Me hizo reir, me emocionó. Y me sorprendió lo bien construido que estaba todo, totalmente impredecible con la dinámica entre las relaciones humanas.
¿Qué es lo que tanto le gustó del guion para querer leerlo una y otra vez?
Da vuelta todo de cabeza en una forma muy subliminal, cuando básicamente es una película sobre gente diferente que se lleva bien aunque no hubiera sido tan así si no se hubieran conocido. Te muestra la forma en que la gente se entiende, con solo pasar un poco de tiempo juntos. Eso solo es una buena historia. Y es increíble que nadie tenga el monopolio para contar historias así, que hablan tan bien de nuestra sociedad. Cuando terminas de leer el guion, de la misma forma que la gente reacciona al verla en cine, terminas sintiéndote bien por la gente. Eso es lo que yo pude ver en la cara de los espectadores. Nos sentimos bien por la simple idea de saber que nos podemos llevar bien entre todos, sin importar las razas ni las clases sociales. Eso es maravilloso. A lo mejor alguien levanta una ceja quejándose de que es el tipo de cine que te hace sentir bien. ¿Y qué? ¿Qué tiene de malo algo así?
¿Algún momento inolvidable del rodaje que haya cambiado, en cierta forma, su vida para siempre?
Suena muy profundo pero tengo la respuesta (risas). La película está dedicada en parte al cuervo Larry, un cuervo que nos visitó por un tiempito en el rodaje pero no sobrevivió. Lo había atropellado un auto y tratamos de curarlo, pero falleció. Y yo compartí momentos felices con el cuervito Larry. Y Pete, el director, imprimió para siempre en los créditos de la película la dedicatoria tan especial para El Cuervo Larry.
Inspirada en una verdadera historia, una verdadera amistad de los años 60, Viggo Mortensen interpreta al típico italiano de Nueva York en la época en que la mafia todavía se imponía como forma de vida, aunque él se mantiene alejado del crimen (más allá de los puños que aprovecha como su única arma, cuando se encarga de cuidar el orden de uno de los más famosos night clubs del lugar). Pero la película empieza realmente cuando ese mismo night club es clausurado (por su culpa) y se embarca en la aventura como chofer y guardia personal de un pianista que va de gira por el sur más conservador y racista de Estados Unidos, con un gran detalle... El músico es afroamericano y más allá de ayudarlo a escribir las mejores cartas de amor a Viggo, su rol es llevarlo por una ruta particular donde solo están permitidas las personas “de color” detalladas en una guía todavía más colorida como un Libro Verde que le da el título a la película “Green Book”.
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Volviendo al tema de las cartas de amor, pero en el cine, con “Green Book”, ¿cree que su esposa en la ficción nunca se daba cuenta de que no le escribía las cartas de amor y que alguien le ayudaba a darles un tono más romántico?
Bueno, al final ella le dice a Mahershala Ali: “Gracias por ayudarlo con las cartas”. Ella lo supo siempre y te muestra la clase de mujer que es Dolores, pero también demuestra que igual se emocionaba, igual las leía, porque aunque sabe que Tony no pudo haberlas escrito así, sabe que la intención estaba. La idea romántica era real. Ella lo sabe. Y eso me encanta.
¿Es cierto aquel dicho según el cual es más difícil hacer reír que llorar?
Mejor todavía: yo creo que muchas veces cuando nos reímos de ideas importantes, el concepto de ciertos pensamientos provocadores pueden llegarnos mucho más fácil con una risa, cuando la estás pasando bien. Cuando se ve, parece fácil, pero es muy difícil escribir una historia como “Green Book” y es todavía más difícil dirigirla bien en el cine. Por eso no puedo estar más impresionado y feliz con los resultados.