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“Pues usted sabe, padre, que la carne es débil, que uno tiene apetitos y en ocasiones pueden no alcanzar la voluntad y la fe, y cuando le hablo de apetitos, su excelencia, y perdóneme de verdad por todo lo que le estoy confesando, pero no tengo a dónde más ir, sí, le decía que cuando uno dice, cuando digo apetitos, no solo me refiero a los carnales, que Dios me proteja, sino a otros, el dinero, padre, las comodidades, los lujos, los placeres, que es una tentación ir en un Mercedes Benz y no tener que soportar estos buses y el humo y a los conductores que lo van a matar a uno en una de sus frenadas, mire que hace un rato, antes de entrar a este santuario, casi me asesina uno, con la cruceta en la mano y todo, y en fin, su excelencia, su reverenda santidad, no quiero importunarlo y quitarle su tiempo, que usted es un hombre muy ocupado, pero es que no sé qué hacer, a mí me llaman, qué digo, me pegan gritos los pecados, y no estoy seguro de poderme contener, porque, ¿sabe?, lo más grave de todo, su eminencia, lo más grave es que yo tengo muchas dudas sobre nuestro Dios, y que él mismo comprenda la importancia de dudar y me perdone, y usted, por supuesto, usted, como su hombre en este valle de lágrimas, pero dudo, sí, dudo porque veo mucha injusticia por donde me asomo, gente muy, muy llevada, miserable, sin tener qué comer, y magnates que lo poseen todo, y veo tanta desigualdad, padre, y nosotros en nuestras casas casi que bañados en oro…”
El padre Andrés dejó la costa y llegó a la fría Bogotá para prepararse y ser sacerdote. Creció en una ciudad fría de clima y de gente. Y fue esa misma gente la que lo hizo dudar de una convicción que tenía desde pequeño, que lo había apartado de los ideales del amor de los que hablaban sus amigos en el colegio. Andrés Eugenio Santacruz es el verdadero nombre de este hombre que pareciera tener dos vidas, que pareciera ser el caso del Dr. Jeckyll and Mr. Hide. Con la sotana predicaba la palabra de Dios y sin ella la olvidaba, la aborrecía, la subestimaba al punto de llegar a romper esos 10 sagrados mandamientos que dicta el catolicismo.
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El Espectador lleva varios meses apostándole a los formatos audiovisuales para ampliar el alcance de sus contenidos y hacerlos mucho más diversos. En formato podcast ya ha lanzado varios productos: La Pulla, Voces desde el territorio, Esto es amor, La Zaga, Expreso Querido y hace poco lanzó Suficiente Ilustración. Conversaciones sobre política, feminismo, fútbol y demás temas de la actualidad se tratan en estos espacios que cada vez atrapan más audiencia en Colombia. Ahora, desde la sección de cultura del periódico, le apostaron a la creación de una audionovela para recuperar la memoria de aquellos años en que se sintonizaba la radio para escuchar y seguir la historia de novelas que se pensaban para este tipo de medios. Kaliman, El derecho de nacer y Hogar, dulce hogar.
Ahora el periódico se adentra en la historia del Padre Andrés y de Lucrecia Sandoval. Unas plumas estilográficas que guardan una información relevante es el elemento elegido por el destino para volver a unir a dos seres obstinados, macabros, inteligentes como todo villano para hacer del mal la mejor de las estrategias y la más grande de las obsesiones.
“Cuando decidimos hacer una audionovela, pensé en el tema y recordé una vieja columna que había escrito años atrás y que era sobre un sacerdote que recibía dinero de una señora que le había confesado que su hijo era de su hijo. Eran amantes el hijo y la señora, cuyo nombre era Lucrecia Sandoval. Quise contar esa historia y empecé a escribir y se me fueron ocurriendo otros asuntos. Lo único que quedó de aquella columna fueron los nombres de los personajes y algo de la época en la que transcurre la historia”, menciona Fernando Araújo Vélez, autor de Yo confieso.
Una Bogotá avasallante, que había dejado atrás su aspecto de “Atenas sudamericana” y pasó a ser una ciudad que devoraba y sigue devorando a sus habitantes en un ritmo frenético— que guarda secretos en sus mercados tan parecidos a los gitanos, que esconde vidas y acciones aterradoras—, son las que terminan de sumergir a Andrés Eugenio Santacruz en una realidad que no era la prometida por la Biblia, que se alejaba de la comodidad de los que predican la humildad mientras los bordes de sus iglesias siguen enchapadas en oro.
Son tiempos en los que todo se reúne en los celulares y la tecnología. El mundo que importa parece ser el que encierran las 10, 11 o 12 pulgadas de estas cajas que hicieron aún más inmediato el tiempo. Y no abandonar la literatura y las artes requiere también llevar estas manifestaciones a formatos en los que se recuerde que por medio de audios también se puede conocer una obra escrita, que por medio de los sonidos que hacen parte de nuestra cotidianidad se puede construir todo un escenario que haga sentir al oyente en el instante que se está narrando. Todos los efectos de sonido y cada palabra se miden para que la historia sea natural, sea para el ciudadano, para el que va en el transporte público o en su bicicleta y quiere hallar ese espacio que lo aparte por unos minutos de las angustias del día a día y de la ira que provoca la mezquindad y la ley del “yo voy primero”. Yo confieso es una audionovela que le apuesta a eso, a que muchos revivan lo vital de la curiosidad y sepan que los primeros contenidos de este tipo de formatos surgieron hace 100 años, que primero se llamaron radioteatros y luego radionovelas, que Londres y Buenos Aires fueron pioneros en este nuevo modelo narrativo y que al llegar a la mitad del siglo XX estas ideas aterrizaron en nuestro país tras haber hecho un recorrido por América Latina.
La culpa, el arrepentimiento, el perdón, el absurdo de la vida. Esta audionovela esconde ese lado existencialista de quienes confrontan sus errores, sus contradicciones y sus desilusiones. Los personajes que allí surgen son producto de una ficción que tiene sus bases en los lados más humanos de nuestra condición, en la avaricia, en la mentira a la que muchos acuden para salvarse y resguardarse. Las alusiones a Herman Hesse, a Friedrich Nietzsche, a los boleros que se hicieron con más literatura que música, al Ave María de Haendel son brújulas de un tiempo pasado, de unos sonidos y unas frases que pueden cambiar la manera en que vemos el cielo y el mundo al día siguiente. La apuesta del periódico, que nace en la sección de cultura y en otros periodistas que hacen parte de la redacción por recrear personajes de múltiples partes de Colombia no es otra que reafirmar el compromiso con el arte, con creer que es mejor hacer algo que no hacer nada, a confiar en las nuevas voces, en nuevas ideas, en nuevas intenciones que propenden por abrir debates y recuperar esa sana costumbre de dialogar en torno a temas que conducen a laberintos nunca antes habitados de nuestra moral y de nuestro pensamiento. Yo confieso es entonces un nuevo propósito por acercar la literatura a nuevas audiencias, como lo hacían los diarios de finales del Siglo XIX, publicando novelas por capítulos en sus páginas. Por acercar las letras, con sus sonidos y su música a nuevos públicos que quieran adentrarse en el relato de un padre que reafirmó su humanidad en los pecados y que desinfló los aires de la pedantería en los ratos en que se fumaba un cigarrillo mientras caminaba por las calles del norte de Bogotá y aceptaba que su vida tenía más arenas movedizas que tierra firme.
Los nombres detrás de “Yo confieso”
Idea original: sección de cultura de El Espectador (Laura Valeria López, Joseph Casañas, Laura Camila Arévalo, Fernando Araújo Vélez), y Manuela Cano Pulido, María Paula Lizarazo, Andrés Osorio y Daniela Vargas.
Narrador y autor: Fernando Araújo Vélez.
Producción: Laura Camila Arévalo Domínguez.
Edición: David Guarín.
Padre Andrés: Andrés Osorio Guillott.
Lucrecia Sandoval: Manuela Cano.
Padre Benito: Hugo García.
Tartufo: Joseph Casañas.
La señora de la panadería: Olga Barona.
Mesero: Iván Muñoz.
Don Roberto: Nelson Sierra.
Tío Ernesto: Germán Gómez.
Tía Eulalia: Estefanía Pardo.
Jefe enfermera y señora Esmeralda: María Paula Lizarazo.
Enfermera auxiliar: Laura Camila Arévalo Domínguez.
Distribución en redes sociales: Yenifer Rodríguez, Karen Rodríguez y Ximena Nova.
Diseño gráfico: Éder Rodríguez.
Música: Montaña.