El paro nacional o la batalla del relato

Un intento razonado de contestar las preguntas del millón: ¿qué hay debajo del paro y a dónde irá a parar esto?

Hernando Gómez Buendía*
17 de diciembre de 2019 - 02:00 a. m.
Manifestación del 26 de diciembre en la Universidad Nacional, sede Bogotá. / Gustavo Torrijos - El Espectador
Manifestación del 26 de diciembre en la Universidad Nacional, sede Bogotá. / Gustavo Torrijos - El Espectador
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El 26 de octubre, Duque y los rectores llegaron a un acuerdo por $1,2 billones para sus cuatro años de gobierno. El primer error de Duque fue no invitar a los estudiantes a esa reunión. Los estudiantes mantuvieron sus marchas y el 14 de diciembre lograron lo que nunca habían logrado en la historia de Colombia: un acuerdo firmado con el presidente por $4,5 billones de presupuesto adicional para las universidades.

El presidente había negociado con el que no era, había mostrado su debilidad y había entregado todo el margen disponible para un solo sector. Los estudiantes, por su parte, se sintieron ganadores. Dos meses después se produjo la minga del Cauca, con reclamos más legítimos, como el derecho a la vida del pueblo nasa, y el presidente firmó otro acuerdo que no se va a cumplir. Es la vieja estrategia de prometer para desmovilizar, posponer… y esperar el próximo bloqueo de la Panamericana.

La tormenta

Pero, además de no conocer el oficio —ni el país—, Duque cree de veras en que bajar los salarios o los impuestos a las empresas aumenta el empleo, en que el sector privado debe manejar las pensiones, en que Colombia necesita fracking, en fin, en la teoría económica de la derecha. El presidente dice que esas reformas no se han presentado ni se han anunciado, pero la gente no es boba y todos entendimos que “el paquetazo” se estaba cocinando. Con esto, Duque logró lo que ningún presidente había logrado desde López Michelsen en 1977: que se unieran los movimientos sociales en la defensa común de sus derechos.

Los estallidos sociales son como el aire que se va saturando hasta la gota que desata la tormenta. Por eso, aunque sabemos cómo comenzó, nadie puede saber hasta dónde llegará el movimiento del 21N. El conflicto puede escalarse o puede resolverse, según sean los cálculos que cada quien perciba como suficientes para dejar o no la protesta. Ese pulso de psicologías no es una pelea por la realidad. Es una pelea por el relato. Todos los relatos tienen una base en la realidad, pero solo uno de ellos prevalece.

El relato de Duque

1. El presidente invita a una “gran conversación” con todos los sectores y no con el Comité del Paro. Esto lo muestra abierto al diálogo y le ayuda a aliviar la presión. El problema con esto es que de las “conversaciones nacionales” nunca ha salido nada. Pero si Duque logra imponer este relato, podría dar una declaración patriótica de “unidad nacional” para que la gente regrese, al menos por un tiempo, a la vida normal.

2. El presidente congela los proyectos de reforma laboral y pensional que, según él, no existieron y acuerda con los congresistas algunos alivios en la reforma tributaria. El problema con esto es que Duque volvió a negociar con los que no eran (los congresistas), volvió a entregar todo el margen que tenía… y el Comité del Paro ni siquiera se dio por enterado.

3. El presidente y sus aliados dicen que el paro es un complot que comenzó el día de su posesión y está orquestado por Petro con el Foro de São Paulo. Esto es verdad en la medida que el oficio de la oposición en todo el mundo es complicarle las cosas al Gobierno, pero tiene el pequeño problema de no explicar por qué el paro se produjo ahora y no hace diez años, cuando Petro y el Foro de São Paulo ya existían y estaban conspirando.

Los relatos de protesta

La tormenta, como dije, unificó a las organizaciones sociales, pero además movilizó a otras varias capas de descontento que tienen cada una su relato y sus condiciones para volver o no volver a casa. Comienzo por esas otras capas.

Está el polvorín de los jóvenes sin trabajo ni escuela, el que asustó con amenazas de saqueo a las familias. Por ahora parece estar quieto, pero este polvorín estallará cualquier día. Están los agitadores de oficio, los de las capuchas y papas bomba, que hacen necesaria la existencia del Esmad. Están los golpeados por la injusticia, el que fue despedido sin motivo, el taxista que trabaja horas, etc. Es el ruido sordo de las cuentas impagables. Están los jóvenes de clase media o media alta que marchan porque creen en el medio ambiente o los derechos de la mujer. Son lo mejor que tiene Colombia. Pero a ellos este gobierno, ni ningún otro gobierno, tiene nada serio que decirles.

Y están las organizaciones que por algún motivo acabaron siendo parte del Comité del Paro: los sindicatos, decanos naturales del movimiento social, pero que tienen un problema: representan apenas a cuatro o cinco de cada cien trabajadores colombianos —y no precisamente a los mal pagados—. Los indígenas, cuya marcha tiene 500 años porque a ellos les robaron el territorio y la identidad. Los que exigen que se cumpla el Acuerdo de Paz, los que exigen cumplir los acuerdos anteriores con Fecode, con los estudiantes, con Dignidad Agropecuaria… como si los acuerdos que firman los gobiernos fueran para cumplir. Y, en fin, los que exigen cumplir los trece puntos del pliego que acordó el comité.

La pregunta

Detrás de la movilización y la negociación hay la pregunta seria que nadie va a discutir con seriedad: ¿quién representa a quién, para cuáles efectos y con cuáles títulos? El presidente dice que fue elegido por el pueblo y lo que hace es gobernar, pero los manifestantes dicen que no los representa. Los políticos elegidos por el pueblo no lo representan, porque el Congreso es quien aprueba las reformas que explican las protestas. Los líderes desaparecen en esta hora de veras decisiva: Petro azuza, Uribe azuza, los demás se callan. Los indígenas se representan a sí mismos, las centrales obreras a los sindicalizados… y los demás somos las almas sueltas, confundidas, que marchamos quiero creer que en busca de un país donde quepamos todos.

Los desenlaces

Esos relatos mutuamente excluyentes y esas representaciones incompletas son la causa de la incertidumbre. Pero si Colombia sigue siendo Colombia (de lo cual tampoco estoy seguro), diría yo que el futuro es como sigue: reuniones, levantadas de la mesa, discursos y marchas. Después, una pausa forzada por Navidad, que beneficia más al Gobierno. Nuevas marchas con menos concurrencia. Renuncia del ministro Carrasquilla y designación de otro derechista, pero más disimulado. Comisiones de negociación y firma solemne de un acuerdo con tal vez trece puntos que se parezcan en el título a los puntos actuales. El levantamiento del paro. Incumplimiento de algunos de los puntos. Y el descontento, el malestar y la bomba social que siguen debajo, esperando.

* Director y editor general de Razón Pública. 

Esta publicación es posible gracias a una alianza entre El Espectador y Razón Pública. Lea el artículo original aquí. 

Por Hernando Gómez Buendía*

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