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Si la política es dinámica, no menos volátil es el poder y ese anhelado estatus de gobernabilidad. De eso puede dar fe hoy el presidente Iván Duque. Hace menos de un año, el mandatario gozaba de una quimera legislativa y parecía que, al fin, sacaba provecho de las mayorías en el Congreso. La elección de su exministra de Justicia, Margarita Cabello, como procuradora, o la de Carlos Camargo como defensor del Pueblo, daban cuenta de la bonanza. Incluso, el arribo del COVID-19 al país –contra todo pronóstico– terminó favoreciéndolo. ¿La razón? No solo apaciguó el paro nacional de finales de 2019, sino que disparó su favorabilidad. Sin embargo, pasado un año, el panorama no puede ser más adverso para Duque: la crisis galopa con fuerza en las postrimerías de su mandato y en medio del año preelectoral.
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El rechazo y la inconformidad que despertó la reforma tributaria terminó siendo la estocada final. Por un lado, reavivó el malestar social y, aun en medio de la pandemia, volcó con fuerza de nuevo a la gente a las calles, con dimensiones que podrían ser mayores a las de finales de 2019. Si antes de estas manifestaciones la desaprobación de Duque ascendía a 63,2 %, el panorama venidero puede ser aún peor en materia de respaldo y aceptación. Solo en diciembre de 2020, pasado un mes de las protestas, la desaprobación se trepó al 70 %.
Por otro lado, la iniciativa dio pie a brotes de oposición y repudio entre fuerzas políticas que otrora parecían al fin alineadas con las pretensiones del Gobierno, léase Cambio Radical, la U y un sector del liberalismo. Es más, la reforma agrietó la aparentemente incondicional relación del presidente con su partido, el Centro Democrático, y llevó a que el propio Álvaro Uribe reclamara que en el gobierno no lo escuchan: una queja en público de que en la Casa de Nariño parecen hacer oídos sordos, incluso, al mayor elector y bastión de Duque.
Esa desconexión no solo con los ciudadanos y los sectores políticos, sino con su propio mentor, es una radiografía del tenso momento que se esconde detrás del set de Prevención y Acción. La presión responde, primero, a la agenda que aún está llamado a sacar Duque en lo que resta de su gobierno, en pro de la pretensión de todo mandatario: asegurar su legado. Y, segundo, a que se acercan las elecciones y que la “palomilla” de ostentar el poder –dicen en voz baja, pero cada vez más fuerte en el Centro Democrático– debería beneficiar al espectro ideológico que lo ayudó a elegir, en lugar de afectarlo.
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Así, no le queda de otra al mandatario que una jugada a dos bandas que, en principio, le permita apaciguar los ánimos, le conceda gobernabilidad y que logre sumar respaldos para garantizar su patrimonio político, para luego –echando mano por fin de ese capital– poder favorecer a los suyos y cerciorarse de que se hagan a un lugar en la contienda electoral de 2022, tanto en la carrera por la Presidencia como al Congreso, donde hoy el Centro Democrático es mayoría. La cuestión, en medio de esta compleja cábala política, es el cómo.
“Debería acercarse más a los medios, a gremios y a sectores sociales del país. Eso ha faltado. Si la clase política quiere estar, bienvenida, pero no con chantajes”, dice un senador del Centro Democrático que, por obvias razones, pide no revelar su identidad. Su lectura va más allá y –como es natural en época preelectoral– echa mano del espejo retrovisor para analizar la situación: “(Juan Manuel) Santos tenía acostumbrada a la clase política a unas dádivas y a un reconocimiento político. Duque ganó diciendo que no iba a dar mermelada y por eso no le caminan en el Congreso. Le estaban teniendo paciencia, pero ya, en este año preelectoral, se dieron cuenta de que no va a ceder y se están bajando de cualquier iniciativa, por buena que sea. Santos también acaparaba con pauta y publicidad todos los medios, sobre todo regionales, pero Duque no”.
Desde la orilla opuesta, la senadora de oposición Angélica Lozano (Alianza Verde) explica que el descontento con Duque no es nuevo, viene de atrás, y permaneció suspendió por cuenta de la pandemia. “Eso le dio un nuevo aire al presidente. Veníamos del Ñeñe Hernández y el paro cuando explotó la pandemia. Eso fue un paréntesis. Pero ese entretiempo se agotó por la profundización de la crisis económica y social, así como por la insensibilidad de buena parte de su reforma tributaria”.
Para Lozano, que no descarta que con miras al último año de gobierno la “mermelada” también se cotice al alza, lo que debería hacer el presidente es presentar una nueva reforma tributaria, de solo cinco puntos, que “ponga contra la pared a los megarricos y poderosos. Eso sintonizaría a Duque con las calles, pero implica patear el tablero, porque es algo que no le gustaría a su partido”. Según Lozano, esa postura de contracorriente también dejaría al desnudo a los congresistas que, aunque parecen respaldarlo, tras bambalinas le sacan jugo a su impopularidad, mientras gozan de puestos. “Mire a Cambio Radical, que tiene como tres ministerios”.
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Acogiendo la tesis de que la pandemia, en últimas, lo que hizo fue exacerbar una crisis social y económica que estuvo en pausa por el mismo encierro, el representante Juan Carlos Losada –del Partido Liberal, hoy declarado en independencia del Ejecutivo– señala que el descontento obedece al acaparamiento institucional de Duque y a la incapacidad del gobierno para leer las nuevas realidades. Para el congresista, la única forma de que el presidente asegure su legado y le baje la temperatura a la olla de presión es garantizando la reactivación económica, lo que solo se logrará vía vacunación masiva. Pero vacunación de verdad.
“El plan de vacunación de Duque ponía unas metas muy altas y terminamos adquiriendo muy tarde las vacunas, además de forma desorganizada. Eso hace que hoy seamos uno de los países con más contagios y muertos por COVID-19 en el mundo. La situación de salud es catastrófica y solo solucionando el tema de la vacunación podemos restablecer el orden económico del país. Pero, ¿qué vemos? Al presidente tomando medidas en contra de la clase trabajadora con su reforma tributaria, garantizando prebendas a los que más tienen y afectando a los que menos tienen. Lo de la vacunación, insisto, es catastrófico. Vamos un año rezagados para lograr la inmunidad de rebaño, que solo se lograría hasta abril de 2023 y los platos rotos los paga la gente. Por eso está en la calle”.
Desde una perspectiva académica, la profesora María Alejandra Arboleda, experta en comunicación y opinión pública, sostiene que la relación de Duque con el Congreso siempre ha sido problemática, solo que ahora se complejiza por cuenta del año preelectoral y, por ende, por el costo político que implica ser cercano a un gobierno cada vez más impopular. “En el Centro Democrático ya no tiene un apoyo tan de frente, porque quizás es un presidente que, por la forma en que está gobernando y las banderas que tiene, no está representando ni siquiera a su propio partido. No solo Duque se está quedando solo, también el Centro Democrático, puesto que muchos militantes o ciudadanos que los apoyaron en 2018 hoy se sienten engañados y se están retirando”.
Para Arboleda, es difícil recomponer el camino no solo por la crisis de liderazgo que afecta a Duque, sino por la desconfianza que genera su gobierno: “Lo primero que hay que hacer es reconocer la crisis. No seguir empeñado en que sale en el programa Prevención y Acción el día del paro, como si no hubiese pasado absolutamente nada. También debe llamar a un diálogo y un consenso nacional con los diferentes actores, principalmente la oposición y los sectores políticos, económicos y ciudadanos. También un ajuste en la estrategia de comunicación”.
De hecho, la analista abre la puerta a un revolcón ministerial ante el último año de gobierno: “Hay que cambiar la forma de gobernar, la forma en que se comunica y con quienes se gobierna. Aquellos que están hoy en ciertos cargos no generan la confianza que se necesita. Una forma de mostrar un gobierno más abierto y que integre más a las personas, es cambiar a quienes están gobernando y hacer un cambio en el gabinete, invitando a personas con distintas posturas”.
No obstante, advierte a su turno Sergio Guzmán, director de la firma Colombia Risk –una consultora de riesgos políticos en Colombia y la región–, al Gobierno le queda muy difícil venir a hablar de consensos y diálogos amplios, con los sectores políticos y la ciudadanía, cuando en los últimos dos años y medio ha hablado de conversaciones nacionales que no logran nada y no consiguen cambios.
“La gente no le cree al Gobierno cuando dice que quiere consensuar, porque no ha hecho un esfuerzo en ese sentido en el pasado. Duque llamó a una Conversación Nacional para no cambiar un ápice de su posición. Es claro que el Gobierno necesita consensuar, pero en el pasado nunca lo hizo y eso ahora le está pasando factura, quizá en el peor momento”, explica, resaltando que hoy son más los que, interesados en un cargo de elección popular el año entrante, están tratando de sacar provecho de la crisis del Gobierno, en lugar de buscar soluciones. “Todos los políticos están tratando de utilizar la situación a su provecho, haciendo uso del adagio que reza que una crisis no se debe desperdiciar”.
Si el momento social y económico del país era problemático y adverso, la situación política actual viene a agravar el panorama para Duque. Si bien su agenda estaba volcada a la vacunación, el fuego del descontento que se avivó en las calles abre otro boquete de crisis en su agenda. Al mandatario aún le resta un año largo de gobierno para atender las problemáticas y atajar, de forma definitiva y sólida, la ebullición social. De esa voluntad dependerá su legado de gobierno.
Twitter: @Currinche