La cacerola, el paro y el cambio cultural

El director de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y la trascendencia de las marchas callejeras como reflejo de la juventud y la ciudadanía.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
08 de diciembre de 2019 - 02:00 a. m.
“Vivimos una alegre indignación: amorosa, creativa, lúcida, informada”. /AFP
“Vivimos una alegre indignación: amorosa, creativa, lúcida, informada”. /AFP

Vive nuestro país un momento histórico formidable: la época en que se abre el horizonte del cambio cultural por tantos años esperado, cambio por el que hemos cada quien de uno u otro modo tejido nuestro hilo de esperanza y de trabajo, nuestro canto, nuestra poesía, nuestro deseo activo de otra sociedad, justa, en paz, solidaria, respetuosa de las diferencias, respetuosa de las mujeres, de los géneros, una sociedad que se levante sobre el cuidado mutuo y el buen vivir, una comunidad humana que cuida de la vida y de la naturaleza, que las siente sagradas, como a la muerte.

Compartimos este nuevo tiempo en las calles y desde las puertas y ventanas de nuestras casas con el ritmo alegre de nuestras cacerolas. Es el tiempo de un generoso y feliz despertar colectivo, de marchas cantadas y danzadas, festivas, los días de una alegre indignación: amorosa, creativa, lúcida, informada; una protesta colectiva de mujeres, hombres, niños, niñas, adolescentes, abuelos, estudiantes, barristas del fútbol, gentes de las clases trabajadoras, medias, obreras, incluso altas (en Bogotá las cacerolas se han escuchado hasta en Rosales y La Cabrera!!), días de una alegre indignación colectiva, que se expresa por doquier en la sociedad y exige no más niños muertos en esta guerra absurda, que demanda el cese definitivo de la guerra y el cumplimiento cabal de los Acuerdos de Paz y de los acuerdos con el movimiento universitario; que demanda justicia social: impuestos progresivos: que quien más tenga aporte más, y quitarle las exenciones tributarias a los más ricos y a las empresas más grandes; que exige salud justa, pensión justa; que exige excluir de la vida el machismo y las violencias patriarcales; que reclama una relación sagrada e inteligente con la naturaleza: el cuidado del medio ambiente, la conservación de los equilibrios ecológicos: que en cambio del consumismo, del modelo energético extractivista y de la explotación destructiva del ambiente y la ecología que hoy imperan, creemos entre la sociedad y la naturaleza una relación equilibrada, cuidadora, armónica, sagrada y detengamos el cambio climático.

Este momento que vivimos en nuestro país, y que vive parte de Latinoamérica, es un momento luminoso para la vida colectiva, de florecimiento de la democracia ciudadana y de la conciencia ambiental juvenil que siente un deber sagrado proteger los delicados equilibrios de la vida en el planeta.

Vivimos un florecer del sentimiento colectivo, de la pasión colectiva, ciudadana, barrial, familiar: nos cansamos del silencio, de ver morir calladamente a la gente más buena y generosa de la sociedad, a los líderes y las lideresas, de convivir con otro genocidio en marcha; de leer las dolorosas noticias de los indígenas asesinados: un etnocidio, el viejo etnocidio colonial revivido con saña feroz; de ver impotentes el asesinato de los excombatientes firmantes del Acuerdo de paz: otra traición en marcha que busca llevar al fracaso la paz y hundir al país en otro siglo de muerte y guerra, de desesperación e impotencia, de desilusión e indiferencia.

Vivimos un vigoroso despertar colectivo de los deseos de cambio, un despertar que está tejiendo un profundo cambio cultural en el país.

De este cambio cultural que estamos viviendo es protagonista esencial la juventud y la juventud universitaria. Alegra ver en las calles a la ciudadanía y a la niñez cantando las consignas y cánticos de las marchas universitarias. Las demandas del movimiento universitario ahora son también demandas de la comunidad.

Todos estos hechos bellos y extraordinarios de nuestra vida colectiva actual nos invitan hoy a gozar la felicidad de salir a las calles, al paro, al concierto, a la fiesta musical de la cacerola que pide paz, educación, salud, justicia en los impuestos, en la salud, en el trabajo, en las pensiones, respeto a la diversidad, y que cese la matanza ya. Una fiesta fraterna que siente que la madre tierra es sagrada, que el aire, el agua, la vida sensitiva animal, son sagradas. Que la muerte es sagrada.

* Escritor, actor y director de teatro. Premio Nacional de Poesía 2012 por “La llama inclinada”, Premio Iberoamericano de Textos Dramáticos y Premio Iberoamericano de Ensayo Pensar a Contracorriente.

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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