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Más allá de la cuestión de la personería jurídica que han reivindicado Juan Manuel y Carlos Fernando Galán, es evidente que el país necesita un nuevo liberalismo.
El diagnóstico del que partió el esfuerzo liderado por Luis Carlos Galán y sus compañeros en su momento tuvo muchos aciertos. No hay duda de que el Partido Liberal en Colombia cayó en la misma crisis histórica de legitimidad, de “degeneración de las costumbres políticas” y de “crisis moral” que en el Partido Conservador, desde el Frente Nacional, imponiendo una obligación de renovación, no ha desaparecido.
Los planteamientos iniciales en el “llamamiento a la Nación” a favor de la paz, de la reforma política, del derecho a la información contra “los noticieros serviles del Gobierno”, e incluso del replanteamiento de los contratos de explotación de petróleo y carbón, mantienen toda la vigencia.
Aunque en el pasado Juan Manuel Galán ha afirmado que la unión liberal recogía la agenda del nuevo liberalismo, y que César Gaviria y Alfonso Valdivieso encarnaban “la nueva forma de hacer política”, hoy reconoce que Gaviria y Vargas Lleras fueron grandes traidores de aquella causa.
En el presente, sin embargo, sería inadmisible que un planteamiento del Nuevo Liberalismo, tan crítico de la “esterilidad ideológica” de los partidos, evada una explicación clara sobre sus contenidos.
La crisis del liberalismo es cierta hoy más allá de nuestro país. Una causa fundamental es el hecho de que tantos partidos liberales, social demócratas y herederos de las izquierdas hayan aceptado en Europa y en América Latina la convivencia entre el discurso del Estado Social de Derecho y la práctica neoliberal que terminó de estallar en 2008, haciendo gritar a la ciudadanía empobrecida, traicionada y precarizada de decenas de países que “no nos representan”. “El eclipse de la fraternidad” que debió haber existido por la libertad y la igualdad para todos y no sólo para las élites, fue más bien sustituido por el acomodamiento y la corrupción que ha dejado irreconocibles a muchos héroes del pasado.
Además, numerosos análisis hablan de la crisis de la democracia liberal que al fin es la que conocen los jóvenes de las generaciones posteriores a la caída del Muro de Berlín. La política del espectáculo, la estandarización de las tácticas emocionales vía marketing electoral o uso de datos en internet, hacen que hoy se pueda comprar y vender el desprestigio de cualquier cosa o persona, convirtiendo a la política profesional en algo con lo que sólo se quieren meter los malos o los brutos. Y la política del miedo al terrorismo se volvió norma para corroer y negar las libertades democráticas.
Vale la pena entonces preguntar: ¿qué se propone como nuevo liberalismo hoy en ese contexto?
Uno de los mayores desafíos para un movimiento como estos es que no se reduzca la renovación necesaria de los ideales liberales y de la democracia liberal, a la construcción de una nueva marca plegada al slogan del centro que se define en distancia del “populismo de extrema derecha y de extrema izquierda”, y que no es otra cosa que un producto de la política del espectáculo.
Nunca hubo tanta coincidencia sobre los problemas de fondo de nuestra sociedad y la necesidad de “construir en serio la democracia política, social y económica”, como la que existe hoy cuando desde orillas tan distintas se pide un “acuerdo sobre lo fundamental” por la paz del país. Pero siempre hubo liberales que teniendo clarísimo el diagnóstico, prefirieron “la gran pausa” a la “revolución en marcha”.
*Activista político