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La instrucción desde la redacción de El Espectador para hacer las transmisiones en vivo desde el lugar de las protestas en Bogotá, que se iniciaron el 21 de noviembre de 2019, fue simple: cero opiniones al aire. Era un reto complicado que decidimos asumir todos los periodistas que íbamos a estar en medio de un ambiente de tensión máxima, en la que podía pasar cualquier cosa. Ese fue el acuerdo. De mi parte, la respuesta fue que los juicios se quedarían en la casa, pero las palabras describirían con precisión lo que estuviese ocurriendo.
El 23 de noviembre, muy temprano, concretamos con Alfredo Molano, periodista, y Nicolás Achury, en la cámara, encontrarnos en el Parque Nacional. La convocatoria de esa concentración la había hecho un colectivo de músicos y, al ser el tercer día de protestas en un país poco acostumbrado a estas, las expectativas de una afluencia de personas eran pocas. Llegamos sobre las 11 de la mañana y el ambiente era bastante familiar: tambores, guitarras, niños, adultos, parejas y mascotas.
En poco tiempo la concentración se volvió masiva. Aunque la propuesta inicial de los convocantes no era marchar, los manifestantes se arrojaron a la carrera Séptima para caminar hacia el centro, a pesar de que había un acuerdo entre la Policía y los organizadores para no bloquear las vías. En cuestión de segundos cayeron las primeras bombas aturdidoras y los gases lacrimógenos. El Esmad hacía presencia y lo que parecía una mañana tranquila se empezó a complicar.
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Nos refugiamos en las calles aledañas mientras el químico se dispersaba en el aire. La caminata continuó por la Séptima hacia el centro, en medio de lacrimógenos esporádicos. La meta era llegar a la Plaza de Bolívar, pero la orden desde la Policía parecía bastante clara: nadie entraba a la plaza. Por eso, pasadas las 2 de la tarde, cuando los manifestantes llegaron al Palacio de Justicia, una línea de Esmad los esperaba para impedir su avance. Las aturdidoras y el gas se tomaron de nuevo el ambiente, la gente corría y los periodistas no lográbamos entender por qué, contrario a lo que dicen los protocolos, atacaron una protesta tranquila, un sábado a la tarde, en una vía peatonal.
Entrar a la Plaza de Bolívar era un asunto de honor. La gente volvía a intentarlo, pero la Policía se oponía. Hay que decirlo: ese día, la Fuerza Pública estaba particularmente agresiva y uno de los hechos más dicientes fue la aturdidora que el Esmad hizo estallar en la intercepción de la Séptima con Avenida Jiménez, cuando los manifestantes entonaban las notas del himno nacional. Todo quedó grabado. El ambiente era tenso, los uniformados se nos acercaban a los periodistas, nos requisaban sin preguntar, nos decían que no obstaculizáramos el operativo. Los reclamos de los gestores de convivencia de la Alcaldía y de los funcionarios de la Personería Distrital a la Policía fueron varios y en igual número de veces fueron ignorados.
La Séptima era caos. Gas, ruido, la calle en obra gris, humo de bengalas, piedras en el aire. La transmisión de El Espectador en Facebook llegaba a 20.000 personas conectadas en vivo. Para tener una referencia de la magnitud, eso es ampliamente superior a una entrevista por streaming de Vicky Dávila con Petro o con Uribe. Y fue en los comentarios que empezaron a alertar de que habían matado a alguien en la Calle 19 con Carrera 4ta. Intentábamos llegar, pero no había forma de pasar porque el Esmad acorralaba. La gente corría desesperada con la cara a medio tapar. Algunos ciudadanos rociaban en los ojos con agua bicarbonatada.
Cuando logramos salir de la zona más caliente de la manifestación, Nathaly Triana, también en la cámara, aún estaba en medio del Esmad y los manifestantes. Nos devolvimos a buscarla, la encontramos y nos repartimos: Molano se fue con Achury hacia la Plaza de Bolívar; Nathaly y yo, a la 19 con 4. Nos encontrarnos con la sangre, todavía fresca sobre el pavimento, de Dilan Cruz. El capitán Manuel Cubillos, del Esmad, ya le había disparado a pesar de que la marcha retrocedía. “Lo mataron”, gritaban los manifestantes. Hacía menos de 5 minutos de nuestra llegada, lo habían trasladado a un centro asistencial y, de pronto, el sitio en donde una munición tipo “bean bag” perforó el cráneo de Dilan se convirtió en un altar adornado con los carteles de “Fuera Duque” y “Viva el Paro Nacional”.
Ese fue el punto de quiebre de la tarde. En ese sector de la ciudad, el Esmad, ahora sí, atendió las sugerencias de la Personería y de las organizaciones de derechos humanos, replegándose hacia la rotonda de la 19 con carrera 3, cerca del Icetex. Hubo minutos de silencio y súplicas a seres divinos por la salud del joven que, por la gravedad de la herida, tenía pocas oportunidades de vida. A poco más de un kilómetro de ahí, en la Plaza de Bolívar, el Esmad también retrocedía y la marcha, por fin, se tomaba el lugar. Era la victoria. Y hasta que se terminó la concentración, no hubo más enfrentamientos y se acabó la alteración de los sentidos que llevó a una violencia que se respiraba en el ambiente, que ponía a llorar y que cortaba la garganta. A Dilan lo mataron en la 19 con 4, pero con la crispación de esa tarde, él pudo caer en cualquier otro lugar del centro de Bogotá.