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Hace unos años, cuando se trazaron las metas de desarrollo sostenible, Europa se trazó una meta que parecía pan comido cumplir: eliminar el sarampión para el año 2020. En ese entonces, parecía una tarea sencilla.
Se impuso la obligatoriedad de la vacunación para oder matricular a los niños en el colegio, y las tazas de infección siguieron disminuyendo. Pero ahora, a un año de la fecha límite, todo parece indicar que Europa, en lugar de acercarse a la meta, se aleja.
Este año, hubo en ese continente 60.0000 casos de sarampión, es decir, el doble de casos de 2017. Hubo, además, el doble de muertes por la enfermedad que el año pasado: se registraron 72 fallecimientos. Esto convirtió al 2018 en el peor año de las últimas dos décadas.
¿A qué podría deberse este incremento en los casos? para muchos, es evidente que la respuesta en la fuerza que han adquirido los movimientos anti vacunas en ese continente, así como el asenso al poder de líderes políticos que los aprueban.
¿Quiénes son los anti vacunas?
Hace unos años, grupos de personas empezaron a llamarse a sí mismas “escépticas” de la vacunación. De acuerdo con estas personas, las vacunas tienen fuertes efectos secundarios y pueden, inclusive, causar autismo o la muerte.
Todo esto es absolutamente falso. El único artículo que relacionaba a las vacunas contra el sarampión, la rubeola y la parotiditis con el autismo, escrito por Andrew Wakefield en 1998, además fue retirado tiempo después por fraude. El médico fue expulsado del Colegio de Médicos de Reino unido. Es más: en 2015, la revista PNAS reveló un estudio co-financiado por un grupo antivacunas en el que se demostró que éstas no juegan ningún papel en la neuropatología del espectro autista.
En cambio, hay enorme evidencia que demuestra que las vacunas evitan entre dos y tres millones de muertes cada año, de acuerdo con la organización Mundial de la Salud (OMS). La erradicación de graves enfermedades como la poliomielitis está cerca, y las tazas de infección por sarampión disminuyeron en un 74% en tan solo diez años (2000-2010) gracias a la vacuna contra esa enfermedad.
Pero esa tendencia se detuvo cuando aparecieron con “anti-vacuna”. En 2010, las tasas de vacunación en Francia cayeron. Un año más tarde, hubo un fuerte aumento en los casos de sarampión. En Italia, cuando las tasas de inmunización retrocedieron en 2014, los casos aumentaron de unas pocas docenas al mes a cientos. El caso de Rumania es dramático: allí, en 2014 las tazas de vacunación disminuyeron en un 90%. Para 2017, ese país registró más de 1,000 casos al mes, en comparación con solo uno o dos que había en el país antes de 2014.
Redes sociales y líderes populistas: el caldo de cultivo perfecto
Este año, los efectos de estas creencias pasaron factura en todo el continente.
Vytenis Andriukaitis, el comisionado para la salud de la Unión Europea, dijo a The Guardian que estaba muy preocupado y agregó que no es el único. “Toda la sociedad científica, a los epidemiólogos, a los pediatras, a los expertos en enfermedades infecciosas y a muchos ministros de salud les preocupa lo que está pasando”.
“Es inimaginable que tengamos muertes a causa del sarampión, niños que mueren a causa del sarampión en este continente. Prometimos que para 2020 Europa estaría libre de sarampión”, explicó.
El auge de los movimientos anti vacunas, señalaron varios expertos consultados por el periódico inglés The Guardian –entre ellos Andriukaitis–, estaría en las redes sociales digitales, y en el apoyo que recibieron de políticos populistas.
Por ejemplo, en Italia, el partido político de extrema derecha Cinco Estrellas (M5S) declararon a las vacunas como “poco seguras” antes de que sus aliados del partido League ganaran las elecciones. En 2015 propusieron incluso la prohibición de las mismas.
No obstante, una vez en el poder tuvieron que enfrentarse a la peor epidemia de sarampión de Europa, solo superados por Rumania. Fue entonces cuando M5S moderó su discurso.
En Polonia, el partido político Kukiz’15 ha respaldado a una líder antivacunas llamada Justyna Socha, quien asegura que los médicos e investigadores hacen parte de un complot mundial para ocultar los efectos secundarios de las vacunas. Aunque no ha presentado evidencia al respecto, sus palabras retumban en los sectores más reaccionarios.
Lisa Menning, quien trabaja para la OMS en el tema de aceptación de las vacunas, cree que el auge de estas creencias tiene que ver con el crecimiente descontento y falta de confianza en la política tradicional.
Menning le dijo a The Guardian que los líderes populistas, asi como los anti vacunas, “comparten una falta de confianza en las autoridades, incluida en la autoridad de la evidencia científica”. Por ello, es común que estos líderes –como por ejemplo, donald Trump– desconfíen además de otros fenómenos cuya evidencia es irrefutable, como el calentamiento global.
Los organismos de salud del viejo continente siguen pensando en qué hacer para evitar que las tazas de contagio sigan creciendo.