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Durante la pandemia de COVID-19 la producción y compra de desinfectantes en todo el mundo se multiplicó como nunca. El temor al contagio a través de superficies llevó a los ciudadanos a abastecerse de desinfectantes a base de alcohol para las manos y muchas autoridades a usar altas cantidades cloro en la desinfección de aguas residuales.
Un problema, como lo advirtieron los investigadores Ji Lu y Jianhua Guo de la Universidad de Queensland en Australia, es que el uso indiscriminado de estos productos y las altas dosis empleadas en procesos de desinfección, por encima de los límites sugeridos, tienen potencial para aumentar la resistencia a los antimicrobianos.
“Los desinfectantes facilitan la adquisición bacteriana de la resistencia antimicrobiana, potencialmente el mayor desafío de salud mundial después de la pandemia de COVID-19″, apuntaron en un artículo publicado en la revista Science.
Ingredientes antisépticos compuestos de amonio cuaternario, triclosán, clorhexidina y etanol así como desinfectantes a base de cloro pueden favorecer la propagación entre diferentes bacterias de genes que les otorgan resistencia a estas sustancias. “Los aumentos actuales de las prácticas de desinfección pueden representar un riesgo para el medio ambiente y la salud pública al acelerar la propagación de la resistencia antimicrobiana”, apuntaron.
Los investigadores explicaron que a diferencia de los virus, que no pueden reproducirse de forma independiente y rara vez sobreviven en el medio ambiente, las bacterias pueden proliferar y heredar la capacidad de resistencia estas sustancias por generaciones. “La salud de los seres humanos y los animales está indisolublemente conectada con el medio ambiente, lo que puede crear un ciclo de diseminación de la resistencia antimicrobiana”.
En su artículo invitan a las autoridades de salud y tomadores de decisiones a evaluar con más atención los riesgos ambientales y de salud pública que conllevan estos plantes de desinfección.
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