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La primera rueda de prensa que dio Fernando Ruiz luego de posesionarse como ministro de Salud fue completamente inusual. En una sala no muy grande del cuarto piso del ministerio se presentó junto a Martha Ospina, directora del Instituto Nacional de Salud (INS), junto a los 37 secretarios de salud del país. Frente a ellos había una larga fila de cámaras de televisión. Era el 4 de marzo y aún no se había identificado ningún caso de COVID-19 en Colombia, pero la ansiedad desbordaba a los periodistas. Ruiz intentó calmarlos con un pequeño jalón de orejas: “Entiendo que quieren la chiva y que se van a matar por eso, pero tranquilos. Si algo caracteriza al ministerio y al INS es su transparencia. Nuestra obligación es llamarlos a ustedes”. Después bromeó al hablar sobre las epidemias del zika (2015 - 2016) y del chikunguña (2014): “Me han tocado todas. Es que soy muy de buenas”. (Lea Camilo Solano, un músico tratando de entender la pandemia)
Ruiz ya había compartido con Ospina los desafíos de lidiar con una epidemia (2016). Él era viceministro de Salud Pública; ella, directora del INS. Ambos habían sido elegidos por Alejandro Gaviria en un intento por poner fin a los nombramientos producto de cuotas políticas. Este año, por casualidad, se volvieron a reunir en el gobierno de Iván Duque. Ospina había logrado mantenerse en su cargo y Ruiz llegó por recomendación de Germán Vargas Lleras, tras la renuncia de Juan Pablo Uribe al ministerio. Su nombramiento fue un alivio en un sector de muchos intereses y con uno de los presupuestos más altos de 2020: $31,9 billones.
La razón por la que ellos dos están en esta lista de personajes del año es apenas obvia: sobre sus hombros ha recaído buena parte de la responsabilidad de enfrentar el COVID-19.
Ospina es médica, magíster en Economía y Epidemiología y candidata a doctora en Políticas Públicas. Antes de llegar a la dirección del INS, fue gerente de la EPS Servicio Occidental de Salud y estuvo al frente de la Dirección de Epidemiología del ministerio. Ruiz también es médico y es Ph. D. en Salud Pública. Parte de su reconocimiento en la academia es fruto de su labor como director del Cendex, un centro de investigación de salud pública de la Universidad Javeriana. Una de sus áreas de estudio han sido los sistemas de salud y los caminos para lograr un aseguramiento.
“Su formación en Salud Pública ha sido muy valiosa”, cuenta una persona que ha trabajado al lado de Ruiz durante estos meses. “Eso marca una gran diferencia con otros ministros. Además, su experiencia en la academia le ha permitido analizar mejor los problemas y buscar la mejor forma de encontrar soluciones. Tal vez por eso no toma decisiones de manera apresurada”.
Martha Ospina, por otro lado, dice una antigua funcionaria del INS, tiene una combinación inusual entre quienes han ocupado la dirección del instituto, todos hombres hasta su llegada: “Es técnica y también es una gran gerente. Eso le ha permitido hacer una muy buena planeación y es uno de los motivos por los que el instituto ha cobrado protagonismo. Está enterada de todo lo que pasa en las diferentes áreas del INS”.
Aunque ambos comparten esa característica, son completamente diferentes. Ruiz, que ha hecho unos 35 viajes a diferentes ciudades, es aplomado y tranquilo; un poco introvertido. “Es sorprendentemente frío a la hora de analizar situaciones. Confía mucho en su círculo cercano y lo escucha siempre. Es un diálogo cordial que ha intentado mantener con todos los sectores”, asegura Carlos Dáguer, una de las personas que lo ha asesorado en estos meses.
“Tiene un control emocional superior. Siempre ha mantenido la tranquilidad, incluso a la hora de tomar las decisiones más difíciles, como la de cerrar completamente el país a finales de marzo”, cuenta Hugo Arévalo, su asesor de comunicaciones.
Ospina, caleña, es todo lo contrario. Como contó La Silla Vacía en un extenso perfil que publicó en mayo, le sobra carácter y habla con franqueza; sin tapujos. “Es súper exigente. El que no sea buen trabajador no puede continuar a su lado, porque siempre está pendiente de que todo lo que se haga en el INS sea de calidad. Revisa absolutamente todo. Eso no quiere decir, claro, que no nos escuche. Siempre está abierta a dialogar”, reitera una de sus funcionarias. “Es simpáticamente seria”, fue como la definió Beatriz Londoño, exministra de Salud, a La Silla.
Gracias a su gestión (y a la de muchos funcionarios, claro) el INS ha ejercido una labor notable el 2020. Hay un par de puntos en los que su liderazgo ha sido indispensable. El primero es la capacidad para analizar pruebas diagnósticas que ha alcanzado Colombia (60.000 diarias). Es un logro que esconde un intenso trabajo del INS por consolidar una red de laboratorios que era inexistente. Hoy hay 151 habilitados. De esos, varios son públicos y al inicio de la pandemia no tenían equipos ni suficiente personal de salud. En muchos casos el instituto fue el que los asesoró y los ayudó a hacer alianzas.
“El INS nos asesoró y ayudó en todo. Con la metodología y a establecer contactos para hacer convenios con universidades”, le había relatado hace unos meses a este diario Johanna Colorado, bacterióloga y coordinadora del laboratorio de salud pública de Cesar.
La segunda tarea en la que el instituto ha sobresalido tiene que ver con el estudio de seroprevalencia que se está haciendo en diez ciudades colombianas. Su coordinación ha sido un desafío y los resultados que arroje permitirán responder preguntas claves en la pandemia: ¿cuántas personas en total se han contagiado de COVID-19?, ¿cuántas han sido asintomáticas?, ¿cuál es la verdadera tasa de letalidad? La creación de los modelos que guiaron algunas decisiones y la labor de vigilancia epidemiológica son otros dos logros que con frecuencia resalta la comunidad científica.
Pero, como es natural, la gestión de Ruiz y Ospina ha recibido críticas. Varios sectores han discrepado en algunas decisiones. Otros han protestado por declaraciones poco afortunadas, como la del supuesto “cartel del COVID-19”, que causó más de un disgusto en el personal de la salud. Las negociaciones para la adquisición de vacunas han sido otro asunto que ha generado controversias y sobre el que aún no hay suficiente claridad. “Afortunadamente, me he equivocado. De lo contrario, no habría aprendido y cometería errores en momentos más críticos”, reconoció el ministro en una entrevista con la revista Bocas. “Después de todo”, afirma alguien más del Minsalud, “han muerto 40.000 personas de COVID-19, y eso no es un resultado para estar orgullosos”.