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Hace unos días la Agencia Nacional de Seguridad del Medicamento y de los Productos Sanitarios de Francia (ANSM) emitió una alerta relacionada con el consumo de uno de los medicamentos más populares en el planeta: el ibuprofeno. Muchos medios de comunicación la replicaron con titulares rimbombantes. “Expertos dicen que el ibuprofeno es malo”, “Cuidado: nuevos estudios alertan por el uso del ibuprofeno”, “¿Es peligroso el uso del ibuprofeno? Francia pide investigación”, fueron algunos de los títulos que aparecieron en redes. El de El Espectador fue similar: “En Francia lanzan alerta contra el ibuprofeno”. Hasta ayer, 29 de abril, ese artículo había sido leído por 64.800 personas.
¿Por qué la preocupación? ¿Cuál era el motivo de esa “alerta”? En palabras resumidas, la ANSM había examinado los casos de efectos adversos relacionados con el consumo de ibuprofeno entre 2002 y 2018. En su pesquisa, como lo dice en su página web, la agencia que hace las veces del Invima colombiano había encontrado 337 casos que indicaban la posible relación de esta medicina con complicaciones infecciosas. Infecciones de piel, pulmonares o infecciones neurológicas eran algunas de las que mencionaban. “El análisis sugiere que estas infecciones, particularmente con Streptococcus, podrían agravarse al tomar ibuprofeno o ketoprofeno”, apuntaban.
¿Deberían, entonces, quienes consumen ibuprofeno dejar de tomarlo? Lo primero que advierte Carlos Calderón, médico farmacólogo de la Universidad Nacional y profesor de la U. del Rosario, es que esa clase de alertas hay que mirarlas con cuidado. ¿El motivo? “Como su nombre lo dice, es una alerta, es decir, una preocupación sobre algo que no tiene una causalidad probada”, dice. “No dan ni siquiera una medida exacta del aumento de riesgo. Es una evidencia de bajo nivel”.
Calderón sabe que a la hora de hablar de medicamentos es clave ser preciso con las palabras. En su memoria tiene varios casos en los que las noticias relacionadas con el mundo farmacéutico desembocan en malas prácticas. Por eso su recomendación es simple: “No tienen que generar pánico”.
“Es una alerta, es decir, precaución, y no una alarma, que indica prohibir el uso”, reitera Pedro Amariles, vicerrector de Extensión de la U. de Antioquia y exdecano de la Facultad de Ciencias Farmacéuticas. “No hay una relación de causa-efecto. La conclusión esencial de lo que dice la agencia francesa es que hay que seguir investigando”.
¿Quiere decir esto que no deberíamos inquietarnos por el consumo de ibuprofeno? La pregunta tiene varias respuestas. Desde que el químico británico Stewart Adams desarrolló el ibuprofeno en la década de 1960, esa píldora para aliviar el dolor y bajar la fiebre se convirtió en una de las más populares del mundo. Entró en la lista de los llamados medicamentos antiinflamatorios no esteroides (AINE), un grupo en el que también se encuentran el diclofenaco o el naproxeno. Muchos de ellos no requieren una fórmula médica para ser comprados. “Medicamentos OTC”, es como suelen llamarlos los farmacólogos para resumir un anglicismo: Over The Counter.
El hecho de poder comprarse sin ninguna restricción también ha tenido otras consecuencias. La más obvia es la automedicación. Como dice Calderón, puede haber potencial sobreuso o puede consumirse de manera incorrecta. En el caso del iburofeno, eso genera problemas que ya han sido ratificados con suficiente evidencia: efectos cardíacos, renales y gastrointestinales. A los ojos de este profesor de farmacología, se debería reconsiderar el estatus de venta libre de esos AINES.
Lucía Ayala, directora de medicamentos y de dispositivos médicos de Invima sabe que el debate siempre ha atravesado el mundo farmacéutico, pero tiene buenas razones para defender la venta libre. Por un lado, dice, hay una reglamentación clara y una serie de requisitos que cumplen esos medicamentos para poder ser adquiridos sin fórmula médica. Por otro, poder comprarlos sin una receta, descongestiona el sistema de salud. Pedir citas médicas cada vez que aparece un asomo de dolor sería, a todas luces, un despropósito. “Lo esencial en esta discusión”, dice Ayala, “es que tengan claro que, al menos, el ibuprofeno debe consumirse en las dosis más bajas (200 miligramos) y en el menor tiempo posible (máximo 3 días)”.
El problema entonces, como sugiere Amariles, radica en la educación de los pacientes. La pregunta, en este punto, es obvia: ¿Colombia es un país donde las personas están bien informadas a la hora de hablar de medicinas? “Es difícil que sepan sus contraindicaciones”, intuye. En Colombia, entre 2002 y 2018, como lo dice Ayala, del Invima, hubo 354 reportes de eventos adversos relacionados con el ibuprofeno. Es una cifra que puede sugerir dos cosas: la falta de reportes de efectos adversos que suelen hacer los pacientes y la ausencia de efectos verdaderamente graves.
Uno de los factores que, inevitablemente, pueden incidir en este debate es la publicidad. Al ser de venta libre, píldoras como el ibuprofeno suelen publicitarse en periódicos y televisión. Como lo muestra la tabla que acompaña este texto, hecha con base en los datos del Observatorio del Medicamento de la Federación Médica, quizás esas estrategias ayudaron a incrementar los ingresos de la industria. En 2018, las ventas de ibuprofeno fueron de casi $140 mil millones, mucho más que las de 2017. Se trata de un aumento que revela una paradoja: hubo más ingresos pese a que el número de unidades vendidas disminuyó.