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Hace un año exactamente las autoridades de China empezaban a inquietarse por un extraño brote de neumonía. Había 27 casos en la ciudad de Wuhan, pero nadie sabía con precisión qué los había causado. Todas las pistas apuntaban a que se trataba del síndrome respiratorio agudo grave (SARS). Con el paso de las semanas, la situación empeoró y el gobierno del país asiático tomó una decisión que se asemejaba más a las medidas de la Edad Media: confinar ciudades enteras.
Ese tipo de cuarentenas eran inimaginables para muchas de las generaciones de los siglos XX y XXI. En un mundo hiperconectado parecía imposible que uno de los caminos para contener un virus fuese cerrar metrópolis y prohibir los viajes. Pero, en medio de la incertidumbre, los gobiernos no tuvieron más remedio que replicar las medidas chinas a medida que el SARS-CoV-2 se expandía. El nuevo coronavirus había empezado a transformar nuestras vidas.
Resumir en una página de periódico qué ha cambiado en 2020 por la pandemia es imposible. Cada quien habrá conocido pequeñas tragedias que son ejemplos de lo difícil que ha sido este año. La economía global en aprietos, la brecha de inequidad ampliándose, los niños y las niñas sometidos a perjudiciales confinamientos, la salud mental afectada por cientos de factores y los pacientes de otras patologías agravándose ante la ausencia de servicios. La lista es interminable. Vivimos, dijo hace unos meses la OMS, en una sindemia: una suma de pandemias.
La mejor noticia, tal vez, es que la ciencia ha logrado lo impensable: desarrollar vacunas en menos de un año. Aún hay preguntas por resolver, pero poco a poco el mapa que acompaña este texto empieza a llenarse de color. Mientras eso sucede, todos tenemos la responsabilidad de evitar más muertes por COVID-19. Hasta el momento en que se escriben estas líneas fallecieron 1’799.493 personas y 82’456.204 resultaron infectadas.
En Colombia el número de fallecidos es de 42.909.
Una “emergencia educativa”
Si hay una población que se ha visto afectada por la pandemia es la conformada por niños y adolescentes. La Unicef, a principios de noviembre, presentó un informe donde sintetizó lo que estaba sucediendo: es una “emergencia educativa”.
En su estudio indicaba que la pandemia privó al 97 % de los estudiantes de América Latina de continuar con su educación habitual por el cierre de las escuelas. Y los más afectados, por supuesto, son quienes estudian en colegios públicos. Mientras las tres cuartas partes de los estudiantes de los colegios privados pueden acceder a la educación a distancia, solo la mitad de los que asisten a las escuelas públicas puede hacerlo.
Las consecuencias de ese cierre, generado por la pandemia, serán desastrosas. Generará, decía la Unicef, “una catástrofe generacional, que tendrá profundas consecuencias para la sociedad en su conjunto”.
Una economía muy golpeada
Las estrictas medidas de confinamiento que han tenido que tomar los gobiernos, más el cierre de fronteras, han causado estragos en la economía global. Entre los más afectados estarán, como lo dijo hace unos meses la OMS, los más pobres. Posiblemente la brecha de inequidad crecerá.
El COVID-19, por ejemplo, hará que el comportamiento del PIB global en 2020 sea de -4,2 %, de acuerdo con las recientes proyecciones de la OCDE.
En Colombia, la más reciente encuesta de opinión financiera de Fedesarrollo mostró que la economía registrará un crecimiento del -7,2 % para el cierre de este año. La proyección para el cuarto trimestre es del -5 % en el comportamiento del PIB. Sin embargo, esperan que para 2021 haya un rebote del 4,7 %.
Este escenario ha generado graves consecuencias en el empleo. El desempleo para 2020 estará cerca del 16,2 %.