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La vida después de “superar” el coronavirus

Aunque todavía no hay información concluyente sobre las secuelas que el virus puede dejar, la vida de los pacientes no volvió a ser la misma. Testimonios.

Juliana Jaimes Vargas y @julsjaimes
27 de julio de 2020 - 02:00 a. m.
Reynaldo Soto, Fernando González y su esposa Sandra Butterfield, y Diana Bermúdez son algunas de los 125.000 personas que se han recuperado de coronavirus en el país.
Reynaldo Soto, Fernando González y su esposa Sandra Butterfield, y Diana Bermúdez son algunas de los 125.000 personas que se han recuperado de coronavirus en el país.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Cuando Reynaldo Soto abrió los ojos estaba en la habitación de un hospital. No vio a su mujer ni a sus hijos. Alzó los brazos y los vio un poco más delgados de lo normal. Se miró al espejo y vio una barba de varias semanas, no sabía cuántas. La primera voz que escuchó fue la de una enfermera: “Usted es un valiente y Dios le guardó la vida”.

Reynaldo ingresó a la unidad de cuidados intensivos de la Clínica Sagrado Corazón, de Medellín, el pasado 11 de marzo, con dolor de cabeza y fiebre. Y salió más de un mes después, el 16 de abril.

Luego de tres meses, cuenta las marcas que le dejó su paso por la UCI: “Tengo llagas en la espalda, porque estuve mucho tiempo en la misma posición. Me quedó un hematoma en la frente y cicatrices en la parte posterior de la cabeza. Mi voz no volvió a ser la misma”.

Pero más allá de las secuelas físicas, tan visibles para él y su familia, la neumonía severa, con la que fue diagnosticado cuando ingresó a la UCI, le cambió la vida. “Yo me ahogo con facilidad y necesito oxígeno todo el tiempo”. Ya pasó por un inhalador, pero no le ayudó mucho: ahora está conectado a una bala de oxígeno en su casa. Su historia la cuenta con largas pausas, pues a medida que habla se queda sin aire.

Reynaldo agradece ser una de las 120.000 personas que ya se “recuperaron” del virus en Colombia, pero está seguro de que haber dado negativo en la segunda prueba de COVID-19 y contar la historia desde su hogar es apenas el comienzo. Ya lleva tres meses de incapacidad y aún no sabe cuándo volverá a su trabajo: conducir el bus intermunicipal en el que hace unas semanas se contagió de coronavirus. “Toca esperar, porque aún no es claro lo que tengo”.

Fernando González Soler fue uno de los primeros casos de coronavirus en el país. “Llegué a Colombia el 12 de marzo, pero no tenía síntomas. Ese día se ordenó que los viajeros de España, Italia y Francia empezaran una cuarentena inmediata”, dice. Su tranquilidad se agotó a los pocos días, cuando un dolor de cabeza insoportable y una fiebre que no se controlaba con nada lo alarmaron. “En urgencias me ordenaron una placa de tórax y me diagnosticaron neumonía moderada”.

La prueba arrojó un resultado positivo por coronavirus. Estuvo hospitalizado diez días en cuidados especiales en la Clínica Reina Sofía, de Bogotá. “Tuve miedo, pero me aferré a la fuerza espiritual y eso me ayudó a mantener la serenidad”.

Volver a su casa fue como haber aterrizado de nuevo en el avión que lo trajo de regreso, hace unas semanas. El primer cambio evidente: la ropa le quedaba mucho más grande. “Yo mido 1,88 y pesaba 94 kilos. Con todo lo que pasó perdí diez kilos”.

Su experiencia con la comida después de la enfermedad también fue diferente. “El olfato y el gusto son los más difíciles de recuperar. Yo me contagié en marzo y a principios de julio empecé a sentir nuevamente algunos sabores”. Y aunque agradece haber salido bien librado del virus, que ya cobró la vida de 639.000 personas en el mundo, hay cosas que le han costado un poco más, como tener que reinventar su más grande pasión: cantar.

La neumonía moderada redujo su capacidad respiratoria. “Esa es mi vocación. Al principio me ahogaba, no podía ni siquiera terminar la canción”, contó. Y aunque Fernando dejó el oxígeno cuando su cuerpo se lo pidió, aún le cuesta retomar con normalidad las actividades que hacía antes. Su médico le recomendó realizarse una placa de tórax, para ver el estado real de sus pulmones, pero tendrá que hacerlo cuando baje la saturación hospitalaria. Su respuesta es igual a la de Reynaldo: “Toca esperar”.

Diana Bermúdez, por el contrario, nunca pisó un hospital. La enfermedad la vivió desde su casa. La evolución del virus en su cuerpo no fue leve, ya que necesitó oxígeno. Se contagió, a finales de abril, en una salida al banco. “Ese día tomé todas las precauciones: usé tapabocas y hasta guantes”. Pero a los ocho días aparecieron los síntomas: dolor de garganta, de cabeza y fiebre. Apenas sospechó que podía tratarse de COVID-19 dejó del otro lado de la puerta a sus hijas (de uno y cinco años), su esposo y su madre, una persona de la tercera edad. Estuvo encerrada en su cuarto por 25 días, sin ningún tipo de contacto con sus familiares.

Lo más duro fueron las noches: “Me tenía que sentar en la cama porque me ahogaba mientras dormía. Yo solo pensaba: ‘No quiero que mi familia me encuentre muerta mañana’”.

En medio del cansancio y el desgaste corporal, Diana se esforzó en impedir que el virus contagiara a su familia. “La comida me la dejaban en el piso de la puerta. Yo barrí, limpié y lavé la loza dentro de mi habitación siempre para que no saliera contaminada”.

Con el paso de los días dejó de trabajar, pues se ahogaba al hablar. El coronavirus la obligó a administrar su respiración. “Lo más traumático para una persona que tiene el virus es concentrarse en su respiración. Ser consciente de inhalar y exhalar”.

La segunda prueba de COVID-19 dio negativa la última semana de mayo, pero las secuelas del virus continúan. “Mi cuerpo no ha vuelto a ser el mismo”. Aún se le va el aire con facilidad y cuando eso pasa las uñas se le ponen moradas. El dolor de garganta nunca se fue y de vez en cuando siente picadas en el pecho y el brazo izquierdo. “Mientras que respondo esta entrevista siento que no estoy respirando bien. Eso me pasa más de diez veces al día”.

Diana espera los resultados de los exámenes de corazón y el diagnostico del neumólogo. “Hay pacientes que han salido del COVID-19 y quedan con problemas del corazón o en los pulmones. Sinceramente, para mí ha sido traumático. Aún siento mucho miedo”.

Lo que dice la ciencia, hasta ahora

El SARS-CoV-2 ha contagiado a más de 16 millones de personas en el mundo. Hasta el momento las cifras señalan que cerca del 80 % de las personas infectadas tienen síntomas leves y pueden tratarse en casa. Aproximadamente un 20 % requiere atención hospitalaria y del 5 al 10 % llega a la unidad de cuidados intensivos, en donde el 90 % de los pacientes tienen que ser intubados, en promedio, por tres semanas.

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Aunque la naturaleza y las secuelas del virus no se conocen con exactitud, en países como Italia, donde ya pasó el primer pico epidemiológico, las huellas después de tres meses de haber superado el COVID-19 ya se empezaron a notar. Así lo demostró un estudio publicado en la revista de medicina Jama, que hizo seguimiento a 143 personas hospitalizadas por coronavirus: concluyó que solo el 12,6 % de ellos superó del todo los síntomas, mientras que el 87 % continuó con problemas físicos, incluso varios meses después de haber sido dados de alta.

Para el neumólogo Germán Viatela, es claro que las secuelas, por ahora, en el plano del corto plazo, se deben a la inflamación del cuerpo como defensa ante el virus. “Se genera una respuesta inflamatoria severa a nivel pulmonar. Esto originará alteraciones incluso después de haber superado la etapa de la infección”.

Lea: El 87% de hospitalizados por Covid en Italia tenían algún síntoma dos meses después

Para los científicos, el punto de referencia hasta ahora ha sido el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), una infección que inflama los alvéolos pulmonares, tal como lo hace el SARS-Cov-2.

Otro estudio publicado en la revista Science concluyó que un cuadro clínico de neumonía grave puede llegar a dejar problemas respiratorios a largo plazo y aumenta cuatro veces el riesgo de desarrollar cardiopatías. Y la revista New England Journal of Medicine también publicó en 2011 un análisis realizado a 109 pacientes con SDRA en Canadá: cinco años después, la mayoría había recuperado el funcionamiento normal o casi normal de sus pulmones, pero aún lidiaba con problemas físicos y emocionales.

Según Viatela, aún es muy pronto para establecer cualquier hipótesis sobre la recuperación de los pacientes y la única certidumbre es que hay que acogerse a lo que parece ser la respuesta más útil para evitar los síntomas: el uso del tapabocas, el lavado de manos y el distanciamiento social.

La historia de Reynaldo, Fernando y Diana es el retrato de millones de personas en el planeta que aún no pueden cerrar el capítulo del coronavirus. A falta de certezas de la ciencia, todavía no saben cuánto tiempo deberán esperar... o si podrán hacerlo. Por ahora, celebran no haber perdido la vida y agradecen poder contar sus historias.

Por @julsjaimes

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