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Entre abril de 2009 y agosto de 2010, el mundo vivió una pandemia de influenza AH1N1 que, en no pocas ocasiones, causó un pánico exagerado en la población.
Una década después, el periodista Carlos Dáguer y la historiadora Aleidys Hernández-Tasco se hicieron a la tarea de recoger los testimonios de los principales protagonistas de esta epidemia en Colombia: el primer paciente, los primeros epidemiólogos que hicieron la investigación de campo, el personal de laboratorio que casi colapsa por el volumen de pruebas…
Este relato, junto con otras once crónicas sobre epidemias ocurridas en Colombia en las últimas tres décadas, quedó consignado en el libro Héroes de a pie, recientemente publicado por el Instituto Nacional de Salud. Se trata de una narración construida con fragmentos de las voces de los protagonistas y de notas periodísticas se ensamblan cronológicamente para ofrecer una mirada a una epidemia que guarda muchas semejanzas con la del coronavirus de hoy y que, sin duda, dejó lecciones aprendidas.
El Espectador reproduce el capítulo “De pandemias, cerdos, besos y abrazos”, donde los protagonistas cuentan cómo vivieron esta gripa porcina.
De pandemias, cerdos, besos y abrazos
Cancún, por la parte turística, era muy chévere. Las condiciones allá eran diferentes a las de las convenciones de ventas normales, que tienen muchas conferencias. Esto era puros premios, todo era relax. Hacíamos unas cosillas por ahí: una fiesta y unos videos así como de motivación… Íbamos mucho a rumbas, salíamos por la noche a tomar. No tenía ni idea de nada de lo que estaba pasando, porque uno está totalmente aislado allá.
Yo formaba parte del equipo que hacía la logística para la convención de una multinacional farmacéutica que iba a entregar premios a sus ejecutivos de ventas. Me encargaba del material audiovisual. Viajaba mucho haciendo esos trabajos. Estuve en varios sitios, y pues México fue uno más.
Regresamos el 24 de abril. Fue larga la espera en el aeropuerto. Allá tampoco parecían saber nada de nada.
Yo siempre había sufrido de los pulmones. El aire acondicionado del avión me hacía dar tos, moqueadera, efectos gripales como jartos. Pero para mí eso era normal. En algunos días iba a pasar, y no le paré a eso muchas bolas.
Me recogieron en el aeropuerto El Dorado, como a las seis de la tarde. Hicimos una parada en Makro, sobre la Autopista Norte, para comprar unas cosas. Me acuerdo que ese día, de descuidado, se me perdieron los papeles y la billetera. Y bueno, llegamos a la casa en Zipaquirá, y pasé la noche normal.
Camilo Montaño, fotógrafo zipaquireño
México afronta una epidemia de gripe porcina que se contagia entre humanos
México afronta una epidemia de gripe porcina que se contagia entre humanos. Como primera medida preventiva, las autoridades mexicanas ordenaron suspender este viernes las clases en todas las escuelas públicas y privadas en la capital federal y en el estado de México, debido a una situación que en las últimas tres semanas se ha cobrado la vida de 16 personas, mientras que la Secretaría de Salud estudia 943 casos sospechosos.
Europa Press (24 de abril de 2009)
Gripe porcina
En respuesta a los casos de gripe porcina AH1N1 notificados en México y los Estados Unidos de América, la Directora General de la OMS ha convocado una reunión del Comité de Emergencias para que evaluara la situación y la asesorara con respecto a las respuestas apropiadas.
El Comité, compuesto por expertos internacionales en diversas disciplinas, se ha establecido de conformidad con lo dispuesto en el Reglamento Sanitario Internacional (2005).
La primera reunión del Comité de Emergencias se celebró el sábado 25 de abril de 2009.
Tras examinar los datos disponibles acerca de la situación actual, los miembros del Comité identificaron una serie de lagunas en los conocimientos actuales sobre las características clínicas, epidemiológicas y virológicas de los casos notificados y sobre las respuestas apropiadas.
En opinión del Comité, para facilitar su labor es necesario obtener respuesta a varias cuestiones concretas.
No obstante, el Comité acordó que la situación actual constituye una emergencia de salud pública de importancia internacional…
Organización Mundial de la Salud (25 de abril de 2009)
El 25 de abril fue sábado. Ese día fui al banco y me llamó un mensajero para decirme que se había encontrado mis papeles. Quedamos de encontrarnos en Cajicá para que me los devolviera y yo darle una plata. El rollo comenzó cuando me llamó un amigo que trabajaba con una EPS.
—Camilo, usted llegó de México ayer, ¿cierto? —me preguntó.
—Sí.
—¿Y usted cómo está?
—Un poquito agripado, pero normal.
—Es que mire que en México ya hay varios casos de gripa porcina. Le recomiendo que vaya al médico.
—Yo estuve en Cancún —le dije—. Allá no había nada de eso.
No sé si él, de querido o de jodido, fue el que me sapeó. Dijo por allá que yo era una persona que había llegado de México y que no sé qué. Y pues me llamaron del hospital de Zipaquirá. Era un médico que yo más o menos conocía.
—Mira, Camilo, tenemos que hacerte una visita. En México ya hay varios casos y tú tienes síntomas de gripa.
—¡Qué mamera! —le respondí—. ¡Yo estoy bien!
—Debo hacerte un examen.
—Fresco, doctor: si es obligatorio, pues venga.
Fue a mi casa y me tomó la muestra de saliva. O sea, era una bobada.
Pasó esa semana. Yo iba a mi estudio de fotografía y seguía con mi vida normal y con mi gripita. Cuando de pronto, el 2 de mayo, me llamó el director del hospital.
—Camilo, lo que pasa es que acaban de llegar los resultados del examen, y usted dio positivo para AH1N1.
—¿Y qué hay que hacer?
—Debemos seguir un proceso: saber con quiénes ha estado y con quiénes ha hablado.
Me hicieron otro examen. Llegó la ambulancia y se bajaron dos personas. Nosotros vivíamos en un segundo piso. Yo estaba en la sala de mi casa. Tenían máscaras y un traje especial. Y yo, “juepucha, qué pasó aquí”, pues esa pinta era bastante alarmista, y todos en la casa estábamos perfectos. Tomaron la segunda muestra y empezaron con el tema: que no salgan de la casa, que por favor restrinjan totalmente las visitas.
Luego vinieron unas personas a preguntarme de todo: que con quiénes me había visto en esos días, que a qué hora llegué, que cómo había sido el recorrido... Me tocó sapear todo: que venía con tal persona y con tal otra en el avión. Les di los nombres de los amigos con los que habíamos estado en el evento. Todos eran costeños. Los contactaron y les hicieron seguimiento, pero ellos estaban bien.
Después de eso me llamó el alcalde de Zipaquirá.
—Mira, Camilo, me acabo de enterar —me dijo, muy cordial—. Quería saber cómo estás…
—Sí, sí, sí —le contesté—. Muchas gracias, pero estoy bien. Creo que es una cosa boba, no hay nada que temer. Si estaba preocupado porque me iba a morir, tranquilo. Yo creo que no me muero.
Me prometió que la cosa se iba a manejar con la mayor discreción. ¡Y qué va! Al rato todo el mundo ya sabía.
En Zipaquirá me conocían como “el de la fotografía de la Venus”. Mi estudio era un sitio de referencia. Estaba en el puro centro de la ciudad, a una cuadra del parque principal. Y pues comenzaron a decir que el de la fotografía de la Venus estaba infectado de gripa porcina, de la fiebre del marrano.
El domingo 3 de mayo amaneció ya todo hecho un mierdero.
Camilo Montaño
En el Instituto Nacional de Salud teníamos un sistema de guardias. Uno o dos estudiantes se quedaban durante los fines de semana, atentos a lo que pasara con respecto a los brotes, esperando a ver si pasaba algo en Colombia o en el mundo. Ese fin de semana yo estaba de guardia.
Nos avisaron en la tarde que había un caso sospechoso en Zipaquirá. No me enteré completamente, pero me daba la sensación de que ya sabían que era un caso confirmado de AH1N1. Entonces se armó un equipo de respuesta. Lo conformamos Claudia Rodríguez, que era médica; Luis Polo, veterinario; y yo, psicólogo, el que menos experiencia tenía en eso. Ellos me miraban más como un estudiante, o como el que sabía de comunicaciones de salud o de trabajo con la comunidad. En esa época yo estaba comenzando mi residencia en epidemiología de campo.
Salimos por la noche a hacer la investigación. Lo que hice en el camino fue llamar a dos de las personas que más conocían el tema —los doctores Óscar Pacheco y Máncel Martínez Durán—, y leer artículos que había descargado sobre la gripa española de 1918 y sobre la gripa A (H5N5), que en esos tiempos estaba causando estragos en Asia.
Llegamos al hospital de Zipaquirá, y por primera vez en mi vida apliqué medidas de prevención: me puse un overol, guantes de nitrilo y unas mascarillas especiales, las N95. Si hubiera ido a hablar con el paciente, habría tenido que usar los trajes de bioseguridad, que son más sofisticados. Pero mi objetivo no era hablar con él; era establecer la cadena de contactos del paciente y de las personas de la institución hospitalaria que habían estado expuestas.
Mis compañeros se fueron a la casa del paciente, y yo me quedé con el médico que había atendido el caso. Hablábamos a una distancia de un metro con ochenta. Aunque nos mirábamos a los ojos, las caras estaban en otra dirección para que las gotas de saliva de uno no alcanzaran al otro.
Con médicos y enfermeras levantamos una lista de contactos del paciente. Incluimos a varios que habían viajado con él en el avión, contactos laborales y del personal de salud. Teníamos que llamar a muchas secretarías de salud para que nos ayudaran a establecer si se presentaban casos sospechosos. Había muy poco tiempo para hacer eso. Pasamos la noche en blanco.
En la madrugada nos llamaron para informarnos que el ministro de Protección Social iba a dar una rueda de prensa a las siete de la mañana. Necesitaban que nosotros les diéramos información de primera mano sobre lo que estaba pasando.
No nos habíamos bañado ni habíamos dormido. Cogimos un carro y fuimos al Club Militar. Allá se había formado una sala de crisis. Cuando llegamos, creímos que íbamos a hablar con un asesor. Nada de eso. Estaba lleno de prensa y de cacaos del sector: el secretario de Salud de Bogotá, el gobernador de Cundinamarca, gente de la Organización Panamericana de la Salud, el ministro de Salud, los asesores… Eran como como doce vacas sagradas esperando a que contáramos todo. Nos miraban raro, no nos tocaban. Todas las conversaciones eran a un metro con ochenta centímetros de distancia. En ese momento no se sabían muchas cosas del virus.
Esa fue la primera vez que se le dijo al país que había un caso confirmado de AH1N1. Hasta ese momento, solo había casos identificados en México y en Estados Unidos. Fuimos el primer país de Suramérica.
Máncel Martínez Ramos, epidemiólogo de campo del Instituto Nacional de Salud
MinProtección reporta primer caso de virus de influenza AH1N1 en Colombia
El Ministro de la Protección Social, Diego Palacio Betancourt reportó este domingo el primer caso de virus de influenza AH1N1 en Colombia.
Se trata de un hombre de 42 años, habitante del municipio de Zipaquirá (Cundinamarca) que había estado en las últimas semanas en México y había acudido al médico con síntomas de una gripe normal.
El ministro Diego Palacio informó que el paciente está siendo tratado en su lugar de residencia por parte de los organismos de salud. El caso corresponde al único positivo registrado de 18 muestras enviadas a Atlanta.
El funcionario recordó que el 90 por ciento de los casos son manejables con medidas caseras y que es recomendable ir al médico, solo en los casos en que los síntomas de la gripe se compliquen.
“Quiero recordarles a los colombianos que no es prudente que congestionemos las instituciones de salud”, insistió Palacio.
El ministro advirtió que el caso del paciente de Zipaquirá no será el primero que se presente en Colombia, y por esta razón, para enfrentar la situación, el Gobierno dispuso un Puesto de Mando Unificado que está ubicado en el Club Militar en Bogotá.
Esta medida permitirá que todas las entidades y autoridades tomen las decisiones conjuntamente y permitirá centralizar la información para los medios de comunicación y para la población en general.
El funcionario hizo además un llamado a los medios de comunicación, para que tengan prudencia a la hora de dar a conocer la información a la opinión pública.
“Es la primera vez en la historia de la humanidad, que los medios de comunicación transmiten en directo el desarrollo de una situación que rápidamente se podría traducir en pandemia. Esto exige redoblar los esfuerzos frente al manejo de la información”, señaló el ministro…
Presidencia de la República de Colombia (3 de mayo de 2009)
… Este primer caso de la pandemia en Suramérica alertó a los países vecinos. Desde Venezuela, el presidente Hugo Chávez advirtió que “nadie está a salvo” y les pidió a los venezolanos tomar precauciones. Ecuador, por su parte, reforzó la vigilancia sanitaria en la frontera y ordenó suspender los vuelos que salgan desde la zona fronteriza a Colombia, al tiempo que estableció un puesto de control en la provincia de Sucumbíos, límite con Colombia, para evitar que el virus llegue a ese país…
El Espectador (3 de mayo de 2009)
Nunca usé tapabocas. Ya en ese momento estaba perfecto. No tenía gripa ni nada. Pero lo jarto fueron la prensa y las exageraciones: la gente decía que se iban contagiar si pasaban cerca de mi casa, de mi negocio o de Zipaquirá. Me llegaban razones de periodistas reconocidos que querían entrevistarme. Pero estábamos muy cerrados con ese tema por lo que pasó inicialmente. Fue muy feo y nos afectó: nos tocó cerrar completamente el negocio. Nadie se aparecía por allá, y obviamente, si abría, iban a fregar la vida y a molestar con todo ese mercado del chisme.
A mí me llamaban mis amigos y me decían que habían oído que unos borrachos iban a quemar mi casa para que no se contagiara la gente. Mi hija tampoco pudo ir al colegio durante quince días. Nunca tuvimos certeza de que fuera cierto o falso, pero nos dijeron que habían quemado el pupitre de la niña, y eso nos dio mucho mal genio. Hubo muchas anécdotas de ese estilo, de puro Macondo, de verdad.
En el momento más álgido, el gobernador me mandó un mercado de esos que mandan a los damnificados de las catástrofes. ¿Y yo para qué iba a necesitar un mercado? ¡Yo no me estaba muriendo de hambre, ni me había quedado sin dónde dormir!
Estuvimos encerrados como dos semanas. Uno no podía salir ni a la ventana. Los familiares no iban a visitarnos, pero el ministro de Protección Social un día sí habló conmigo. Me llamó y me preguntó qué necesitaba.
—Ponga una patrulla en la esquina, pero para que no me frieguen la vida, porque yo de salud estoy bien —le contesté.
Me mandó un psiquiatra. Tuvimos varias citas y nos apoyó. Era más como para superar el susto. Uno veía muchas noticias, las muertes, los índices y todas esas estadísticas que se daban a nivel mundial, y pues yo era el primer caso de AH1N1 acá. Si llegaba a morirse un tipo por esa vaina, me echaba una carga muy berraca pensar que yo lo había contagiado. Aunque no fuera culpa mía, iban a decir que yo había sido el primero.
Pero después aparecieron unos muchachos de Yopal. Habían estado por allá en unos juegos y también llegaron con el virus. Eso suavizó la cosa.
Camilo Montaño
Yo era el coordinador del área de Vigilancia de Salud Pública del hospital de Fontibón. Por estar en la misma zona del aeropuerto El Dorado, el hospital tenía a cargo la vigilancia de los puertos. Por eso nos correspondió liderar los simulacros de respuesta a posibles casos de influenza que llegaran al país.
En el hospital había un auxiliar que se la pasaba llamando a bromear con situaciones de alerta en salud. Se llamaba Óscar. Un día, yo estaba en una reunión en la Universidad Nacional, y me entró una llamada:
—Doctor Manuel, lo llamo del Centro Nacional de Enlace. Por favor, active el protocolo por la posible llegada de casos de AH1N1.
Pensaba que era Óscar.
—Sí, bueno, listo —le contesté, y colgué el teléfono.
Seguro mi interlocutor se dio cuenta de que yo me había reído, y me volvió a llamar.
—Doctor Manuel, efectivamente lo estamos llamando del Centro Nacional de Enlace. No es un simulacro. Active los protocolos.
Entonces salí de la reunión, me fui para el hospital y hablamos con el personal de la Secretaría de Salud. Nos dijeron que, en efecto, había una alerta de influenza. Lo comenté con la gerente del hospital, y ella propuso que fuéramos a la sede de la secretaría.
La sala de crisis estaba en el séptimo piso, y eso parecía un cementerio: todo el mundo pálido y callado.
La instrucción fue hacer todo el alistamiento en el hospital, revisar si era necesaria la compra de equipos de alta seguridad y trazar rutas de aislamiento.
Cuando se hizo la activación mundial, aún no había casos en Colombia. Solo en Estados Unidos y México. Tocaba estar alertas a las personas que llegaran de esos países.
En el aeropuerto El Dorado, en el túnel de seguridad, dispusieron equipos para recibir a los pasajeros de vuelos internacionales que vinieran de los países con casos. Nosotros estábamos ahí, con un médico de sanidad aeroportuaria, auxiliares de enfermería, policía…
—Estamos en una alerta mundial de salud pública —perifoneábamos a los pasajeros que desembarcaban—. Si presenta síntomas de fiebre o gripa, por favor, infórmenos antes de continuar su ingreso.
El 30 de abril aún no había casos confirmados en Colombia. Ese día nos solicitaron que organizáramos un dispositivo especial porque el alcalde de entonces, Samuel Moreno, y su familia venían en un vuelo de Miami. Había estado en una zona que ya estaba reventada de casos.
La idea era que él llegara y nosotros lo informáramos sobre la alerta y le hiciéramos una prueba de tamizaje antes de que siguiera. Efectivamente, él vio el dispositivo y nosotros le explicamos de qué se trataba.
—Yo estoy bien, no se preocupen —creo que nos contestó, y siguió derecho.
Durante la noche siguieron llegando pasajeros, cuando al fondo del túnel vemos que unos chicos comienzan a toser… Todos nos quedamos mirando. De repente, uno de ellos cae al suelo. Corrimos hacia él y lo recogimos.
—¿Le pasa algo?
—Es que vengo muy enfermo —nos contestó—. Tengo mucha tos.
Inmediatamente se activó toda la alerta y empezamos a revisar. Resulta que en ese vuelo regresaban unos jóvenes que habían participado en un campeonato mundial de porras. La mayoría eran de familias con dinero. Viajaron con sus papás o con profesores y se hospedaron en hoteles. No habían estado muy expuestos a riesgos.
Pero entre ellos había un grupo de chicos de Yopal que habían financiado su viaje con rifas y recolectas. El único adulto que los acompañaba era una profesora. Era una locura intentar tener quietos a unos quince muchachos. Saltaban de un lado para el otro, y fue imposible evitar que la mayoría siguiera derecho. Quedaron tres. Nos comentaron que allá se hicieron amigos de un grupo de mexicanas, y por allá estuvieron de rumba. Algunas de ellas tenían gripa.
Logramos contactar a los familiares de dos de ellos para que los hospedaran en Bogotá, y dimos la orden para que el que estaba peor fuera trasladado al hospital, a una habitación que se había dispuesto para el aislamiento. Ya era como la medianoche. Él no tenía familia en Bogotá. Entonces llamé a su padre, en Yopal:
—Su hijo tiene una sintomatología que configura como posible caso de AH1N1 —le comenté al señor—. Está en aislamiento en el hospital de Fontibón. Necesitamos que venga alguien.
Y el señor me dice:
—Yo, la verdad, tengo muchas cosas que hacer. Voy a mirar cuándo me desocupo o cuándo puedo ir. Le encargo que me lo cuide.
El señor colgó, y el muchacho quedó hospitalizado.
Por el otro lado, comenzó todo el zaperoco con el alcalde, porque nos enteramos de que venía en el mismo avión. Había perdido su vuelo y la aerolínea lo había acomodado en el mismo de los muchachos. No estábamos tan intranquilos: era casi seguro que viajaba en clase ejecutiva, a diferencia de los porristas, que venían en comercial. Pero cuando hicimos el mapeo de los puestos del avión, encontramos que la aerolínea lo había enviado a él, a su esposa y a un hijo en puestos vecinos a los de cuatro de los muchachos.
—¿Y qué hacemos ahora? —nos preguntamos—. ¿Cuarentena para el alcalde?
El médico que más sabía sobre AH1N1 se fue con especialistas a hacerle seguimiento al alcalde, y nosotros nos dedicamos a buscar con el Departamento de Integración Social casas de cuarentena para los muchachos de Yopal. Organizando eso, aparece una nota en un noticiero: la cámara de vigilancia del terminal terrestre muestra a todo el grupo de muchachos andando por el terminal, se suben a un bus y se van para Yopal.
Manuel González, coordinador de Vigilancia de Salud Pública del hospital de Fontibón en 2009
… “El saludo fue muy cordial, con besito en la mejilla a las niñas y estrechón de manos con los hombres. Dos de las chicas mexicanas tenían tos y sí las vimos varias veces tosiendo, pero pensamos que era una gripa normal. Sin embargo, hasta ese momento no teníamos ni idea de que en el mundo había ya alerta por una enfermedad. Se veían noticieros en televisión, pero en inglés y la verdad estábamos concentrados en nuestra presentación”, sostuvo.
[…]
Diego recuerda que el idioma y una simpatía mutua fueron lo que siempre los unió con la delegación de mexicanos. “En un recorrido por Disney World, ellas siempre estuvieron cerca de nosotros y así fuimos compartiendo más momentos”, recuerda. Pero si de integración se trataba, la fiesta de despedida del mundial fue especial. La rumba se extendió hasta la madrugada y en ella, obviamente, no faltaron las mexicanas. “Las chicas de la delegación, además de ser bonitas, eran muy desinhibidas. Incluso, en la piscina andaban en topless”, anotó Diego Fernando.
Ese día no faltaron los ‘besitos tiernos’ de las despedidas de adolescentes. “Hubo ‘cuadres’ entre compañeros y mexicanas y texanas. Nada serio porque se sabía que no se volverían a ver”.
[…]
Pero las consecuencias del ‘affair’ juvenil se empezaron a sentir apenas cinco horas después, cuando en el avión de regreso a Colombia dos de los compañeros de Diego Fernando empezaron a toser intensamente.
Cinco días después de que el mundo se atemorizaba por el nuevo virus, ellos se bajaron del avión en Bogotá y empezaron a comprender todo…
El Tiempo (16 de mayo de 2009)
La historia comienza en 2005. Después de una alerta mundial sobre una posible pandemia de influenza, se hace un convenio entre el Instituto Nacional de Salud y el Ministerio de Salud para hacer el plan de preparación para mitigar sus efectos.
En el instituto se conformó un equipo como de veinte personas. Yo, desde el grupo de Vigilancia, formaba parte de ese equipo. Las actividades que teníamos incluían mirar cómo se iba a hacer la atención de los pacientes y la articulación de los diferentes sectores. El plan buscaba que, si la pandemia llegaba, tuviéramos el mínimo de enfermos.
Se esperaba que esta influenza comenzara con una transmisión entre aves, y de ahí pasara a otros animales o a los humanos. Luego habría una mutación en el virus, y comenzaría el contagio de animales a humanos. Si así hubiera sido, probablemente se quedaría en una sola región, pero si el virus adquiría la capacidad de transmitirse entre humanos, lo más seguro es que tuviéramos casos en más de un país. Eso es lo que llamamos pandemia.
Comenzamos a estudiar qué papel podrían jugar otros sectores y a explicarles cómo también tenían que participar en el plan de repuesta. Eso involucraba al Sistema de Atención de Desastres, las Fuerzas Armadas, el sector turístico, varios ministerios y el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que debía estar alerta a la aparición de aves muertas o enfermas.
No era suficiente con elaborar documentos. También empezamos a hacer simulacros. Al comienzo, un juego de roles en una mesa en la que cada institución pensaba qué debía hacer, y luego, en el campo, más real. Esas actividades debían ser replicadas en el nivel departamental y local.
Eran jornadas largas, porque el simulacro debía ser muy detallado. Entonces había que construir guiones y buscar personas de la comunidad para que hicieran de actores. “Usted va a llegar tal día al hospital, simulando que tiene una enfermedad —les decíamos a los actores—. Va a decir que tiene tales síntomas, y si le preguntan si ha tenido fiebre, diga que sí, y que estuvo en contacto con unas aves que se murieron”.
Como había que tener claro todo el ciclo de la enfermedad, entonces teníamos que buscar fincas lejanas donde tuvieran gallinas o aves de corral y sacrificarlas para que el ICA hiciera su parte: tomar las muestras de patología y embalarlas con toda la bioseguridad del caso mientras eran supervisados por expertos que verificaban que todas las medidas estaban siendo adoptadas, si usaban guantes y tapabocas.
Había varios guiones, pero siempre intentábamos que los médicos que atendían a los pacientes —a los actores— estuvieran en su día a día, que la situación fuera lo más fiel a la vida real; es decir, que estuvieran llenos de consultas y les llegara primero un paciente con la sintomatología, y luego otro y otro y otro... Dimos con unos superactores en las comunidades, estudiantes, muchachos que se desmayaban y todo.
Queríamos que los médicos colapsaran —porque así es la vida real—, que pensaran rápido y decidieran qué hacer. Un evaluador a su lado verificaba que estuvieran siguiendo las guías para la atención de un posible caso. Otra persona asumía la parte de vigilancia epidemiológica y la investigación de campo. Preguntaba al paciente todo lo que fuera necesario y diligenciaba la ficha. Otra persona era la experta en laboratorio y debía tomar las muestras y enviarlas.
La parte de bioseguridad era una de las más exigentes. En los simulacros se evaluaba si se utilizaban bien los elementos, los tapabocas, los guantes. A veces incluso notificábamos la supuesta muerte de una persona. Una parte del documento que habíamos desarrollado tenía que ver con el manejo de cadáveres.
También mirábamos el manejo administrativo, gerencial y de comunicaciones. Se suponía que los funcionarios, apenas se presentara un caso sospechoso, debían crear un puesto de mando unificado y activar un comité de respuesta. También mandábamos periodistas para que hicieran preguntas, y veíamos que a veces los médicos y funcionarios contaban todo, mucho más de la cuenta, con nombres y detalles. Era hasta divertido ver la cantidad de errores.
Cuando terminaba cada ejercicio hacíamos una retroalimentación. Citábamos a los líderes para mostrarles qué habíamos encontrado mal para que ellos ajustaran su plan e hicieran capacitaciones. Un tiempo después hacíamos seguimiento, y así cerrábamos el ciclo de preparación.
Entre 2005 y 2006 hicimos unos veinte simulacros. Estuvimos en San Andrés, en Ipiales, en Cúcuta… En Bogotá y en Cartagena incluso involucramos a la gente de los aeropuertos, simulando el arribo de un avión con pasajeros presuntamente infectados. Instalamos carpas, y el personal se puso los trajes de bioseguridad.
Entre 2007 y 2008, mantuvimos algunas actividades acordes con el plan, pero fue en abril de 2009 cuando en México se confirmó el primer caso. El virus mutó. Pasó a los humanos.
A comienzos de mayo, el doctor Álvaro Calvache, director encargado del instituto, nos citó a la directora de Vigilancia de aquella época, la doctora Patricia Belalcázar, y a mí. Nos dijo que acababan de llamar del Ministerio de Salud para informar que teníamos un caso de AH1N1. Era un señor que había estado en México y había llegado enfermo. Estaba en Zipaquirá.
Sorpresa: la información se filtró, no sabemos por dónde ni cómo, y la plaza de Zipaquirá se llenó de gente y de medios, y a nosotros nos colapsaron totalmente con llamadas, desde personas de la comunidad preguntando si se iban a morir hasta periodistas pidiendo detalles del caso.
Tuvimos que revisar la documentación que habíamos preparado y ver qué partes del plan todavía servían y qué partes ya no. Más allá de eso, tuvimos que definir cómo nos íbamos a organizar institucionalmente. Nos sentamos con el doctor Calvache, y citamos a todo el personal administrativo. ¿Quién iba a sacar los viáticos si había que ir un sábado a la media noche a tal lado? ¿Quién iba a abrir la puerta del instituto? ¿Quién iba a entregar los insumos necesarios?
Entonces empezamos a hacer los cuadros de disponibilidad de los administrativos, y eso era muy raro para ellos en esa época. Y para el tema de las llamadas que nos colapsaban, preparamos un guion y pusimos a una funcionaria a contestar.
Los del grupo de Vigilancia nos quedábamos por las noches, porque empezó a llegar un montón de fichas de notificación de casos sospechosos, y teníamos que validar la información, digitarla y consolidarla. Hacíamos turnos. Tanto así que se nos olvidaba comer, y era la doctora Patricia —ella era muy querida— la que se acordaba y nos pedía pollo a domicilio.
Mientras unos estaban contestando llamadas, otros estaban diligenciando fichas y otros estaban en la investigación de campo. Y como estábamos aprendiendo sobre la marcha, entonces a la definición de caso se le quitaban y se le ponían nuevos elementos. Era desgastante.
Maritza González Duarte, epidemióloga de campo del Instituto Nacional de Salud
Esperábamos que fuera influenza aviar, porque tradicionalmente los virus de influenza que se encuentran en las aves tienen más facilidad para encontrarse con los virus humanos, para combinarse y generar un nuevo subtipo de virus.
Era un evento esperado, pero lo que nos sorprendió fue que no llegó el virus aviar sino una recombinación de uno nuevo que tenía parte de virus humano y parte de virus de cerdo, y eso fue lo que se conoció como el AH1N1.
Yo era la coordinadora del grupo de Virología del Instituto Nacional de Salud, y desde ahí apoyábamos la vigilancia de la salud pública y la investigación.
Curiosamente, nosotros teníamos implementadas unas pruebas en el laboratorio que permitían identificar los virus de influenza B y los virus H1 y H3 de la influenza A. Por eso, cuando tuvimos un virus de la influenza A que no era ni H1 ni H3, tuvimos una alta sospecha de que era un nuevo virus. Enviamos esas muestras a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta, y recibimos la confirmación en menos de una semana.
Yo recibí directamente la confirmación. Era el punto de contacto entre los CDC y el Instituto Nacional de Salud. Cuando abrí el correo electrónico y leí que el diagnóstico era positivo, pues tuve emociones encontradas: por una parte, la satisfacción profesional de confirmar lo que habíamos sospechado, pero, por otra parte, la preocupación por tener ese nuevo agente en el país.
El siguiente paso era comunicar los resultados. Siguiendo el conducto regular, yo debía informar al director del Instituto Nacional de Salud, y él, al ministro. Fue así como se concretó la famosa rueda de prensa con todas las autoridades. Aunque el virus no nos llegó por las aves sino por el cerdo, teníamos preparado un plan de respuesta a una pandemia, y eso jugó a nuestro favor.
En las primeras semanas de mayo, los CDC nos enviaron unos kits para las detecciones del nuevo virus. Esos ensayos fueron desarrollados en Atlanta, de una forma muy acelerada, y fueron compartidos con los países de la región. Colombia fue el segundo país de Latinoamérica que tuvo la capacidad para poder diagnosticar el AH1N1.
Para nosotros fue un proceso de aprendizaje sobre la marcha, muy rápido y acelerado. El gran desafío era organizar el grupo de trabajo para que pudiéramos atender todas las necesidades. Todos en el laboratorio conocíamos las precauciones y las medidas preventivas que debíamos tener. Éramos el único laboratorio en el país con capacidad para diagnosticar el nuevo virus. Teníamos que lograr un balance entre prestar un servicio oportuno y, en medio de esa presión, proteger a nuestro personal para que no fuera a infectarse.
Nos organizamos para trabajar las veinticuatro horas. Había personas que tenían jornadas de veinte horas, porque, cuando salían del laboratorio, se ponían a revisar historias, pasar resultados, hacer reportes a las autoridades. Y eso era todos los días de la semana. No había cómo parar.
Como aún no sabíamos nada sobre la severidad de la patología, la recomendación era el trabajar en el laboratorio usando esos trajes como espaciales, unos trajes impermeables, que repelen las salpicaduras y tienen un sistema de suministro de aire filtrado presurizado, conocidos como equipos PAPR (powered air purifying respirators). Esos trajes vienen con un motor de unos dos kilos que debe colgarse en la cintura. El paso de las horas, la presión, el peso del motor y ese calor aumentaban el cansancio y la deshidratación.
Las muestras que nos llegaban se obtenían de la parte posterior de la garganta. Se hacía un hisopado faríngeo, pero en el caso de los niños nos dimos cuenta de que podíamos obtener buenas muestras de la mucosa nasal. Los hisopos con las muestras se colocaban dentro de un tubito, y los tubitos, en unas cajas para transporte que eran despachadas por tierra si habían sido tomadas cerca de Bogotá, o por avión si habían sido tomadas en otras ciudades. Si alguna de estas muestras se rompía durante el transporte o durante la manipulación, generaban aerosoles, y eso era un riesgo de contaminación. Tuvimos que dar algunas capacitaciones para el transporte de ese material.
El instituto tenía organizado un sitio de recepción de muestras. Allá llegaba la caja con las muestras en el interior, y en la parte externa se anexaban las fichas epidemiológicas de cada una. Esa caja se llevaba a una cámara de flujo laminar, y adentro de ella se abría. Ya en el laboratorio tomaban un destino.
Mi entrenamiento en epidemiología de campo ayudó mucho para establecer los criterios de priorización: uno era la severidad de los síntomas que nos hubieran reportado del paciente, y el otro era que las muestras vinieran de municipios donde previamente no hubiéramos tenido casos confirmados. Así podíamos identificar cómo se iba propagando el virus dentro del país.
En las primeras semanas corroboramos que la infección era más severa en las mujeres embarazadas y en pacientes con alguna morbilidad, como diabetes, hipertensión o sobrepeso.
Inicialmente, según la alerta internacional, los casos más sospechosos eran los que presentaran una infección respiratoria súbita y vinieran de un país donde se hubieran confirmado casos. Hablábamos entonces de México y Estados Unidos. Pero luego vimos que también llegaban de otros países de Suramérica, y que en otros casos el paciente no había viajado ni tenido contacto con personas que lo hubieran hecho. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que el virus ya estaba en las calles de nuestras ciudades.
Gloria Janneth Rey, epidemióloga de campo del Instituto Nacional de Salud
Primera muerte por AH1N1 en Colombia
Una mujer de 24 años, que adquirió el virus de la gripe AH1N1 “de manera autóctona” —es decir, sin haber tenido contacto con ningún extranjero—, se convirtió el martes en la primera víctima mortal en Colombia de la epidemia, que ya se extiende a 73 países.
Así lo anunciaron anoche en rueda de prensa el ministro de la Protección Social, Diego Palacio, y el secretario de Salud de Bogotá, Héctor Zambrano, quienes aseguraron que el esposo e hijo de la víctima (quien falleció el fin de semana) también están contagiados, pero fuera de peligro.
“Lamentamos mucho la muerte de esta ciudadana. Vamos a reforzar los sistemas de vigilancia y control. Les pedimos a aquellas personas que presenten síntomas agudos de gripe o cuadros febriles, que consulten a un médico”, manifestó Zambrano, al tiempo que explicó que el estudio patológico de la mujer indicó que ésta murió debido a una neumonía severa, producto del virus de la influenza tipo A.
Por su parte, el ministro Palacio advirtió que este caso demuestra que el contagio del virus se está dando entre personas que viven en el país, sin que hayan tenido contacto con extranjeros…
El Espectador (9 de junio de 2009)
Dentro del laboratorio de Virología tuvimos voluntarios del propio instituto, pero desafortunadamente no pudimos seguir contando con su apoyo a raíz de un episodio de claustrofobia. Vimos que, de repente, una voluntaria comenzó a respirar agitadamente y sus ojos se movían con mayor rapidez. Esos síntomas nos hacían pensar que esa persona iba a perder el control. Nos tocó retirarla del laboratorio y atenderla. No todas las personas toleran esos ambientes cerrados. Eso fue lo que nos hizo retirar el apoyo ofrecido.
Nos quedamos adentro con la gente que tenía experiencia manejando los virus y los equipos de PAPR, y afuera sí recibimos manos adicionales para hacer el proceso de revisión de historias y seleccionar los casos más críticos. Nos llegaban tantas muestras que no podíamos procesarlas todas.
Si sumamos los que recibían las muestras, los que hacían el proceso de selección de historias, los que digitaban resultados y todos los demás, podríamos tener unas quince personas.
También me tocó, en medio de toda esta tensión, salir a medios a explicar qué implicaba el tener un virus nuevo y cómo se había generado. El mensaje para la comunidad debía ser muy claro y fácil de entender, y debía tener recomendaciones de precaución. Realmente creo que eso nos ayudó para que la gente adoptara el lavado de manos, el uso de tapabocas y la ventilación de los lugares. Todo eso evitó que el impacto no fuera mayor.
La buena noticia, unos meses después de que se declaró la situación de pandemia, fue que se encontró que realmente el virus no era tan severo como se esperaba. Entonces disminuyeron las recomendaciones para manipulación y procesamiento de muestras. Podíamos trabajar en el laboratorio con las condiciones tradicionales de bioseguridad, con mascarillas, guantes y gafas de protección, pero no con esos trajes presurizados y esos motores agarrados a la cintura. Eso fue buenísimo para el personal de laboratorio.
Gloria Janneth Rey
Del 2 de mayo al 16 de julio de 2009 se notificaron en Colombia un total de 183 casos confirmados por laboratorio de influenza AH1N1, 117 (63.9 %) de ellos habían viajado fuera del país. El ingreso hospitalario fue necesario en 26 (14,21 %) casos y siete pacientes fallecieron (razón de letalidad: 3,8 %). La infección afectó a grupos de edad más jóvenes y los síntomas más frecuentes fueron tos, fiebre y dolor de garganta. Nuestros hallazgos son consistentes con informes recientes de otros países.
Eurosurveillance (30 de julio de 2009)
Hice varias investigaciones de campo. Llevábamos todas las protecciones especiales —trajes especiales, guantes, mascarillas—, y recomendábamos a las personas de las casas que aislaran a los pacientes, usaran tapabocas y separaran los utensilios de cocina.
Lo que se busca siempre en este trabajo es cercar el virus y tomar medidas para evitar que pase a otras personas. Pero era muy frecuente que uno llegara a las casas y encontrara que ya había dos o tres infectadas.
Uno de los casos más complejos para mí fue el de una persona de acá del Instituto Nacional de Salud, una funcionaria del área administrativa, que se infectó por fuera. Estaba incapacitada, pero, como era de acá, todo el tiempo llamaba:
—Es que hoy me salió una pepita —comentaba—. ¿Qué será? ¿Será que es normal?
—Es mejor que llames a un médico para que vaya y te atienda —yo le contestaba, procurando que ella desligara las cosas, porque, a pesar de que soy médica, mi tarea era la investigación de campo, no la atención individual.
Creo que, al final, a la influenza AH1N1 se le dio más bombo del que merecía. Empezamos a ver que las muertes estaban más asociadas a morbilidades crónicas que al mismo virus, y que la gente se curaba al ratico. Lo que sí me llamaba la atención es que las personas bajaban de peso. Casi todos los casos que yo vi quedaron flacos.
La realidad no siempre es la misma a la que uno planea en un documento. Las cosas son dinámicas. Algo que no previmos fue la angustia de la misma gente que trabajaba en el sector. Tenían miedo de ir a hacer el trabajo de campo y terminar infectando a un hijo, aun a pesar de que tomaran todas las medidas de bioseguridad.
Recuerdo las preguntas que me hacía mi mamá al verme llegar por las noches a la casa:
—¿Eso es tan grave? ¿Qué tal que a usted le pase algo? ¿Qué tal que se contagie?
Lo otro es que muchas personas que tenían que estar disponibles eran papás o mamás, y entonces les preocupaba quién iba a cuidar a sus hijos en las noches si tenían turnos. Esos son aspectos que rara vez se contemplan en la construcción de lineamientos y planes de respuesta.
Es imposible tenerlo todo bajo control. Si incluso hay temores entre los profesionales de la salud, ¿cómo controla uno el pánico de una comunidad, cuando toda la gente está hablando de lo mismo, temerosa de que se vaya a morir, diciendo que hay una enfermedad terrible, y cuando además se inventan nuevas cosas? Eso es muy complejo.
Maritza González
Fui testigo de muchas historias raras. Una noche me llamaron como a las dos de la mañana a decirme que había una alerta en el aeropuerto porque iban a aterrizar cuatro mexicanos que venían de una zona donde supuestamente había muchos casos.
El personal del aeropuerto, así, como extraterrestres, con trajes de bioseguridad, bajaron a los pasajeros del avión y los subieron a un carro. Como no era posible tenerlos en casas refugio, decidimos transportarlos al hotel que tenían reservado.
—¿Cómo me van a meter esa gente aquí? —nos reclamó el administrador.
—Mire —le contestó el funcionario de la Secretaría de Salud que me acompañaba—, yo soy autoridad sanitaria, y en este momento la medida es urgente. Ellos no van a estar por el hotel; van a estar únicamente en una habitación.
Los mexicanos habían sido contratados por un colegio para dictar unas conferencias. Muy tranquilos, entendieron que tenían que quedarse en cuarentena, pero nos preguntaron qué gastos íbamos a cubrir.
—Consuman lo que necesiten —les contestamos.
Se hizo el seguimiento diario y se completó el tiempo requerido. Ninguno había desarrollado los síntomas y ya podían salir. Pero cuando miramos la cuenta del hotel…
Pues estos hombres se han dedicado a tomar tequila y whisky, día y noche. No recuerdo la cifra exacta, pero eran millones, millones de pesos solo en trago, y nosotros ya habíamos empeñado la palabra. Fue una odisea resolver esa situación, pues no podíamos pagar eso, pero finalmente ellos salieron y dictaron sus conferencias y regresaron encantados con Colombia y maravillados con la gente.
Otra situación que recuerdo fue en el hospital de Engativá. Eran como las ocho o nueve de la noche, cuando veo a través de la ventana que un médico va corriendo con un equipo de bioseguridad en la mano, abriéndolo y poniéndoselo.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Que llegó un caso confirmado de AH1N1 —no recuerdo quién me contestó—. Es un paciente español, sintomático.
Era muy raro, porque el personal del aeropuerto no nos había informado de ningún caso de AH1N1, y, sin embargo, en el hospital ya habían abierto la habitación de aislamiento y todo.
Bajé a revisar el triaje, pero no había triaje ni encontré al médico que debía hacerlo. Entonces fui a la habitación de aislamiento y encontré a un señor, que al parecer venía con el paciente en la ambulancia. Me contó que era un español que ya llevaba como seis o siete meses en Bogotá. Le había alquilado una habitación en un hotel que tenía sobre la avenida Jiménez, y se la pasaba de farra todos los días. Por eso estaba como enfermo de neumonía, pero nada que ver con AH1N1.
Después hablé con el paramédico de la ambulancia:
—La verdad es la siguiente —me dijo—: el señor tiene una neumonía y está estable, pero, como es extranjero, se me ocurrió molestar al médico del triaje y le dije que era sospechoso de AH1N1.
Me contó que el médico se puso pálido y salió corriendo para encerrarse en los vestieres, y en el camino iba gritando “¡caso sospechoso de AH1N1!, ¡caso sospechoso de AH1N1!”. Y entonces otro médico lo escuchó, y ese otro fue el que yo vi corriendo y poniéndose el traje de bioseguridad.
Cuando volvimos donde el señor que nos había contado la historia del español, le preguntamos por qué no había dicho nada:
—Pues porque el paramédico dijo desde el comienzo que era chiste, que era por molestar.
Y sí, el miedo era tenaz, a veces peor que la misma epidemia. Ese tipo de cosas pasaban mucho.
También me acuerdo que en Sibaté (Cundinamarca) hubo un caso confirmado de AH1N1. El paciente murió, y el alcalde, que no sabía cómo manejar la cosa, me llamó porque yo soy de allá:
—Mire, Manuel —me dijo—, hágame un favor, ayúdeme porque nosotros no tenemos ni idea de eso, y acaban de confirmar el caso y la gente ya está quemando la casa del difunto.
Viajé a Sibaté y me fui a la vereda donde vivía el señor. Tenía una tienda en su casa, y la comunidad no solo se la quemó, sino que ordenó al rector del colegio suspender las clases.
Entonces tocó ir a hablar con la gente, capacitarla y explicar qué era el AH1N1. Fueron como ocho días trabajando en eso en la vereda, hasta que poco a poco la gente empezó a salir a trabajar, y los niños volvieron a clases.
Manuel González
Recuerdo que tenía que ir a las casas de los contactos de las personas que habían estado enfermas. La gente no hablaba mucho, pero al despedirnos, nos pedía una tarjeta o un número para llamarnos después, y nos contaban cosas: “Doctor, es que en ese viaje a no sé dónde yo estuve con no sé quién, y estoy muy preocupado”. Y nosotros miramos que, efectivamente, en algunos de esas llamadas, comenzaron a aparecer casos sospechosos y casos confirmados.
Me llamó mucho la atención una cosa: el AH1N1 no era solo una cosa de contagio respiratorio; era una cosa de interacciones humanas. Mucha gente que regresaba de viajes de países donde circulaba el virus nos llamaba a contarnos sus historias y sus preocupaciones, desde un vecino de puesto que tosió en el avión y sintió gotas caer en su cara, hasta la historia del personaje que confesaba que había estado con una, dos, tres mujeres en un viaje.
Había cosas que uno no sabía cómo meter en los informes. Por ejemplo, una niña nos llamaba a acusar a una compañera de colegio que supuestamente estaba en cuarentena pero se escapaba de la casa y se iba de rumba. Nos daba quejas. Y había también situaciones en las que uno se sentía extraño recomendando a gente que no fuera, por ejemplo, a un funeral. ¡Eso no iba a pasar!
Las epidemias son una cosa en las que el comportamiento humano se pone en evidencia.
Máncel Martínez Ramos
En Colombia, desde la semana epidemiológica 22 a 46 del 2009, el virus de la influenza AH1N1/09 desplazó a otros virus gripales convirtiéndose en el virus predominante. A partir de entonces, ha ido en descenso, manteniendo un comportamiento similar al de los otros virus de influenza estacional, y se prevé que continúe su circulación por varios años. Así mismo, es de esperarse brotes aislados y cambios en los patrones de presentación a nivel nacional.
Se considera que en periodo postpandémico continúen presentándose casos en población joven y grupos considerados como de mayor riesgo (mujeres embarazadas, pacientes con enfermedades crónicas de base y trabajadores de salud). Sin embargo, se pronostica que los casos vayan disminuyendo paulatinamente a medida que la población va adquiriendo inmunidad, bien sea por contacto con el virus salvaje o vacunal.
[…]
Desde el inicio de la pandemia, semana 14 de 2009, hasta la semana epidemiológica 35 de 2010, se han notificado al Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (SIVIGILA), un total de 163.628 notificaciones por virus pandémico H1N1/09 […]: 4.310 corresponden a casos confirmados por laboratorio […]. 16.937 corresponden a casos descartados tanto por el laboratorio como criterio clínico-epidemiológico […]. 2.760 casos probables […]. 139.621 casos sospechosos.
[…]
Hasta la semana epidemiológica 31 de 2010 han ocurrido 272 muertes por virus pandémico AH1N1 en Colombia, de las cuales 232 (91,6 %) tienen fecha de defunción de 2009, 31 muertes (4,7 %) tienen fecha de defunción de 2010, y las 9 muertes restantes (3,5 %) no tienen fecha de defunción…
Ministerio de la Protección Social (septiembre de 2010)
El trabajo de campo contribuyó a salvar vidas. Por lo general, en el nivel local hay menos preparación para afrontar estas crisis. Entonces, para los profesionales de los municipios es muy valioso contar con alguien del nivel nacional que les presta apoyo y les hace caer en cuenta de cosas que se les escapan, o que ayudan a estructurar el trabajo, organizar equipos de respuesta y determinar qué información es importante y qué información no lo es.
A mí me parece que la capacidad de organizar el trabajo es una gran fortaleza del epidemiólogo de campo. Tiene una estructura en la cabeza que le permite desarrollar actividades con rapidez.
En donde sí fallamos todos —y hablo del mundo entero— fue en la comunicación del riesgo, porque eso colapsó los servicios de salud. Todavía tenemos ese nombre en la cabeza, influenza AH1N1, y no terminamos de asimilar que no mata como creíamos.
Pero creo que en Colombia nos fue bien en comparación con otros países a donde llegó la enfermedad, y además todas esas experiencias han servido para prepararnos mejor en otros brotes. Por ejemplo, para una posible llegada del ébola, para entrenarnos en temas de bioseguridad y para dotar al Instituto Nacional de Salud de una estructura cada vez más preparada para una emergencia.
Maritza González
Nuestro rol en salud pública ante la presencia de agente nuevo y desconocido implica siempre seguir las recomendaciones más estrictas. En el día a día se recoge y analiza la información y, dependiendo de cómo se vayan dando la trasmisibilidad, la virulencia y la mortalidad, se van ajustando las medidas de manipulación en el laboratorio y de atención a los pacientes en las instituciones.
Los planes de preparación ante la emergencia son muy importantes. Obligan a los países a dibujar rápidamente una respuesta y a articular a los distintos actores: los que tienen que ver con la vigilancia epidemiológica, los que tienen que ver con la prestación de servicios de salud, los responsables del sector agropecuario y aeronáutico… En fin, los planes involucran muchos liderazgos.
Otro aspecto esencial son las actividades de comunicación en todos los niveles: las dirigidas a la población, las que tienen lugar dentro del sector salud, las que se hacen entre instituciones y las internacionales.
La comunicación entre países contribuye a obtener apoyos de manera temprana. Gracias a ellas, durante la pandemia de AH1N1 en Colombia conseguimos rápidamente los reactivos para hacer in situ las pruebas de detección en laboratorio y los antivirales para el tratamiento de los pacientes. Una ventaja adicional del plan global fue que promovió el desarrollo de nuevas vacunas.
Todo plan de respuesta está condicionado a la virulencia del agente. A veces es alta, a veces es mediana, a veces es baja. En 2009, las medidas y recomendaciones de bioseguridad frente al nuevo agente eran altas. Pero mientras se conoce el verdadero grado, lo mejor es adoptar mientras tanto todas las medidas posibles de prevención y seguridad.
La gran lección fue que aprendimos —o seguimos aprendiendo— a estar preparados. Siempre toca hacer todo lo posible para que el impacto sea el menor.
Gloria Janneth Rey
—A mí no me están colaborando en nada —le dije un día al alcalde—. Todos sacan pecho porque se está manejando la situación de la mejor manera y porque en Zipaquirá se contuvo la epidemia. ¿Pero yo qué? Se me puso difícil la cosa y nadie me está ayudando.
Mi preocupación era el tema económico. Como había tenido que cerrar el estudio fotográfico en los días de la epidemia, no tenía cómo pagarles a las empleadas.
El alcalde me propuso que, para que yo pudiera seguir trabajando, saliéramos a la plaza pública.
—Cuando estemos allá, yo lo abrazo, y así la gente se da cuenta de que no tiene nada —me dijo.
—Yo no estoy para esas vainas, alcalde —le dije—. Más bien ubíqueme a las chinas en la Alcaldía, búsqueles un trabajo. No le pido más.
—Pues hagamos algo en la Catedral de Sal —me propuso.
Unos tres o cuatro meses después, monté allá un servicio fotográfico para turistas. Se le tomaba la foto a la gente en algunos puntos bien bonitos del recorrido, y al final, sin compromiso, la podían comprar.
Todo comenzó a volver a la normalidad. Ya no me decían “H1N1” y se había acabado esa miradera y esa señaladera de la gente. Se les fue olvidando, y finalmente fue una oportunidad de negocio.
Y un dato curioso: no sé por qué será, pero nunca me volvió a dar gripa. A mí antes me daban unas gripononas de esas que matan, que lo tumban a uno tres días en la cama. Y ahora estoy así, como usted me ve.
Camilo Montaño