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El 28 de junio de 1914, el nacionalista serbio Gravrilo Princip asesinó al heredero del trono del Imperio austro-húngaro: el archiduque Francisco Fernando, en Sarajevo.
Pocos días después, la exacerbación del nacionalismo, acuerdos secretos sostenidos entre las potencias europeas y la sucesión de hechos infortunados abrió paso para la gran guerra y un dramático saldo:
diez millones de soldados perdieron la vida, veinte millones de heridos y mutilados, aproximadamente siete millones de civiles muertos y la caída de tres imperios: el alemán, el austro-húngaro y el otomano.
La guerra total impuso nuevos parámetros a la economía, la sociedad, el mercado de trabajo y los medios. Del Tratado de Versalles nació una nueva geografía política y un nuevo orden internacional, que trajo consigo el resentimiento no solo de los perdedores, sino también de los victoriosos insatisfechos con los acuerdos establecidos, lo que más tarde contribuyó para llevar al poder a Hitler en Alemania y a Mussolini en Italia.
El 7 de noviembre de 1917 triunfó la Revolución socialista de octubre en Rusia y emergió la Unión Soviética. De ahí en adelante, el siglo XX fue testigo del conflicto ideológico entre el capitalismo y el socialismo.
De los escombros del Imperio otomano nació Turquía. En el Medio Oriente las reparticiones de las zonas de influencia se hicieron a la medida de las ambiciones e intereses estratégicos de Francia e Inglaterra.
Con la declaración de Balfour, Gran Bretaña respaldó por primera vez el establecimiento de una “patria para el pueblo judío en la Palestina”. Desde entonces, el Medio Oriente se debate entre el sionismo y el nacionalismo árabe en un conflicto que parece no llegar a su fin. La entrada de Estados Unidos a la guerra en 1917 hizo que el péndulo histórico se inclinara a favor de los aliados. Estados Unidos emergió como la gran potencia industrial, económica, militar y acreedora mundial. Con una Europa devastada económicamente, el centro del mundo se desplazó desde Europa hacia los Estados Unidos. En 1919, La Sociedad de las Naciones fue creada con el sueño de garantizar la seguridad y la paz internacional. Se intentaba transitar de la diplomacia secreta a la diplomacia pública.
En la celebración de los cien años de la firma del armisticio, el presidente Emmanuel Macron pronunció un discurso en el Arco del Triunfo, donde enfatizó que el “nacionalismo mata”, es la antítesis del patriotismo” y “está en alza el nacionalismo que exige cerrar las fronteras, que predica rechazar al otro. Juega con nuestros miedos”.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, alertó sobre la polarización de la vida política y el incremento de las tensiones comerciales. “Un debilitamiento del espíritu democrático y una indiferencia hacia las reglas colectivas son venenos para el multilateralismo”.
La canciller Angela Merkel reiteró que no se ha aprendido de las lecciones de dos guerras mundiales. En 2018 “se registraron 222 conflictos violentos y 65,8 millones de refugiados en el mundo, más de la mitad son niños”.
Infortunadamente, después de cien años existen muchas semejanzas entre el panorama de principios del siglo XX y el actual. Ojalá la alerta de los líderes mundiales sobre el peligro de la reactivación de los nacionalismos no suene apenas como una narrativa solitaria en defensa del multilateralismo, actualmente amenazado por una ola xenófoba y autoritaria que se esparce por varias partes del mundo sin temor a equivocarse.
*Profesora de la Universidad Externado de Colombia