29 agosto del 2019, el día de los sueños rotos…

Columna del lector
02 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Liz Rojas

… Después de más de tres años de un diálogo y la firma del proceso de paz con una de las guerrillas más grandes y antiguas del país, “uno de sus líderes decide retomar las armas y volver a la guerra”. Con esta noticia me desperté. Hoy, que supuestamente sería uno de mis días más felices, por el cumpleaños de mamá, no lo fue. Decaí por completo al leer la noticia en redes que publicó el periódico El Espectador.

Vengo de una gran familia campesina, donde somos 11 hermanos de un mismo hogar. Mis padres nos criaron en un corregimiento del Huila donde los sonares de la guerra se escuchaban con más fuerza que en el resto del país. Fui criada en estos paisajes, sin ilusión alguna de un futuro respetable. No crecí con la idea de ser una universitaria, ni la ilusión de una vida en una gran ciudad.

Tenía 15 años cuando escuché que se iniciaban los diálogos de paz con las Farc. Era tan solo una niña campesina ajena a temas de política. Por cuestiones de salud, a mis papás los trasladaron al pueblo y nos cambiaron de ambiente. Inicié mis estudios en un colegio urbano, con muchas cosas diferentes: ya no caminaba dos horas para ir a estudiar y, adicionalmente, el colegio daba almuerzo. La vida me cambió por completo en menos de tres meses. En el colegio conocí a un excelente profesor, que a lo largo de mi período estudiantil me enseñó e informó sobre los beneficios que traería la paz, entre los cuales brillaba la ilusión de que tanto mis hermanos como yo podríamos tener la posibilidad de entrar a una universidad. Poco a poco el docente me fue convenciendo, hasta que por mi propia cuenta entendí cuán importante sería este cambio para mi país.

Mi nombre es Liz Dayana Rojas, soy estudiante de comunicación social y periodismo de la Universidad Central, soy el número nueve de 11 hijos, campesinos garzoneños. Gracias a un proceso de paz tengo la posibilidad de estudiar en una gran universidad y, de igual manera, otros jóvenes de mi vereda también tienen esta posibilidad. Somos el espejo de muchos niños y adolescentes que dejaron de verse con un fusil al hombro para alcanzar sus sueños, como nosotros lo estamos haciendo.

La nefasta noticia me hizo llorar toda la mañana. Sin embargo, me di cuenta de que el proceso de paz depende en especial de nosotros, de todos los colombianos, especialmente de aquellos que no dieron su brazo a torcer, de aquellas madres que perdonaron y de los miles de jóvenes que, como yo, iniciamos nuestros estudios y no dejamos de lado nuestros sueños. Esto no depende solo de una persona que decidió retomar las armas. Somos más 48 millones de colombianos que podemos cambiar el rumbo.

Este es nuestro país, y si no estamos dispuestos a ayudarnos, ¡de verdad que estamos jodidos! ¿Qué les quedará a los niños a quienes ya les habíamos prometido un cambio? ¿Volveremos a lo mismo? ¿Seguiremos recriminándonos los unos a los otros mientras el control se lo toma la guerra? ¿Qué será de los jóvenes campesinos que, como yo, queremos terminar nuestros estudios, para volver y enseñar todo lo bueno que aprendimos a nuestra comunidad? ¿Qué será de las madres y mujeres que han luchado por llegar hasta aquí? ¿Qué pasará con todo aquel que se ilusionó: se quedará en un solo “fue un suspiro de paz y nada más”?

Por favor, no seamos indiferentes. Todos somos parte de esto.

YO SIGO CON LA PAZ PARA MI PAÍS. Y TÚ, ¿CON QUIÉN SIGUES?

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