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A veces, para algunas, es difícil llegar

Mauricio Rubio
07 de enero de 2021 - 03:00 a. m.
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“A mí en realidad el sexo me interesa muy poco”. Con esa frase lapidaria soltada donde la terapista que visitaba con Santiago para salvar su matrimonio, Carolina cerraba un ciclo de tres años.

Se habían conocido en una oficina de consultores. Ella salía de una aventura breve e intensa con un compañero de universidad que se esfumó. Antes, había tenido un noviazgo formal con un ejecutivo trabajador y desabrido. Aunque se iban a casar, Carolina quiso tener más mundo antes de embarcarse en algo definitivo: cortó, probó varias cositas, rumbeó como loca, pero conservó su virginidad. Santiago, un poco mayor, había tenido varias novias, todas sexualmente activas. Se había iniciado con una separada y arrancando carrera en Bogotá había convivido con otra mujer mayor que él. Tal vez por eso, a diferencia de algunos amigos, nunca le atrajo el reto de seducir primíparas. Las prefería no necesariamente maduras, pero por lo menos experimentadas. Torpe en el arte de insistir y confiado en que la luna de miel era un ritual suficientemente testeado, se dejó convencer por esa novia cautivadora pero casta, ya atípica para la época.

Así, se casaron sin haber tirado antes. Los argumentos de Carolina fueron simples. “El condón es un lío y no me interesa aprender algo tan inseguro y pasajero”. Santiago tampoco pudo aportar ese know how. Siempre habían hecho la tarea por él, con pepas, T o diafragmas. La parafernalia contraceptiva, según ella, era mejor asumirla por canales institucionales. Opinaba además que las casas de amigos, los moteles, los potreros, los parqueaderos o los polvos de sofá eran un bajonazo.

La tan esperada noche de bodas, como predijo la Beauvoir, fue un desastre. El idílico paraje en nada contribuyó a que fluyera el romance. Ella frenó en seco en los preámbulos y él, que sentía haber aguantado demasiado, no tuvo suficiente paciencia ni destreza. Insólitamente, terminaron hablando de la niñez y de la suegra. Sólo al cuarto día el matrimonio pudo consumarse. Nada digno de celebrar.

Santiago recuerda que el primer orgasmo de Carolina, como al sexto encuentro, fue espectacular. Durante el resto de luna de miel no hubo muchas réplicas y nunca algo tan intenso. Al instalarse en Bogotá, ambos dejaron la oficina para continuar sus respectivas carreras. En la cama, con pequeñas disculpas, llamadas, documentos por revisar, cansancios y jaquecas, ella logró imponer su rutina. El polvo semanal era los sábados, a media mañana, justo después del baño y ya reposado el desayuno. Ni siquiera tan magra frecuencia y tan elaborado ritual garantizaban que ella siempre llegara. Santiago insiste en que él se esmeraba. Es más, precisa, “era la primera vez que tenía conciencia de que tocaba aplicarse de tal manera”.

En las charlas con la terapista volvieron a salir a flote los recuerdos de infancia y la mamá de Carolina. Las escenas eran casi de Buñuel. La señora que a medianoche, en bata y con rulos, entraba a la habitación de las hijas a despertarlas “porque su papá no ha vuelto ni ha llamado”. El discurso que seguía, entre amargado y resignado, acompañado con leche y galletas, era siempre una variante sobre lo insensibles y sinvergüenzas que pueden llegar a ser los hombres. Más o menos similar al que persiste, ahora para algunas agravado con “el violador eres tú”: de Guatemala a Guatepeor.

Sería obvio pensar que la aversión de Carolina hacia el sexo la compartió con su hermana y compañera de habitación. Pero no. Sobre Patricia, las secuelas de la cátedra nocturna contra el tenebroso sexo masculino fueron las opuestas. “Desde la universidad, ella se los comía a todos”, afirma Santiago sin titubeos. Para él, conocer a esas dos hermanas tan similares —mismo colegio, misma familia, mismos amigos— y tan distintas en la cama bastó para quedar desconcertado y afirmar que no entiende a las mujeres.

Carolina, cincuenta y tantos actualmente, pertenece a esa generación en la que más de una de cada tres mujeres colombianas consideran que “no sienten deseo ni placer sexual”. A pesar de una incidencia tan alta, no es fácil conseguir testimonios reales de mujeres frígidas, de eso poco se habla. Fue arduo convencer a Santiago para que contara detalles de su experiencia. Me recomendó referirme a Fernanda del Carpio que, según él, encaja bien en el perfil. “La frecuencia deseada de esa cachaca en Macondo debió ser como la de Carolina. El camisón blanco hasta los tobillos, mangas hasta los puños y resignación al sacrificio de víctima expiatoria son una buena caricatura de lo que viví en la luna de miel”, anotó.

Si las mujeres deben aprender a tener orgasmos y los hombres a controlarlos, vaya uno a saber por qué ahora se pregona que la sexualidad masculina y femenina sólo difieren por factores educativos y culturales, como la represión.

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Mar(60274)08 de enero de 2021 - 06:25 a. m.
Algunos hombres ignorantes que creen que tener sexo con una mujer es penetrarla y eyacular y listo, son totalmente ignorantes del cuerpo de la mujer y de como funciona, hay que tocarle los resortes adecuados, pero como nunca les han enseñado, y lo mismo a las mujeres y dizque el ser humano es el más inteligente de la creación jajajajaja, y con sábanas con huequitos, jajajajaja ridículo jajajajaja
Mar(60274)08 de enero de 2021 - 06:09 a. m.
Creo que como en todo, en lo sexual también hay caracteres, hay gente más sexual y otra más fría, así como hay gente sedentaria y otra más atlética, es cuestión de encontrar la pareja que se adapte a esa forma de ser. La religión católica también se ha encargado de pordebajiar a la mujer y del machismo, así como que de que no se respete a la naturaleza. Estamos tan mal en sexo, que es increíble
  • Mar(60274)08 de enero de 2021 - 06:12 a. m.
    que algo tan maravilloso y tan natural, no se enseñe como una materia, es increíble que la gente más ignorante en ese menester como son los curas y la iglesia sean los que definan los parámetros en ese campo, es increíble que no se enseñe a planificar, ni a disfrutar del placer del cuerpo y del sexo como debe ser y que ellos lo perviertan de la forma más horrible como es tener sexo con niños.
Mar(60274)08 de enero de 2021 - 05:44 a. m.
Estás equivocado, las mujeres sienten los mismos impulsos sexuales, las que han tenido que aprender a controlarlos son ellas, para no convertirse en putas que es lo primero que le dice un hombre a ella si se acuesta con él. Entonces las mujeres por miedo a embarazos y a no ser llamada fácil, apaga esos impulsos y de tanto apagarlos ya no le hacen tanta falta. Creo que las mujeres actuales ya no
  • Mar(60274)08 de enero de 2021 - 05:50 a. m.
    va a tener que pensar obligadamente que si la mujer queda en embarazo, puede haber aborto, y si tiene inquietudes éticas, ya es hora de aterrice, que una relación no es solo un momento, sino que puede hacer parte de eliminar el resultado de esa relación de una forma no tan placentera.
  • Mar(60274)08 de enero de 2021 - 05:47 a. m.
    están tan dispuestas a representar ese papel y la independencia económica ha hecho posible ser más abierta con su cuerpo, creo que al hombre le está costando y le va a costar mucho más que la mujer ya no se conforma con una sexualidad rápida y de cualquier manera y el aborto le va a dar mucha más independencia, o sea, si un hombre antes no le importaba tener sexo de cualquier manera con cualquiera
shirley(13697)07 de enero de 2021 - 08:26 p. m.
"Células germinales distintas quiere decir,comportamientos sexuales diferenciados.El orgasmo en la mujer requiere,una inhibición casi total de su cerebro emocional;es decir,se produce la desconexión de emociones como el miedo o la ansiedad.Una vez más,nos encontramos con la importancia de la ausencia del miedo para definir la felicidad,la belleza y ahora el placer femenino". Ni educación o cultura
Atenas(06773)07 de enero de 2021 - 02:32 p. m.
Y S. Freud pa la actualidad se quedó cortico. Ellas en su desespero por darlo y alardear, ellos de machos cabrios, pero polvoe'gallo, y ambos descontentos en el afán de parchar sin saber retozar. Entonces ella queda frustrada y el se viene como si nada. Y en ese creciente mercado del usado no quedan sino insatisfacciones. Como quien siempre compra carros viejos. Y a la homosexualidad hay un pasito
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