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Pensaría que este es un llamado innecesario. Que cualquier país, por más pobre y subdesarrollado, se uniría alrededor del grupo poblacional más importante, el que definirá el futuro y para el que supuestamente trabajamos todos: los niños. Sin embargo, la pandemia evidenció que en Colombia ellos no importan. Son los más afectados por esta situación: han estado encerrados y aislados, desescolarizados, muchos maltratados, otros pasando hambre y algunos hasta explotados. Nos hicieron creer que las medidas de contención se pensaron para protegerlos. De pronto lo fueron al inicio, pero hace rato dejó de ser así y cada día que pasa los vulneramos más.
Desde hace varios meses los gobernantes nacionales y locales dejaron salir al dictador que llevan dentro y decidieron contener a los colombianos a punta de miedo, negando la evidencia, cada vez más documentada y con mejores datos. En una sociedad asustada, la evidencia se vuelve irrelevante y las redes sociales y la desinformación no ayudan. Las malas noticias, aun las fútiles científicamente, se propagan en segundos y justifican nuestros miedos; las buenas, las significativas, no les interesan ni a los dirigentes, sobre todo si contribuyen a perder el control de la situación.
Pero la evidencia es contundente: los niños se contagian menos que los adultos, la mayoría son asintomáticos y no son mayores vectores de propagación del virus. Incluso ahora que los adultos salen de sus casas, en muchos casos los niños están más protegidos en los entornos escolares que en sus hogares. También está plenamente comprobado que, al violarles su derecho a la educación, o al brindarles la “oportunidad” de estudiar a través de guías y, en el mejor de los casos, con algo de virtualidad, no sólo se están atrasando y desescolarizando, sino que se están ampliando más las brechas en un país que ya es terriblemente desigual. Ni hablar del impacto emocional y social: hambre, maltrato, abuso, soledad y depresión (importante mencionar que los niños privilegiados también se están retrasando emocional y académicamente. Este año será perdido para todos y, entre más tiempo pase, va a ser peor).
Mientras el Gobierno hace lo mínimo, evade responsabilidades y se pasa el balón entre la nación y las entidades territoriales, la mayoría de los colegios siguen cerrados. Sospecho que el rebrote del virus (que sucederá) será la excusa para mantenerlos así y los niños pasarán otro año sin educación. Para empeorar el escenario Fecode, egoísta y mezquino, aprovechó la situación para cobrarle al Gobierno las “deudas” con los maestros. Lindo hubiera sido verlos protestar por el derecho de los niños a una educación en sus colegios.
Varios llevamos meses dando una voz de alarma sobre lo que sucede. Moisés Wasserman, Alejandro Gaviria, Juanita Goebertus, Francisco Cajiao, Carolina Piñeros, Sandra García, Camilo Solano, así como diferentes investigadores, secretarios de Educación, rectores de colegios y maestros que no se identifican con el sindicato reiteradamente hemos levantado la mano; pero al parecer sólo nos estamos comunicando entre nosotros. Quienes tienen el poder de decisión siguen haciéndose los sordos. Este año vemos el impacto de la pandemia en la salud; el próximo será en lo económico, y si seguimos con los colegios cerrados, el impacto social se verá en toda una generación.