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No es lo mismo el juego de la seducción que el acoso. Se equivoca en ese punto Antonio Caballero en su columna de la revista Semana. Es cierto que no se puede comparar una manoseada con una violación y que no se puede satanizar la conquista, pero se necesita haber sentido el asco y la rabia cuando te ponen encima una mano que no quieres ni buscas para entender que el abuso no es solamente el acceso carnal. También se abusa tocando el culo o las tetas, para usar las palabras que usa el columnista. Eso no es seducción, es abuso.
Fui víctima de acoso y manoseo en dos oportunidades. Por eso hablo en causa propia y en nombre de miles de mujeres que hemos sentido esa rabia, ese asco, ese miedo y, aunque suene absurdo, esa vergüenza. Porque cuando una mujer es víctima de abuso termina sintiendo culpa y ni siquiera se atreve a denunciar. Eso forma parte de las taras históricas que debemos cambiar. El que debe sentir vergüenza es el agresor.
No me comparo ni de lejos con las víctimas de abusos atroces. No puedo, por respeto a ellas, decir que es lo mismo que le pasó a tantas mujeres violadas, torturadas de mil maneras; mujeres que resultaron heridas, muertas o con secuelas de por vida en una agresión sexual. No es lo mismo, pero sí puedo decir que no se exagera cuando se llama acoso a las agresiones que vivimos muchas todos los días cuando alguien en situación de poder nos agrede buscando sexo sin nuestro consentimiento. Se le olvida a Antonio que en la mayoría de los casos es un jefe, un superior, alguien que abusa de su condición para conseguir lo que no es capaz de lograr en franca lid. Por lo general los abusadores son pésimos seductores incapaces de abordar a una mujer sin recordar de alguna manera su poder.
No es que “no saben pedirlo”, es que los abusadores no lo piden, se creen con el derecho de pernada. Tampoco es cierto que las mujeres “no saben cómo no darlo”. Dicen, quienes opinan desde lo abstracto, que siempre se puede rechazar al abusador pero no es cierto y al decirlo se culpa a la víctima. No es tan sencillo reaccionar, rechazar, cuando el que agrede es el que manda, el que muchas veces tiene en sus manos el futuro de la agredida. Hay miedo, terror, indefensión. Yo reaccioné rechazando a mis agresores y en uno de los casos me salvó de una violación la cercanía de un compañero, pero otras mujeres no corren con la misma suerte y muchas terminan presas del miedo cediendo a pretensiones sexuales que nunca hubieran contemplado si no se tratara de abuso. No culpemos a las víctimas, no otra vez.
El acoso no es seducción. No podemos confundir para darles excusas a los abusadores que disfrazan de conquistas sus agresiones. En el juego de seducción se necesitan dos. No es lo mismo un coqueteo, un halago, alguna mirada que un abusador metiendo la mano bajo la blusa sin que la mujer lo haya permitido o insinuado. Por supuesto que algunas mujeres y hombres disfrutan del sexo rudo y agresivo. No se trata de mojigatería: entre adultos todo está abierto y si lo disfrutan así y es acuerdo de dos está bien. Pero no es cierto, como piensan demasiados machos, que a todas las mujeres nos gusta siempre a la brava y ser sometidas. Eso creen los que todavía ven nuestro cuerpo como una posesión para conquistar con la fuerza bruta. Tampoco es cierto que cuando una mujer dice NO quiere decir SÍ. ¡Cuando una mujer dice no, es no!
Lo más triste es que la columna de Antonio Caballero, un hombre que considerábamos de pensamiento progresista, refleja el sentir y el pensar de muchos hombres que todavía creen que las mujeres estamos para atender sus deseos sexuales a la hora que les venga en gana y como les provoque. Falta largo camino, como he repetido en este espacio, pero el mundo está cambiando aunque a muchos señores eso les aterre.