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Apenas van a ser las seis de la mañana y estoy aquí, tiritando, en el cruce de la Transversal Intermedia con la Loma del Escobero, en Envigado. “Estoy loco de la cabeza”, pienso con resignación. Pero al verla llegar, jadeante y sudorosita en pinta de atleta, se me desboca el corazón: sus largas y hermosas piernas perfiladas por la luz del amanecer, el cuerpazo de modelo treintañera, los ojos verdes como las hojas de guadua, su “párvula boca que siendo tan niña me enseñó a pecar…”. “¡A este paso me voy a volver poeta en Twitter!”, me río de mí mismo. Isabel Barragán, cogollito de ensueño, me muestra el cronómetro. No hago caso a las cifras. Le doy un tarrito con Gatorade y una toalla blanca, con sus iniciales en un borde, IBL. “El morral, Mejía”, me pide, ya sin resoplar. Lo abre y, como siempre, saca un libro. “Por los dioses más antiguos, Marduk o Moloch Baal, a esta mamacita le gusta más leer que follar”, me aterrorizo en silencio.
El libro es Dulce animal de compañía, de Triunfo Arciniegas, en Alfaguara, marzo, 2019. “Es una novela para adultos”, dice. Arrugo la frente. “Por si no sabías, Triunfo es el escritor de literatura infantil más famoso de Colombia”. “Umjú”. “Y ahora, después de más de 40 años, ¡42!, de concepción, escritura, reescritura, tormentos y regodeos entre Monteadentro y Cuatrovientos, acaba de publicar su primera obra para grandes”. Hojeo el libro, menos de 250 páginas, y le recibo la toalla. “Y es una novela erótica, erotiquísima, como te gustan a vos, Mejillón”. “Umjú”, repito, aún tiritando. “A mí me fascinó la maliciosa desenvoltura con que hombres y mujeres se devoran, se besan, se desnudan, se follan y se van”, dice ella. “Los hombres son muchachos, recién paridos del servicio militar, y las mujeres son muchachas, putas o vírgenes”. Me escandalizo: o finjo que me escandalizo. “Todo pasa en Pamplona, Norte de Santander, y en Málaga, Santander, el pueblito de donde es la familia de Tutina de Santos, imagínate”.
Isabel se niega a hablar de la trama: tenemos un pacto antispoilers. En cambio, suelta una retahíla: “El páramo, los frailejones, los toros, las cabras, los pozos en el río, los puteaderos, Sabines, Neruda, Idea Vilariño, la niebla, los perros callejeros, los sueños con insectos, las retretas en el parque, la luna ciega o torpe o curiosa, la lejanía, el temblor del deseo en los zaguanes o debajo de unas escalas, los conejos, el caballo blanco con su cola de estrellas, los borrachos, el loco Peralta, la loca Irene, los suicidas y Renata, siempre Renata”. “¿Cómo fue?”, digo. “Es una lista inconclusa de lo que me enganchó en este dulce animal. El lenguaje fluye del lirismo posmacondiano a la (c)rudeza de la sempiterna lujuria. Una poética vertical. Una lascivia burbujeante, casi directa, sin ascos”. “Se nota que te agarró”, digo mientras le empaco los útiles en el morral. “Muchísimo”. Le suelto un dato: “Al Triunfo también le va bien fotografiando mujeres desnudas”. “¿Sí?”. “¿Te interesa o qué?”. Ni lo duda un segundo. “Yo soy mujer de un solo hombre”, y la muy canalla me pica un ojo, no sin perfidia.
Rabito: “He venido por ti, Renata. Me persigue tu olor, me despierta tu olor, me socava y se ramifica dentro de mí. Me sale por la boca, untado de palabras. Déjame olerte, saborearte, mordisquearte toda. Déjame dormir junto a tu olor, Renata. Déjame revolcarme como un perro en el pozo de tu olor, Renata”. Triunfo Arciniegas. Dulce animal de compañía.