Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Si hay algo que no tolero es la gente tacaña, la cual pretende comer bien pagando chichiguas y que, además, la porción le dé para llegar a hacer el calentado para el desayuno del día siguiente. No siempre la teoría de comer en restaurantes muy costosos nos garantiza la calidad de los platos, ni que las porciones sean lo que se espera. Y también es cierto que a veces abusan en lo que cobran. Pero a mí lo que sí me gusta es pagar lo justo por los buenos procesos pues, sin importar la moda o la goma del lugar de la temporada, la esencia es indiscutible y eso no solo está en las tres estrellas Michelín.
¿Se han puesto a pensar cuánto cuesta el plato que tienen en frente cuando salen a comer? ¿Cuántas personas intervinieron en el proceso desde el cultivo o la creación del producto, su transporte al restaurante, los profesionales que lo manipulan y disponen, el recipiente en que lo sirven y todo lo que se ve y se escucha, para que ese momento que ustedes viven en ese lugar logre el objetivo de cerrar el negocio esperado, el acercamiento a alguien con quien les gustaría tener una relación, la celebración especial de un momento particular, o incluso tener un lugar donde ir a comer algo y sentirse un poco mejor luego de un mal día o la pérdida de algo o alguien importante en sus vidas? Eso es artesanía; eso es de alguna manera algo que fluye naturalmente sin tanta parafernalia pero con atención en los detalles; eso es valorar que son humanos los que están detrás y que lo que hacen lo hacen con mística, perseverancia y amor.
El popular “BBB” (bueno, bonito y barato) no representa realmente el trabajo de un artista, de un amigo o de su socio. Tampoco el gran esfuerzo de tener un lugar agradable, con todo lo que ya sabemos que implica. Pero quienes pensamos en el proceso entendemos que, aparte de lo que se come, hoy en día lo que todos buscamos son experiencias: momentos que nos hagan sentir, que nos sorprendan o que simplemente nos dejen, como siempre digo, con la panza llena, el corazón contento y sin estrés.
Mucho se ha discutido esto en las redes sociales pues, definitivamente, no siempre los influenciadores pueden pretender vivir de invitaciones y atenciones que sean la base de sus comentarios. De hecho, es allí donde se desvirtúa el proceso, donde muchas veces se habla a la ligera y no se tiene compasión con el gran esfuerzo empresarial y familiar que hay detrás de lo que alguien puede escribir en 240 caracteres.
Yo los invito a que de ahora en adelante hagan un ejercicio: vean lo que sucede en el lugar, el ambiente de los comensales de las otras mesas, el esmero en servirles, la atención y sonrisa del barman o de la mesera, la naturalidad con que todo sucede… incluso la ubicación del lugar, pues con seguridad ustedes no esperan lo mismo de un restaurante en el Centro Histórico de Cartagena, en la maravillosa comuna 13 de Medellín o en el local de la cooperativa de pescadores de Providencia. Allí, seguramente frente al mar, muchas veces se olvida valorar el gran esfuerzo que implica tener en la mesa un tomate, una lechuga o un trozo de hielo en su vaso, y, por el contrario, los comentarios pueden ser desproporcionados, cuando la clave no está en lo que ustedes crean que les deben dar sino en el gran esfuerzo de entregarles lo mejor de la zona. Los invito entonces a valorar lo simple, lo esencial, lo que no cuesta lo que ustedes creen o quieren pagar, sino lo que realmente vale.
Y justo eso fue lo que me sucedió este fin de semana en una noche de amigos en un lugar inesperado. Quienes crean que Boyacá y su capital, la golosa Tunja, siguen en las épocas del Libertador, se ve que no han paseado en los últimos años por esas tierras legendarias. Siguiendo una carretera espectacular, sea por la variante La Calera-Sesquilé con sus montañas que rodean el embalse de Tominé o por la autopista Norte desde Bogotá, llegan a la capital boyacense, una ciudad digna ser locación cinematográfica gracias a esa mezcla fantástica de tradición y vanguardia.
En medio de una ciudad moderna, con sus restaurantes, pastelerías, centros comerciales y zonas residenciales, encontré un sitio llamado Vendimia (@vendimiawinestore), donde en medio de una buena barra central se comparte con locales selecciones de quesos del mundo, buenos encurtidos, salumería y, por supuesto, vinos para todos los gustos. Con una relación precio-calidad fantástica, es una experiencia única en una ciudad donde no es común encontrarse con buenos vinos y tapas a precios razonables. La música y la atención me parecieron un plan de película y una opción distinta en medio de una oferta gastronómica local con sabor a nuestros ancestros.