Bozal y paseos para niños

Héctor Abad Faciolince
26 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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Permiso, pero esta vez no voy a escribir para los adultos a quienes generalmente me dirijo. Este artículo va dirigido a los niños. A los grandes les pido, si mucho, que se lo lean a los niños que no saben leer, o que les avisen a los que sí saben leer que esta vez en el periódico escrito casi siempre para los adultos, cosa rara, hay un escrito pensado para los niños.

Niñas y niños, quiero empezar diciéndoles lo siguiente: si yo fuera niño, y no tuviera miedo, les diría a mis padres y también al gobierno: ¿cómo así que está permitido que saquen los perros a pasear, a hacer pipí y popó en el parque, pero a nosotros no nos dejan salir ni a la puerta? ¿Tantos paseos para los perros simplemente porque ellos no se saben controlar? ¿Vamos a tener que empezar a hacer pipí en el suelo para que nos dejen salir? Pues no estoy de acuerdo. Si los perros pueden salir con sus amos, manteniendo la distancia de los demás en la acera o en el parque, también nosotros deberíamos poder salir, así sea cogidos de la mano de nuestros padres (o si quieren con bozal y correa) y manteniendo también las distancias. A veces da la impresión de que los grandes no piensan. Y si esto no es así, que nos expliquen por qué.

Dirán que es por el virus. O si quieren parecer más cultos, por el coronavirus. A ver, díganme qué es un virus. ¿Saben qué? Ni siquiera todos los médicos y los científicos están de acuerdo: unos dicen que los virus son seres vivos, otros dicen que ni siquiera son seres vivos, aunque tampoco estén muertos. Una bacteria sí está viva porque come, crece, se reproduce y muere. Los virus no comen ni hacen pipí como los perros. Los virus necesitan meterse en nuestras células para empezar a hacer copias y más copias de sí mismos. Casi siempre entran por la boca o por la nariz. Hasta que se nos meten en todo el cuerpo: en la lengua, en la garganta, en los mocos, en la saliva, en las tripas, en los pulmones. Cuando estornudamos, en cada gotica que nos sale, hay millones de copias del mismo virus.

¿Millones? Sí, millones, porque este tal coronavirus que nos tiene encerrados a todos en la casa, que tiene tan nerviosos a los grandes, es tan diminuto que en la cabeza de un alfiler caben más de 350.000 copias del virus. Para poder ver uno se necesita un supermicroscopio, no una lupa. Por eso es tan importante -cuando nos dejen salir- ponernos mascarillas (el bozal humano), y cuando estemos en la casa, lavarnos las manos. Antes de jugar, después de jugar, antes de comer, después de comer, antes de ir al baño, después de ir al baño. Y fijarnos que los grandes hagan lo mismo. Si nos dejan salir, no saludar a nadie de mano ni de abrazo y menos de beso. Con todo el mundo de lejos, de lejitos. A más de metro y medio, a más distancia de lo que mide el papá acostado en el suelo. Si vamos a toser o a estornudar, hacerlo en la manga, donde se dobla el brazo. Y tratar de no tocarnos la cara y menos sacarnos mocos con los dedos. Para eso hay pañuelos, servilletas y kleenex.

Hablemos ahora de un tema delicado: el celular y los videojuegos. Ay, ya va a empezar la cantaleta… Que leamos libros, que hagamos galletas, que seamos creativos o les recemos a los santos para que nos ayuden. Ajá, eso va a servir mucho. La verdad verdad es que los grandes nos dan videojuegos y teléfonos para que estemos distraídos y no los molestemos a ellos. Si quieren que leamos, léannos, leamos juntos. Ahí sí se callan, ¿no? Bueno. Y lo de la ayuda para prevenir el virus es mejor dejárselo a los expertos en el tema. Ellos están buscando tratamientos y vacunas. Hay que confiar en los médicos y en los científicos. Una vacuna sería maravillosa, pero hacerla es largo y difícil. Hay que probarla en animales, antes, y después en voluntarios que se arriesgan. Ojalá llegue pronto, y volvamos al parque, a la piscina, al colegio. A abrazar a los amigos. Mientras tanto, lo más importante es que no nos griten, no nos regañen tanto y mucho menos nos peguen.

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