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Quizá en el tránsito hacia el año nuevo muchos colombianos comieron uvas deseando que en el año que llegaba no ocurrieran más asesinatos de líderes sociales. Los deseos no alcanzaron. Ahora la cosa dejó de ser asunto de uvas y esperanzas para convertirse en presagio trágico de cabañuelas. Las cabañuelas son una antiquísima costumbre popular practicada en España y algunos lugares de América Latina como predicción del clima para el año que comienza. El método usado en esta parte del mundo para anunciar las llamadas cabañuelas de ida consiste en observar algunos indicios del comportamiento climático de los 12 primeros días de enero y a partir de ahí deducir el clima de cada uno de los 12 meses del año. Esta creencia trascendió los límites de lo ambiental y se usa también como medida de la manera en que se desarrollará el año en sentido personal y social.
Para el país la cosa no pinta bien. Y en eso, lastimosamente, nos avala una tradición trágica incapaz de torcer los vaticinios de las cabañuelas. Apenas llevábamos seis días de haber comenzado el año y ya habían asesinado a seis líderes sociales.
En las primeras horas del 1° de enero de 2019, a las siete de la mañana, asesinaron a Gilberto Valencia, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Pueblo Nuevo en Suárez, Cauca. El 2 de enero en Caicedonia, Valle del Cauca, dos sicarios en motocicleta llegaron hasta la tienda de abarrotes de Jesús Adier Perafán Correa —presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Valle— y lo asesinaron.
El 4 de enero, en Cajibío, Cauca, cuatro hombres interceptaron a Wilmer Antonio Miranda —integrante de la Asociación de Trabajadores Campesinos de Cajibío— y le quitaron la vida. Wilmer, además, pertenecía a la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina y a Marcha Patriótica. En horas de la mañana, muy temprano, atentaron contra el líder Dimar Alexis Parada, en Hacarí, Catatumbo. Parada sobrevivió a cinco disparos. Ese mismo día, en la noche, tocaron a la puerta del líder José Rafael Solano González, en el Bajo Cauca antioqueño, y le dispararon hasta matarlo.
El sábado 5 de enero hombres armados llegaron a la casa de Wilson Pérez Ascanio, en el municipio de Hacarí, y le dispararon. Aunque lo trasladaron a un hospital, la gravedad de las heridas no le permitió sobrevivir. Ese mismo día, en la madrugada, hombres armados llegaron a casa de Maritza Quiroz, en la vereda San Isidro, en la Sierra Nevada de Santa Marta, justo en el predio que le había sido restituido a ella y a otras nueve personas. Maritza trató de escapar, pero los disparos le alcanzaron en varias oportunidades. Ella había sido una reconocida líder de la Mesa de Víctimas de Santa Marta, muy respetada por su trabajo con mujeres afro desplazadas.
Los presagios de las cabañuelas no son buenos para la construcción de la paz en Colombia. El inicio de 2019 fue un duro mensaje para quienes siquiera tuvieron la ilusión de que este año sería mejor, y vaticina de la peor manera una masacre sin límites. La maquinaria criminal que asesina a líderes sociales por todo el territorio nacional se mueve a sus anchas. La sistematicidad es evidente, como también es evidente la naturalización que cobra fuerza en un país acostumbrado a derramar sangre y a un Gobierno que hasta ahora no ha hecho lo necesario para desmentir esta realidad de horror.