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En los últimos días el discurso xenófobo, la diseminación del odio y la defensa de la violencia estuvieron en la agenda de las Américas. Las desgarradoras caravanas de aproximadamente 7.000 inmigrantes centroamericanos provenientes de Honduras, Guatemala y El Salvador y su peregrinación hacia Estados Unidos estampó las principales portadas de los periódicos internacionales.
El presidente de Estados Unidos Donald Trump, no la vio como consecuencia de un modelo económico-social excluyente y expulsor, sino paradójicamente como una provocación y ha culpado a México por permitir el paso de los inmigrantes y la respuesta represiva no se hizo esperar. Según el Pentágono envió 5.000 militares a la frontera con México. En su cuenta de twitter advirtió: “Esto es una invasión de nuestro país y nuestras fuerzas armadas los están esperando”, estimulando en un primer momento el intercambio de tiros por piedras.
Y no es para menos, sí se considera que el acuerdo de seguridad implícito en el NAFTA, denominado ASPAN, pretendía convertir a México en un país frontera, lo que no ha sido tan sencillo. Al contrario, la solidaridad de los mexicanos con los inmigrantes ha sido un aliento y apoyo continuo.
La narrativa de Washington en 2018 remite al clima de Guerra fría y América Central con su lastre de subdesarrollo no ha dejado de ser el patio trasero de Estados Unidos y sus experimentos belicistas, revestidos de ayuda económica, justificados por la evidencia de que América Central se ha convertido en el principal centro de Narcotráfico para Estados Unidos desde la década pasada. La Casa Blanca ha anunciado que sí la situación persiste, los países que no han impedido esta ola de inmigración masiva hacia al territorio americano podrían dejar de recibir los fondos concedidos por Estados Unidos, lo que para algunos analistas desestabilizaría aún más la región.
Sin embargo, según fuentes oficiales, en 2017 Estados Unidos concedió a América Central 500 millones de dólares, lo que es inferior al monto de las remesas enviadas por los inmigrantes a sus países de origen.
La administración Obama había intentado analizar el fenómeno no solo desde de la seguridad y de soluciones militares, sino como retos sociales y económicos, aunque esta visión se oponía a la percepción clásica de la DEA, del Departamento de Defensa de Estados Unidos y de la élite burocrática de Washington.
Sin embargo, la actual política exterior de Estados Unidos parece estar supeditada a la visión empresarial de la Torre Trump, del vice Presidente Mike Pence, John Kelly, el jefe del gabinete, más Marco Rubio, una tríada que estimula el racismo, exacerba el nacionalismo y apoya el ascenso de gobiernos de corte similar, alineados con sus intereses estratégicos, consolidando gradualmente el proceso de cambio del mapa político regional.
En estas elecciones, los inmigrantes centroamericanos han sido utilizados por el partido republicano como moneda de cambio. Sí debajo de la línea del Ecuador el populismo de derecha se escuda en la lucha contra la corrupción y la violencia, en Europa y Estados Unidos, su principal pretexto es el control de la inmigración.
Ojalá, este martes cuando los norteamericanos irán a las urnas, los demócratas puedan obtener la mayoría en la Cámara de Representantes, poniendo fin al control mayoritario de los republicanos, aunque es posible que se mantengan en el Senado. Esto complicaría el mandato del Presidente y obstaculizaría la aprobación de sus principales propuestas: el Muro, la revocatoria del Obama Care y, de pronto, las intempestivas estrategias del Presidente Trump y sus nuevos mejores amigos podrían ser temporalmente aplazadas.
*Profesora Universidad Externado de Colombia