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En una universidad privada y laica, a los 20 años de fundada, centrada en las carreras de ingeniería, comenzó el primer programa de pregrado en ciencia política del país. La idea sobrevino –casi por accidente– de un abogado de la Nacional, Fernando Cepeda, que había cursado en Estados Unidos materias de esa disciplina. La Universidad de los Andes, con un modelo gringo, en el que el aprendizaje complementario de carreras técnicas se centraba en las “humanidades”, dio así uno de sus pasos iniciales en la diversificación de la formación profesional, pues ya habían surgido derecho y economía.
Además de Dora Rothlisberger, con estudios de ciencia política en Estados Unidos, la nueva carrera se apoyó en profesionales externos de otras disciplinas, que habían tomado cursos en la materia. A la vez, sobrevino una fórmula complementaria que se convirtió en eje de una planta profesoral itinerante: estudiantes gringos de ciencia política a quienes les faltaba su tesis de doctorado y querían investigar la política nacional. Al tiempo que adelantaban sus trabajos, dictaban cursos a los escasos estudiantes interesados en una profesión que emergía.
Para completar las casualidades, la Fundación Rockefeller envió a Los Andes ese año –1968– a un joven politólogo interesado en el país. Gary Hoskin, con apoyo del primer gringo que vino a hacer su tesis sobre política nacional, además de Dora y yo –incorporado por solicitud de Gary–, hicimos el primer trabajo académico sistemático de investigación sobre el Congreso de Colombia, que duró algo más de dos años. Así, a punta de coincidencias, surgió la nueva profesión con excelente calidad.
A finales de 1974 creé en Los Andes la primera maestría del país en ciencia política. No obstante su demanda, al finalizar la década fue interrumpida por falta de apoyo de sus directivas. Con un crecimiento lento, la nueva disciplina continuó su marcha hasta que una década después inició su expansión, incluida la resurrección de su primer posgrado. En los años 90, en la Universidad Nacional apareció la segunda carrera de ciencia política, aunque impregnada de derecho, facultad de la que depende. De ahí en adelante creció la competencia en otras universidades, tanto públicas como privadas, de buena y mala calidad.
En la segunda mitad de los años 90 se borraron los rezagos institucionales de las “humanidades”, en Los Andes, como “complemento para impartir cultura” a las carreras centradas en las ingenierías. La fundación que adelanté de la Facultad de Ciencias Sociales incorporó disciplinas dispersas en el campus. Ya se habían consolidado otras facultades, como Administración.
En Los Andes —universidad sobresaliente en el país— se creó luego la Facultad de Medicina, con todas las de la ley. El manido argumento de confrontar universidades públicas con privadas, en conflictos que emergen en la educación nacional, debería trocarse por otro entre universidades de calidad frente a las “de garaje” y enriquecimiento de propietarios. Pero, en especial, exigir a los gobiernos acabar con la mala calidad y otorgar amplios recursos a las sobresalientes. Sería el principio de solución a diversos problemas que aquejan a la sociedad.
En la celebración de los 50 años de Ciencia Política en Los Andes —organizada por Laura Wills, profesores y administrativos—, con el acompañamiento de la Facultad de Ciencias Sociales, se aprecian la calidad de docentes y estudiantes, y la de sus investigaciones y publicaciones, ahora que la profesión cuenta con un doctorado consolidado.
* Miembro de La Paz Querida.