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En días pasados el columnista Daniel Coronell retuiteó un trino de Santiago Rivas donde este se quejaba por la censura impuesta a su programa: “Puede que quiten Los puros criollos, pero no nos van a quitar lo público”. Daniel acompañó su mensaje con esta frase: “Comienza el exterminio de la independencia”. (Ver trino).
Comprensible la preocupación del dueño de Noticias Uno, pues es obvio que la ley de modernización de las TIC lleva camuflado el objetivo de golpear a ese noticiero, en cumplimiento de la amenaza que le había lanzado Álvaro Uribe el 18 de marzo pasado: “Daniel Coronell, contratista de Santos, tiene pánico y con razón: un Gbno. de Iván Duque manejará con transparencia las concesiones de televisión”.
Uribe acababa de ganar las elecciones legislativas y de imponer a su candidato Iván Duque sobre los conservadores Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, por lo que se sentía victorioso y como cualquier rufián de esquina advertía a sus enemigos sobre lo que haría cuando ganara su calanchín.
Recuerdo en especial un trino del cronista Alberto Salcedo Ramos, donde advertía sobre lo que se avecinaba: “Esta amenaza de Uribe contra Daniel Coronell es absolutamente corleonesca. No le falta sino la cabeza sangrante del caballo bajo las cobijas. Además pone a Iván Duque como un candidato que en caso de ganar sería un presidente de bolsillo”. (Dicho y hecho, por cierto).
Es claro que si a los votos de Petro (8’034.189) se hubieran sumado los blancos (808.368), igual habría ganado Duque (10’373.080), pero otro gallo habría cantado si Sergio Fajardo y Humberto de la Calle le hubieran brindado su apoyo a Petro en segunda vuelta, como les habría correspondido hacer con el triunfador de la primera vuelta. Pero lo dejaron solo y contribuyeron tanto a su derrota como a la resurrección de la bestia.
Mejor dicho, la pregunta de fondo es qué habría sido peor (o mejor), si un gobierno de Petro o el actual tercer período de Uribe, que en la práctica lo es.
Entre Petro y Uribe se trataba, si se quiere, de escoger el menor de dos males. En tal medida, al trino de Daniel Coronell que anunciaba “el comienzo del exterminio” le contesté con esto: “Se les dijo, se les advirtió, se les recomendó que por nada del mundo el voto en blanco, pero no hicieron caso...”. (Ver trino). A lo cual Coronell respondió con un escueto: “Estoy muy satisfecho de haber votado en blanco”, y minutos después intervino su tocayo Daniel Samper Ospina, así: “Me sumo: y más al notar la arrogante vehemencia con que sectores del petrismo le reclaman a uno no haber votado por Petro, prácticamente como si fuera un delito no comerle cuento al “candidato humano”.
Admiro, respeto y aprecio a los dos Danieles, pero juzgo legítimo expresar mi divergencia tanto con el par de colegas como con quienes —ingenuamente, a mi modo de ver— creyeron que era preferible dejar ganar a Uribe que a Petro, y a cuenta de inventario afirmé que “fue un error propiciar mediante la promoción del voto en blanco el regreso de la fiera herida y sedienta de venganza. Hoy pagamos las consecuencias, y esto se va a poner peor”.
Brindo a su vez claridad en que no hablo desde “el petrismo”, pues nunca he sido petrista (mi candidato hasta primera vuelta fue De la Calle), incluso escribí una columna titulada “Petro puntea porque polariza, por pendenciero”. (Ver columna).
Mi respuesta crítica a Daniel Coronell pretende tan solo escudriñar en el motivo por el cual se abstuvo de brindar su apoyo a Petro en la segunda vuelta, a sabiendas de todo lo que podía perder si ganaba el títere de Uribe, y ante la evidencia de que en últimas los partidarios del voto en blanco contribuyeron con su omisión a propiciar aquello de lo que hoy se quejan.
Pero más preocupante aún es la actitud irresponsable que se advierte en algunos medios —entre ellos Semana, cada día más uribista—, y el escándalo desatado a raíz de las conversaciones que Jorge Enrique Pizano (q.e.p.d.) le grabó a su “amigo” Néstor Humberto Martínez es patética muestra del despiporre institucional y la pérdida de credibilidad que hoy se percibe a todo nivel.
Precisamente con motivo de la elección del fiscal ad hoc, María Jimena Duzán en su última columna denunció cómo el elegido por la Corte Suprema, Leonardo Espinosa Quintero, “en 2013, (…) cuando fungía como representante legal de la Universidad Sergio Arboleda, le otorgó un poder especial, amplio y suficiente a Néstor Humberto Martínez para que representara a esa universidad en un proceso judicial ante la jurisdicción civil”.
Tiene razón María Jimena en que “esto es una vergüenza mayúscula. Si le quedara algo de decoro al fiscal Martínez y si algo de eso tuviera el fiscal ad hoc Espinosa, los dos tendrían que renunciar”. Lo alarmante, sin embargo, no está ahí, sino en ser testigos atónitos de cómo ciertos medios con su silencio han sido cómplices de los entuertos que hoy tienen a buena parte de la justicia cooptada por sujetos de proceder rufianesco, como rufianescos resultaron los métodos mediante los cuales “para devolverle un favor a su padrino electoral, NHM nombró como fiscal anticorrupción a un hombre de Leonidas Bustos” (Luis Gustavo Moreno, extraditado a EE. UU.), según denuncia documentada de Daniel Coronell en su última columna.
Si fueran responsables con el país, habría bastado con que dos o tres de los más importantes directores de medios se hubieran puesto de acuerdo en pedir —o exigir— la renuncia del fiscal general, propendiendo tan solo por la buena marcha de las instituciones. Y lo habrían conseguido.
Pero no se atreven, y entonces la impresión que queda es que todos —medios de comunicación y políticos corruptos— se están “cubriendo” con la misma cobija…
DE REMATE: Lo que hoy pasa en Colombia recuerda un diálogo que escuché en la anterior campaña:
—Me da miedo que nos pase lo mismo que a Venezuela.
—¿Qué, que un maniático enfermo de poder aproveche su popularidad para montar un mequetrefe desconocido en la Presidencia?
En Twitter: @Jorgomezpinilla
http://jorgegomezpinilla.blogspot.com/