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El 1º de octubre de 1789, grupos de mujeres procedentes de los arrabales de París se reunieron frente al Hôtel de Ville para demandar el pan que sus hijos clamaban con hambre en los hogares. No había un solo funcionario en el ayuntamiento y, apenas custodiado el edificio, las mujeres se atrevieron a invadirlo y a tomar las armas.
Sin alguien que pudiera prestar oído a sus reclamos, decidieron entonces marchar hasta Versalles para confrontar al monarca Luis XVI en su propio palacio veraniego. Fue un caminar cargado de ira y decisión al que muchas mujeres se unieron hasta que, en número de siete mil, llegaron al propio aposento del rey y de su esposa María Antonieta.
En medio de la agitación, fueron las mujeres quienes pidieron a la Guardia Nacional reivindicar la escarapela tricolor que impulsó a la multitud contra el castillo y que obtuvo finalmente dos grandes victorias. En primer lugar, el rey fue forzado a trasladarse a París, en donde quedó a merced del pueblo. Y, en segundo lugar, el rey fue obligado a sancionar la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” que la Asamblea Nacional había redactado desde el 4 de agosto y que se constituyó en el pilar de la Revolución Francesa.
El relato de estos hechos alcanza solo tres párrafos, pero, aun así, ha sido omitido en múltiples descripciones y escritos oficiales sobre la Revolución Francesa. Ni en París, ni en el Palacio de Versalles, hay una placa o un monumento que recuerde el papel de las mujeres en ese hito histórico. La “Declaración” que le obligaron a firmar al rey, rinde culto en su título y su prosa al género masculino, y nadie, o muy pocos, saben que esa carta fundamental para la humanidad debe su vida pública y política a las mujeres.
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El 20 de julio de 1810, es recordado como fecha fundamental para la causa emancipadora de la Nueva Granada frente a España. Los apellidos Torres, Acevedo, Lozano, Morales y Baraya, aparecen en los libros de historia y en la celebración de cada efeméride. Menos citados han sido Caldas y Carbonell. Sin embargo, la única mujer que se menciona está en el bando opuesto: la esposa del virrey. Pero se alude sin nombre, porque se recuerda y se le cita sólo por eso, por ser esposa del virrey.
Durante mucho tiempo, quienes han escrito acerca de los episodios ocurridos el 20 de julio indagan las razones por las cuales el Virrey Antonio Amar y Borbón no ordenó abrir fuego contra la muchedumbre enardecida en la plaza. La vieja historiografía lo explicó por la presencia de algún oficial criollo en el destacamento militar del virrey, por la "bondad" de este último o por la "dulzura" de su esposa. Una de las primeras mujeres en ingresar a la Academia Colombiana de Historia, Carmen Ortega Ricaurte, atribuye el hecho a la acción del patriota José María Moledo, quien “logra que el batallón auxiliar no actúe en defensa del gobierno español”, o a Don José Ayala, quien “se encarga de que la artillería no dispare contra la multitud”.
En forma reiterada, muchos autores han omitido un testimonio del sabio Caldas que parece contundente: "Una mujer cuyo nombre ignoramos, y que sentimos no inmortalizar en este diario, reunió a muchas de su sexo, y a su presencia tomó de la mano a su hijo, le dio la bendición y dijo: Ve a morir con los hombres. Nosotras las mujeres marcharemos adelante, presentemos nuestros pechos al cañón [para que] los hombres que nos siguen y a quienes hemos salvado de la primer descarga, pasen sobre nuestros cadáveres y se apoderen de la artillería..."
En esas condiciones, para la tropa del virreinato, abrir fuego con los cañones y fusiles de la época era anticipar un final sangriento para ellos mismos.
No obstante, la versión de Caldas permaneció oculta y fue ignorada en cada publicación de sus obras. La plana mayor de los historiadores más tradicionales, desde José Manuel Restrepo, pasando por Guillermo Hernández de Alba hasta Germán Arciniegas, la omitieron en sus libros y no acudieron a ella para explicar tan importantes fragmentos del pasado.
Lastimosamente, casi nadie en Colombia sabe del papel definitivo que las mujeres jugaron el día en que empezó a nacer nuestra nación. Una mujer, cuyo nombre no figura en el listado de patriotas, Carmen Rodríguez, fue acusada como abanderada del movimiento y desterrada por esa causa en 1816. Sin embargo, no hay en la Plaza de Bolívar o en la Casa Museo del 20 de Julio una mención que la recuerde. Las placas conmemorativas solo han mencionado a un “excelso grupo de patriotas”. Todos ellos hombres.
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La celebración del 8 de marzo como Día internacional de la Mujer, tiene su origen en dos hechos. El primero en 1857, cuando centenares de mujeres obreras salieron a las calles de Nueva York para protestar contra la discriminación que afectaba sus salarios y ambientes laborales: ganaban menos de la mitad de lo que recibían los hombres por menos trabajo en mejores condiciones. La acción de la policía para dispersar las marchas culminó en una masacre. El segundo hecho ocurrió también en Nueva York, en 1911: una empresa textil, la Triangle Shirtwaist, se incendió con centenares de mujeres en su interior. Los propietarios cerraron sus puertas para evitar robos sin importar lo que sucedía a sus obreras; 150 de ellas murieron calcinadas.
Más que para regalar rosas, o además de hacerlo, el 8 de marzo debe ser un día para reivindicar los derechos de la mujer; para recordar y preservar la memoria de todas ellas, imprescindibles y siempre presentes en la vida y en la historia.