El hallazgo arqueológico más importante de los últimos 25 años en Colombia corresponde a los petroglifos de la sierra de Chiribiquete. Se trata de un descubrimiento al que llegó accidentalmente, en 1986, el director de Parques Nacionales de la época, el antropólogo Carlos Castaño-Uribe. Volando en helicóptero por la Amazonia colombiana, el mal tiempo obligó al piloto a desviarse de la ruta preestablecida. En medio de la selva, observaron una serranía donde se destacaba una meseta. Una formación geológica singular en esta área del mundo. Con su agudo olfato de arqueólogo, Castaño Uribe decidió descender a observar de cerca esta maravilla de la naturaleza.
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El hallazgo arqueológico más importante de los últimos 25 años en Colombia corresponde a los petroglifos de la sierra de Chiribiquete. Se trata de un descubrimiento al que llegó accidentalmente, en 1986, el director de Parques Nacionales de la época, el antropólogo Carlos Castaño-Uribe. Volando en helicóptero por la Amazonia colombiana, el mal tiempo obligó al piloto a desviarse de la ruta preestablecida. En medio de la selva, observaron una serranía donde se destacaba una meseta. Una formación geológica singular en esta área del mundo. Con su agudo olfato de arqueólogo, Castaño Uribe decidió descender a observar de cerca esta maravilla de la naturaleza.
Lo que encontró Castaño en el sitio lo deslumbró. Miles y miles de dibujos en la piedra, manifestaciones del arte rupestre de los indígenas de la Amazonia. Las excavaciones posteriores y las dataciones por medio del método de carbono 14 permitieron establecer que estas obras de arte se realizaron dentro de un horizonte cultural de unos 22.000 años. Es decir que casi con los primeros seres humanos que poblaron lo que actualmente es Colombia se fundó esta tradición milenaria.
Sorprende no solo cómo los inicios del arte en Chiribiquete se confunden con la llegada de los primeros pobladores a nuestro territorio, sino que se haya mantenido viva esa tradición por tanto tiempo. La evidencia arqueológica arroja fechas muy recientes, 1978, para algunas de las últimas obras que allí se encuentran. Es decir que los pueblos amazónicos actuales conocen y han mantenido este templo del espíritu humano que, como lo señalan los antropólogos, tiene connotaciones espirituales y religiosas.
La serranía de Chiribiquete se encuentra entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, y casi que solamente es accesible por aire. Esto es una ventaja, pues evita su depredación. La zona ha sido declarada Parque Nacional y Patrimonio de la Humanidad. Pero, como sabemos, estas dos cosas pueden ser bastante huecas, a juzgar por lo que pasa, por ejemplo, con el Parque Nacional Islas del Rosario y los atropellos aún no resueltos contra el patrimonio monumental de Cartagena. Por eso es tan necesario defender Chiribiquete y su obra espléndida y única en el mundo. Este debe ser un gran símbolo de nuestra nacionalidad.
El magnífico libro de Carlos Castaño-Uribe, Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar (2019), es una puerta de entrada mágica a esta monumental obra de arte. Una sensación como de quien entra a la cueva de Altamira, pero multiplicada en la exuberancia de estos trópicos.
Necesitamos que se apoye la exploración arqueológica de Chiribiquete para que todos podamos ampliar nuestro conocimiento y valorar este patrimonio de Colombia y de la humanidad. Una razón más para enorgullecernos de nuestro pasado indígena, pues los distintos estudios sobre el ADN de la población colombiana que se vienen publicando revelan que la abrumadora mayoría somos mestizos, pues tenemos sangre de quienes poblaban estas tierras en el siglo XVI, cuando se inició la Conquista, que terminó desarticulando su cultura y llevó a la mayor parte de estos pueblos a una muerte temprana. Pero aquí seguimos nosotros, los descendientes de los conquistados y los conquistadores, los colombianos. Oportuno recordarlo con ocasión de los 528 años de la llegada de los españoles a América, que se cumplen pasado mañana.