La historia de un país es la suma de las historias familiares de millones de personas. Muchas veces los libros de historia reflejan eso muy mal o no lo hacen en absoluto. Desde pequeño me atrajo el estudio de la historia. Aún recuerdo la alegría con la cual leía a los siete años en mi enciclopedia juvenil sobre los griegos y los romanos: la batalla de las Termopilas, Alejandro Magno, Julio César cruzando el Rubicón y la destrucción de Cartago. Pero también recuerdo el fastidio cuando en la clase de historia de Colombia nos daban unas aburridísimas peroratas sobre los logros de los virreyes de Nueva Granada y la sucesión de fechas sin sentido para nosotros los estudiantes.
Tal vez por haber tenido algunas tempranas experiencias faltas de pedagogía en las clases de historia, aunque es justo reconocer que más adelante las cosas mejoraron mucho, trato de que mis estudiantes en el curso de historia económica de Colombia se sientan cautivados con lo que tienen que aprender allí. Por eso, con María Teresa Ramírez, colega historiadora económica con la cual dicté durante varios semestres esa materia, los pusimos a que estudiaran las vidas de sus familias, llegando a abuelos y bisabuelos, para ilustrar lo que aprendieron en el curso sobre el desarrollo económico colombiano. Creo que ha resultado muy grato e instructivo para ellos.
Este semestre, en el curso que dicté de historia económica de Colombia en la Universidad del Norte en Barranquilla, he vuelto a asignarles a mis estudiantes, 30 en este caso, el ejercicio de escribir las historias de sus familias utilizando lo que aprendieron en el curso. Los resultados no dejan de sorprenderme. Por ejemplo, un día pregunté que cuántos tenían abuelos que fueron campesinos: alzaron la mano casi todos, tal vez unos 25.
De las historias de vida de mis estudiantes de este semestre destaco varias regularidades: el origen rural relativamente reciente, que su padres, abuelos y bisabuelos tenían un nivel de vida y, sobre todo, educativo mucho menor que el de ellos. Estos son jóvenes que están ascendiendo socialmente muy rápido y el gran factor impulsor de esa movilidad social es casi siempre la educación.
Otra cosa que hay que destacar es que en esta muestra pequeña se ilustra claramente la transición demográfica del país. Las abuelas solían tener unos diez hijos, luego las madres unos cuatro y ahora las jóvenes del curso quieren tener en promedio 0,8 hijos, pues muchas no quieren tenerlos y las que más quieren piensan en solo dos.
El nivel de vida de las familias ha mejorado en la calidad de la vivienda, servicios públicos, medios de transporte, vestuario y salud. Una variable muy negativa que se registró en bastantes casos fue el de la violencia: por enfrentamientos personales y por acción de los paramilitares en sitios como Macayepo, en Sucre. Esa violencia hizo que algunas familias tuvieran que vender sus parcelas a precios irrisorios y emigraran a las ciudades del Caribe nuestro, donde los primeros años fueron muy difíciles para ellos.
Pero se corrobora en estas historias de vida que el esfuerzo individual y la igualdad de oportunidades tienen que ser la base de la revolución social que necesita el país. En este grupo hay ocho beneficiarios del programa Ser Pilo Paga, y tal vez nunca hubieran podido acceder a una universidad privada de excelencia sin ese apoyo.
La historia de un país es la suma de las historias familiares de millones de personas. Muchas veces los libros de historia reflejan eso muy mal o no lo hacen en absoluto. Desde pequeño me atrajo el estudio de la historia. Aún recuerdo la alegría con la cual leía a los siete años en mi enciclopedia juvenil sobre los griegos y los romanos: la batalla de las Termopilas, Alejandro Magno, Julio César cruzando el Rubicón y la destrucción de Cartago. Pero también recuerdo el fastidio cuando en la clase de historia de Colombia nos daban unas aburridísimas peroratas sobre los logros de los virreyes de Nueva Granada y la sucesión de fechas sin sentido para nosotros los estudiantes.
Tal vez por haber tenido algunas tempranas experiencias faltas de pedagogía en las clases de historia, aunque es justo reconocer que más adelante las cosas mejoraron mucho, trato de que mis estudiantes en el curso de historia económica de Colombia se sientan cautivados con lo que tienen que aprender allí. Por eso, con María Teresa Ramírez, colega historiadora económica con la cual dicté durante varios semestres esa materia, los pusimos a que estudiaran las vidas de sus familias, llegando a abuelos y bisabuelos, para ilustrar lo que aprendieron en el curso sobre el desarrollo económico colombiano. Creo que ha resultado muy grato e instructivo para ellos.
Este semestre, en el curso que dicté de historia económica de Colombia en la Universidad del Norte en Barranquilla, he vuelto a asignarles a mis estudiantes, 30 en este caso, el ejercicio de escribir las historias de sus familias utilizando lo que aprendieron en el curso. Los resultados no dejan de sorprenderme. Por ejemplo, un día pregunté que cuántos tenían abuelos que fueron campesinos: alzaron la mano casi todos, tal vez unos 25.
De las historias de vida de mis estudiantes de este semestre destaco varias regularidades: el origen rural relativamente reciente, que su padres, abuelos y bisabuelos tenían un nivel de vida y, sobre todo, educativo mucho menor que el de ellos. Estos son jóvenes que están ascendiendo socialmente muy rápido y el gran factor impulsor de esa movilidad social es casi siempre la educación.
Otra cosa que hay que destacar es que en esta muestra pequeña se ilustra claramente la transición demográfica del país. Las abuelas solían tener unos diez hijos, luego las madres unos cuatro y ahora las jóvenes del curso quieren tener en promedio 0,8 hijos, pues muchas no quieren tenerlos y las que más quieren piensan en solo dos.
El nivel de vida de las familias ha mejorado en la calidad de la vivienda, servicios públicos, medios de transporte, vestuario y salud. Una variable muy negativa que se registró en bastantes casos fue el de la violencia: por enfrentamientos personales y por acción de los paramilitares en sitios como Macayepo, en Sucre. Esa violencia hizo que algunas familias tuvieran que vender sus parcelas a precios irrisorios y emigraran a las ciudades del Caribe nuestro, donde los primeros años fueron muy difíciles para ellos.
Pero se corrobora en estas historias de vida que el esfuerzo individual y la igualdad de oportunidades tienen que ser la base de la revolución social que necesita el país. En este grupo hay ocho beneficiarios del programa Ser Pilo Paga, y tal vez nunca hubieran podido acceder a una universidad privada de excelencia sin ese apoyo.