Muchas veces hablamos del placer de la lectura. Mucho menos se habla del placer de escribir. Eso, en parte, es obvio: se debe a que mucha gente lee bastante, pero unos pocos escriben a menudo. Menos personas escriben como actividad principal de su desempeño laboral.
En mi caso, tempranamente descubrí el placer de leer. Mucho más tarde empecé a descubrir el placer de escribir. Como tantos otros, empecé a escribir, en la época del colegio, poesía sentimental. ¿Quién no ha cometido versos en Colombia? Pero también empecé a familiarizarme con las normas para la escritura de artículos académicos, que ha absorbido buena parte de mi actividad profesional. Sin embargo, la escritura de artículos académicos y de investigación es menos placentera, y está muy sujeta a la rigurosidad que imponen las normas que exigen la evidencia, la redacción escueta y la concentración en el desarrollo de los argumentos. Ello dista mucho de la escritura más libre que nos da la literatura.
Mucho más libre, por supuesto, es la elaboración de artículos de opinión, crónicas y columnas, que están más cercanas al lenguaje periodístico y aunque es necesario ceñirse a los hechos, no se ciñen a lineamientos de precisión en las fuentes (es decir, notas de pie de página), y sustentación completa de la evidencia (cuadros, gráficos, regresiones) que se requieren en la academia.
A veces, uno siente que logra cierta conexión con las musas y escribe una columna de opinión ágil, amena y veraz, con la que otras personas pueden disfrutar.
Borges, siempre irónico, decía que él se definía fundamentalmente como un lector, pues uno lee lo que quiere, pero escribe lo que puede. Mucho menos severo consigo mismo en este aspecto, Graham Greene solía exaltar el placer de la escritura diciendo que “escribir es una forma de terapia; algunas veces me pregunto cómo aquellos que no escriben, componen o pintan logran enfrentar la locura, la melancolía, que es inherente a la condición humana”.
Ernesto Sábato contó en una entrevista que le sorprendía cómo Graham Greene, quien en su concepto tenía libros maravillosos, en ocasiones publicaba otros que estaban lejos de sus mejores trabajos. Por eso, en alguna ocasión le preguntó a Greene la razón por la cual se había permitido publicar libros que, a su juicio, distaban del mejor Graham Greene. La respuesta fue: “Es que todos esos libros me han producido el mismo placer”. No sé si la respuesta de Greene fue una lección de humildad, una expresión de su sabiduría o ambas, pero de todos modos admirable.
Confieso que me gusta escribir… pero respeto la magnífica ironía de Jorge Luis Borges y me considero sobre todo un lector. ¿Y tú, amable lector?
Muchas veces hablamos del placer de la lectura. Mucho menos se habla del placer de escribir. Eso, en parte, es obvio: se debe a que mucha gente lee bastante, pero unos pocos escriben a menudo. Menos personas escriben como actividad principal de su desempeño laboral.
En mi caso, tempranamente descubrí el placer de leer. Mucho más tarde empecé a descubrir el placer de escribir. Como tantos otros, empecé a escribir, en la época del colegio, poesía sentimental. ¿Quién no ha cometido versos en Colombia? Pero también empecé a familiarizarme con las normas para la escritura de artículos académicos, que ha absorbido buena parte de mi actividad profesional. Sin embargo, la escritura de artículos académicos y de investigación es menos placentera, y está muy sujeta a la rigurosidad que imponen las normas que exigen la evidencia, la redacción escueta y la concentración en el desarrollo de los argumentos. Ello dista mucho de la escritura más libre que nos da la literatura.
Mucho más libre, por supuesto, es la elaboración de artículos de opinión, crónicas y columnas, que están más cercanas al lenguaje periodístico y aunque es necesario ceñirse a los hechos, no se ciñen a lineamientos de precisión en las fuentes (es decir, notas de pie de página), y sustentación completa de la evidencia (cuadros, gráficos, regresiones) que se requieren en la academia.
A veces, uno siente que logra cierta conexión con las musas y escribe una columna de opinión ágil, amena y veraz, con la que otras personas pueden disfrutar.
Borges, siempre irónico, decía que él se definía fundamentalmente como un lector, pues uno lee lo que quiere, pero escribe lo que puede. Mucho menos severo consigo mismo en este aspecto, Graham Greene solía exaltar el placer de la escritura diciendo que “escribir es una forma de terapia; algunas veces me pregunto cómo aquellos que no escriben, componen o pintan logran enfrentar la locura, la melancolía, que es inherente a la condición humana”.
Ernesto Sábato contó en una entrevista que le sorprendía cómo Graham Greene, quien en su concepto tenía libros maravillosos, en ocasiones publicaba otros que estaban lejos de sus mejores trabajos. Por eso, en alguna ocasión le preguntó a Greene la razón por la cual se había permitido publicar libros que, a su juicio, distaban del mejor Graham Greene. La respuesta fue: “Es que todos esos libros me han producido el mismo placer”. No sé si la respuesta de Greene fue una lección de humildad, una expresión de su sabiduría o ambas, pero de todos modos admirable.
Confieso que me gusta escribir… pero respeto la magnífica ironía de Jorge Luis Borges y me considero sobre todo un lector. ¿Y tú, amable lector?