Las desigualdades que se observan en el territorio colombiano son enormes: Colombia es uno de los países del mundo con peor distribución del ingreso y una de las razones es la profunda inequidad entre las regiones. El Chocó, por ejemplo, tuvo en el 2018 un producto interno bruto per cápita que es tan solo el 24 % del de Bogotá.
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Las desigualdades que se observan en el territorio colombiano son enormes: Colombia es uno de los países del mundo con peor distribución del ingreso y una de las razones es la profunda inequidad entre las regiones. El Chocó, por ejemplo, tuvo en el 2018 un producto interno bruto per cápita que es tan solo el 24 % del de Bogotá.
Estas brechas espaciales llevan muchos años y no se están corrigiendo. En el documento “La larga sombra del pasado: economía política de la desigualdad regional en Colombia”, publicado por la Universidad de los Andes en 2017, James A. Robinson y asociados exploran algunos de los factores que explican la enorme persistencia de las desigualdades a lo largo de los últimos 200 años y su correspondencia con la inercia de las instituciones económicas y políticas. Esto es lo que en historiografía tradicional colombiana, así como en la marxista, se llama el legado colonial: el Chocó es pobre como resultado de la esclavitud, y Santander es próspero por ser tierra de artesanos, pequeños y medianos campesinos.
Sin embargo, el análisis capta solo una parte del origen de las profundas desigualdades del territorio nacional. Otros analistas, como Jeffrey Sachs, consideran que la geografía física también tiene un papel relevante a la hora de explicar esas brechas. Y yo añadiría otro aspecto que es muy claro y que tiene una larga tradición en la historiografía económica: la suerte en la lotería de los productos, que tiene afinidades con la tesis del producto clave. Estos tres factores vuelven el tema más complejo, pero describen mejor lo que ha sucedido en nuestro desarrollo territorial.
Alguna vez el célebre economista Daron Acemoglu, colega y coautor de James A. Robinson, dijo que el papel directo de la geografía en el desarrollo económico es igual a cero. De hecho, así se afirma en el documento de 2017 en mención. No obstante, resulta difícil pensar que eso es aplicable para Colombia, en donde la geografía es tan abrupta y distinta en cada zona. Tal vez eso podría pensarse para Illinois, por ejemplo, en donde casi todo es plano y se propagan las siembras de maíz o soya.
Basta con salir por el territorio para rebatir los conceptos de estos “negadores de la geografía”. Recorrer la alta Guajira o Vaupés, desayunar en Quibdó, caminar por las orillas del río Cesar cuando pasa por las sabanas del Diluvio o ir al alto de la Camarona dan una idea de la complejidad de nuestra geografía para entender desde esa perspectiva los rezagos económicos de sus regiones. Ya lo decía Indiana Jones en la película de la calavera de cristal a un joven estudiante, cuando entra en una moto a la bellísima biblioteca principal de Yale University: “Sal de la biblioteca si quieres ser un gran arqueólogo, muchacho”. Yo pienso que los jóvenes que escribieron ese artículo con Robinson, todos muy brillantes, necesitan salirse de la biblioteca si quieren ser grandes economistas.
De ser verdad lo que afirman una y otra vez Acemoglu, Robinson y asociados, no habría una segunda oportunidad sobre la tierra “para las estirpes condenadas a cien años de soledad…”. Pero si la geografía es también parte de la explicación, y como con desarrollo económico su influencia negativa se reduce, habría más razones para el optimismo y oportunidades para reducir el rezago económico regional.